Saratoga: duelo de almas

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Por tragedia, según la Real Academia de la Lengua Española, se entiende situación o suceso luctuoso y lamentable que afecta a personas o sociedades humanas. Sin embargo, para los cubanos, su significado en los últimos días puede resumirse en una palabra: Saratoga.

Mientras escribo estas líneas, más de 40 víctimas mortales se contabilizan por la explosión en el lujoso hotel de La Habana el pasado viernes 6 de mayo, luego de varias jornadas de búsqueda entre los escombros, de incertidumbre por los desparecidos y de dolor ante cada noticia luctuosa.

El duelo de la Patria por sus hijos se esparció rápidamente en los mensajes de aliento y pésame, en las oraciones de fieles y ateos para pedir por las familias afectadas, y en el estallido de solidaridad que se desató casi al unísono. Una semana después, en el alma de muchos, todavía la bandera ondea a media asta.

Vigilia de cubanos en zona cercana al Hotel Saratoga en La Habana. / Foto: Max Barbosa (Cubadebate)

Aquella mañana estaba en la redacción de este periódico cuando las imágenes en vivo del siniestro colapsaron las plataformas digitales y algunos amigos escribían para preguntar “¿Qué han sabido de la explosión?” o reaccionaban afligidos a las informaciones de última hora: “¡Qué barbaridad!”, “¡Catastrófico!”, ¡Horrible!, “¡Cuánta tristeza muchacho!”.

Los primeros reportes eran imprecisos en cuanto al número de fallecidos y lesionados. El caos reinaba en las fotografías que las personas compartieron a través de sus perfiles en redes sociales. Una gran nube de polvo colmaba los espacios de La Habana Vieja, y de ese escenario solo podría esperarse lo peor.

Cientos de habaneros, y especialmente los jóvenes, se movilizaron para donar sangre, y con este objetivo fueron habilitados varios puntos de extracción en la capital cubana, mientras las cifras de muertos comenzaron a crecer al paso de las horas. En menos de un día, las donaciones ascendieron a más de 2 mil, suficientes para atender a los heridos por la catástrofe.

-Ese es nuestro pueblo, dijo al noticiero de televisión un funcionario gubernamental, en momentos en que las condolencias y ayudas se multiplicaban a lo largo del país y fuera de sus fronteras, con la recogida de medicinas, alimentos, ropa y dinero para asistir a los damnificados.

La angustia de las familias que perdieron a seres queridos o guardaban esperanzas por la aparición de los suyos debajo de los restos del Saratoga, cargó sobre los cuerpos de bomberos y rescatistas, héroes de días, noches y madrugadas en la búsqueda de esos suspiros que, en la confusión, hubo quienes escucharon, y vieron, por el deseo incontrolable de hallar algún sobreviviente.

Allí, entre ellos, un joven de Cienfuegos cumplió apenas 20 años sumido en aquella avalancha de dolor y piedra, a la cual debió entregarse con las ansias de un pueblo que clamaba vida y ya lo honra, a él y a sus compañeros, por esta proeza.

Los informes de los días posteriores al accidente, provocado por un escape de gas, resultaron cada vez más tristes y la pena terminó apoderándose del espíritu de una nación que aún llora por la pérdida de tantos cubanos. Tragedia, exactamente, pudiera llamarse a lo que pasó, pero, a una semana de los sucesos del Saratoga, ninguna palabra acierta para consolar el sufrimiento de las almas rotas.

Ilustración: Osval

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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