San Fernando de Camarones, el mundo a ocho kilómetros

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A San Fernando de Camarones le cabe el honor de ser el pueblo más antiguo fundado por españoles en territorio de la actual provincia de Cienfuegos. Si se tiene en cuenta que Yaguaramas ya era un caserío de aborígenes cuando comenzó la conquista hispana.

Los historiadores fijan su fundación en el año 1714 en un par de caballerías donadas por comuneros de la hacienda Camarones, y sus primeros habitantes –presumiblemente isleños- encomendaron la naciente población a Nuestra Señora de La Candelaria, su santa patrona.

Si en sus tiempos iniciales fue sitio de tránsito en el camino de Santa Clara a la bahía de Jagua, donde más de un siglo después nacería la villa de Fernandina, terminaría por ser uno de esos pueblos que sus vecinos suelen llamar “huecos”, por su falta de conexión con las principales vías de comunicación. Para colmo el río Caunao, que pasa a un kilómetro del asentamiento, no resultaba navegable como el Damují.

Precisamente esta historia tiene que ver con las ansias de los camaronenses de dotarse de un cordón umbilical de asfalto que los uniera al mundo. Una carretera como Dios manda que con sus ocho kilómetros de extensión les permitiera conectarse a la de Cienfuegos-La Esperanza, en el sitio conocido como El Paradero.

Aislado y todo, en 1947 San Fernando constituía uno de los 32 términos municipales de la antigua provincia de Las Villas. Y desde 1910 cuando el gobierno de José Miguel Gómez le restituyó su condición de municipalidad, abolida por los interventores yanquis el 24 de enero de 1902, su gente clamaba por los benditos ocho mil metros de camino conector al mundo.

Gobiernos anteriores habían dado por terminada la vía en tres ocasiones diferentes, sin siquiera haber tenido el gesto simbólico de colocar la primera piedra.

Hasta que la gente cansada de tanto mangoneo decidió dar la tángana. Y el miércoles 12 de marzo de 1947 Camarones se declaró ciudad muerta en protesta por tal estado de abandono, tras argüir que en 37 años sus contribuciones fiscales al erario público superaban en diez veces el costo de la ruta asfaltada.

Miguel Agustín Gacel, enviado especial del periódico El Comercio, relató a sus lectores el desarrollo de los acontecimientos, que dieron inicio a las 11 de la mañana con una concentración en el parque Carrera, apoyada por los diferentes partidos políticos, gremios obreros, asociaciones de recreo, los veteranos de la Independencia y jefes de departamentos administrativos de la localidad.

Con un gallardete negro al pecho los lugareños recorrieron las calles en perfecto orden y a las tres de la tarde tuvo lugar un mitin frente al edificio del Ayuntamiento.

Llama la atención que el enviado especial se incluyera a sí mismo entre la lista de oradores. “Nuestro discurso fue premiado por la concurrencia”, se atrevió a escribir Gacel, tribuno que hablaba en nombre del representante a la Cámara Alberto Aragonés Machado, empresario del diario de la calle de Argüelles.

De las fuerzas encargadas de mantener el orden el gacetillero distinguió la actitud del capitán Oquendo, jefe del puesto de Cruces, quien se ganó los elogios de la población huelguística, muy al contrario del teniente Rosell y el cabo Dávila, militares palmireños acreedores de la repulsa popular.

Uno de los pacíficos manifestantes, Evangelista Curbelo, recibió en el arco superciliar izquierdo las caricias de un culatazo propinado con un fusil de la República.

Como lo de ciudad muerta pareció resbalarles a los congresistas del Capitolio encargados de aprobar la asignación monetaria para la carretera, el 16 de mayo hubo una asamblea conjunta de los Comités de Defensa Local y Cívico Juvenil, de la cual emanó el acuerdo de declararse ciudad rebelde el primer día de junio. Ahora pedían, además del camino, un centro escolar y el arreglo de las principales calles.

El gobierno había incumplido la promesa del 14 de marzo de atender los reclamos y en la fecha señalada Camarones amaneció con las notas de la Diana Mambisa y el repique de las campanas católicas. El pueblo tomó el Ayuntamiento y la Alcaldía y los militares se hicieron cargo de la situación. Todas las casas cerradas a cal y canto lucían crespones negros en puertas y ventanas. La lluvia estorbó bastante, pero el mitin convocado para el parque triangular tuvo efecto a media tarde, con transmisión radial de la CMHW para toda la provincia villareña.

El día 3 El Comercio anunciaba que el presidente Ramón Grau San Martín recibiría en el transcurso de la propia jornada a una comisión del pueblo en rebeldía, de la cual participarían el alcalde, Abel Hernández, y su colega de Palmira, José Manuel Tejada. El líder de la Cubanidad y su ministro de Obras Públicas prometieron la aprobación de los créditos.

Como durante los próximos meses el cuartito seguía igualito hubo que reeditar la protesta ciudadana en época del presidente sucesor, Carlos Prío. Finalmente fue firmado el cheque de 60 mil pesos que en 1949 permitió a los camaronenses enlazarse con el mundo, ocho kilómetros más allá del pequeño promontorio desde el cual La Candelaria les extendía su manto protector.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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