¡Que viva México!

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La sátira social, la fábula, la comedia negra, el esperpento, la caricatura, la ironía y el sarcasmo identifican la ejecutoria del realizador mexicano Luis Estrada, quien en 24 años de carrera ha diseccionado la sociedad y la política de su país, a través de memorables filmes como La ley de Herodes (1999) y El infierno (2010). E, igual, con los no tan trascendentes, pero siempre valederos, Un mundo maravilloso (2006), La dictadura perfecta (2014) y ¡Que viva México! (2023).

Gracias a dicha pentalogía del más sistemático retratista social del cine mexicano de este siglo, la cual ha devenido obligatoria para comprender la historia reciente de esa nación, saboreé algunos de mis mayores placeres de la pantalla latinoamericana más próxima.

¡Que viva México! resultó impugnada (tanto como no lo fue siquiera El infierno, de mucha mayor crudeza) por diversos sectores de su país, que censuraron las cargas a profundidad del director contra disimilitud de flancos. Pero no debe olvidarse que siempre ha sido así de crítica su obra. Y este filme representa la quintaesencia de su ideario/estilo. Caso contrario, en la India no hubo semejantes reacciones cuando Ramin Bahrani enfocó la realidad local mediante un prisma incluso más desolador en Tigre blanco (2021).

Como fuere, ¡Que viva México! no lleva reproches, al menos por esa razón. Si los mereciera por tal causa, habría que arremeter también contra Ismael Rodríguez, Luis Buñuel, Arturo Ripstein, Luis Alcoriza o Juan Ibáñez, referencias observadas aquí por el autor.

La última película de Estrada debe leerse tan solo cómo lo que es: una comedia sarcástica, en irrenunciable tono de caricatura, que discursa en torno a un cúmulo de lacras atemporales (machismo, disparidades sociales, vicios, vanidades, corrupción e ignorancia), pertrechándose de la dinamita que le resulta habitual al director.

Una vez que el burgués personaje central y su familia llegan, en busca de la «herencia», a la pobre comarca rural de La Prosperidad –pura chanza desde el mismo nombre–, se entreteje un grupo de situaciones hilarantes, muy bien concebidas en el guion y resueltas en pantalla. Estas son generadas por efecto de contraposición, en la línea de la mejor comedia clásica de todos los tiempos. No importa que lleve filmándose desde hace décadas, cuando dicha variante del género se piensa y concreta bien, aún suele funcionar.

Y bien que funciona en esta película, porque no dejamos de reírnos en parte de sus más de tres horas. Si bien, 191 minutos es demasiado; y el realizador, aunque lo intente, no tiene aguante para mantener el fuelle, el ritmo endemoniado, la garra humorística de su fresco de vocación sociológica. Tampoco para no repetirse, lo cual le cobra factura.

Así, ¡Que viva México! cae presa, ya antes de alcanzar el tercer acto, de la tautología (reiteración de situaciones e ideas), la sobreexposición de sus enunciados, diálogos innecesarios y algunas sosas frases hechas metidas a calzador en boca de ciertos personajes. Nada de lo anterior le hace buen favor a un título al que Estrada debió peinarle, cuando menos, 45 minutos del metraje.

(Reseña publicada originalmente en Granma).

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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