Bajar la percepción de riesgo equivale a abrirle las puertas al SARS-CoV-2

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 17 segundos

Cuando se detecta el primer caso de COVID-19 en Cuba, el 11 de marzo de 2020 y aumentó el número de contagios y provincias afectadas, se disparó la alarma entre la población de la Isla. Existían los antecedentes del estrago que iba causando la pandemia, primero en China, y más tarde en los países de Europa y América.

Recuerdo las medidas adoptadas entonces por mi esposa. Para cualquiera de la familia que llegara de la calle, además de embadurnarse las manos con la solución de hipoclorito, debía pasar los zapatos por la frazada con desinfectante y a continuación despojarse de la ropa para depositarla, junto al nasobuco, en la lavadora.

Al principio todo aquello nos pareció exagerado, pero poco a poco lo fuimos acatando como necesario hasta covertirlo en un hábito cotidiano. Estoy seguro de que en otros muchos hogares también se estableció el mismo o similar régimen preventivo, eso sin contar las extremas precauciones y exigencias en centros de trabajo, unidades de comercio y otros espacios públicos, incluyendo la observancia del distanciamiento social.

Pero con el tiempo la cordura en cuanto al cumplimiento de las indicaciones higiénico sanitarias se convirtieron en rutina. Se bajó la guardia y la percepción de riesgo cayó a planos peligrosos, y lo que es más lamentable aún, comenzaron las violaciones a lo establecido por los órganos competentes con indisciplinas de todo tipo.

A todas luces, la población dejó de temerle, o al menos, así lo dejaban ver las conductas irresponsables, a la letal enfermedad.Se hicieron frecuentes aglomeraciones en las colas de lared de mercados sin el debido distanciamiento;la chiquillada en los barrios jugando en las calles o aceras sin mascarillas; jóvenes compartiendo en improvisadas competencias deportivas o tertulias, sin dejar de mencionar el poco rigor institucional para prevenirel contagio en oficinas, talleres, y otras áreas de trabajo. En fin, la debacle.

Reza un viejo adagio popular de que en la confianza está el peligro. Los rebrotes ocurridos en Cuba dan cuenta de que, no solo es mucho más virulento y contagioso el  SARS-CoV-2, sino, y lo más lamentable, que con ello llegó el crecimiento de las tasas de incidencia de letalidad, con el reporte alarmante de la cantidad de ingresos diarios en terapia intensiva en estado grave o crítico.

Para nadie es un secreto los enormes esfuerzos que debe hacer el Estado cubano en medio de la pandemia y de contra tratar de sortear el recrudecimiento de las medidas del bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por la administración estadounidense, para mantener la vitalidad del sistema de Salud.

No obstante, a todas luces, y a pesar de esas restricciones materiales se sigue asegurando  asistencia médica de primer orden. Ahí están los pesquisajes a viviendas y muchos de los colectivos laborales, así como los protocolos de tratamiento, tanto en los centros de aislamiento, como en salas de terapia intensiva. Del millar de pruebas de PCR que se hacía al principio de la pandemía, hoy sobrepasan las 20 mil, gracias a la extensión de la red de laboratorios de microbiología molecular con la creación de nuevas instalaciones en la gran mayoría de las provincias del país.

Cuba avanza a pasos agigantados en la validación de la efectividad de los cinco candidatos vacunales en distintas fases. Incluso, como se ha anunciado por nuestros especialistas e investigadores, es muy probable que antes de finalizar el año los cubanos todos estemos inmunizados.

Empero, las autoridades sanitarias y la dirección política y gubernamental del país insisten en que ahora mismo la principal vacuna sigue siendo las medidas de bioseguridad, y entre ellas, el uso del nasobuco, el distanciamiento social y el enjuague de las manos con soluciones cloradasresultan las más efectivas.

Por supuesto, hay que tomar conciencia de la necesidad de aumentar la percepción del riesgo. El virus está en la calle, acechando constantemente. Nadie puede saber dónde está. Luego, la mejor manera de evadirlo es evitarlo, porque puede agazaparse en cualquier molote a la espera del incauto al que infectar.

Por lo pronto, y como el orden debe entrar por casa, ya conminé a mi esposa a imponer el rigor de antaño.

Trabajo relacionado

Visitas: 3

Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *