Nada es tan pequeño
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La dedicatoria había sido escrita en tinta azul y decía: para fulano de tal, estas menudas cosas con las que vivimos y apenas vemos, Antón Arrufat. Aparecía en la segunda página del libro De las pequeñas cosas, la edición de 2007, hecha por Letras Cubanas.
Las palabras de Arrufat me sorprendieron tanto como el mismo texto, que años atrás había leído. Ahí estaban Elogio del cocuyo, La insidiosa errata, Trazo del jardín… Pero como las cosas no ocurren por gusto, y se hayan interconectadas, en ese momento también leía y editaba el libro La sencillez de la felicidad, del autor Pablo Guerra Martí, que fuera Premio Fundación de Fernandina de Jagua en 2019, en la categoría de cuento.
Las historias de Pablo son de un estilo surreal, por momentos tierno, gracioso, pero con un sustrato de dolor notable. Tan cargado de dolor a veces que uno termina preguntándose por qué algo tan decididamente severo se cuenta con esa poética mesura. Aquí hay una trampa, la trampa del escritor experimentado que está deslizando lo que desea comunicar sin utilizar el más leve altavoz. Un administrador de C-4 a todas luces, refiriéndose a hechos intrascendentes, si se quiere de poca monta, pero haciendo de las suyas.
Empecemos. Voy a referirme a tres cuentos, los que más me han gustado, y los que por supuesto, no olvidaré. Reina de espadas sobre fondo de oros es una historia bien manida, que se ha hecho ya de muchas maneras. Sin embargo, se puede leer como si fuera la primera vez. Jacinto, el hombre que ha asediado a la cartomántica por tantos años llega a la que sería la última consulta. Las preguntas que lo atormentaron por tanto tiempo eran un poco las de todos nosotros:
«Dicen las cartas que la muerte te persigue. ¿Y a quién no?, bueno eso no es lo que querías saber. Ahí está, ya lo veo, es un amor imposible, bueno ¿y quién no lo ha tenido? Traerá disgusto, llanto, lo dicen las cartas. ¿Que desde hace treinta años te estoy diciendo lo mismo? Ni que fuera tan vieja, ¿que no sé leer las cartas?, ¿que mire bien?, ¿a tus ojos?, ¿a las cartas? No, si ahora después de todos estos años viniendo todos los días parece que te has convertido en cartomántico; eso no funciona así, mira, las tiro, te miro, y qué me dicen, lo mismo, hablan de muerte, de un amor imposible, llanto, llanto… un hombre que va a morir en los brazos de una mujer…»
Y el hombre cae sobre la mesa, sobre la cartomántica, revelando con su caída el amor que siempre sintió por ella —ironía del autor—, pero a la vez señalándonos lo frágiles que somos frente a una vida llena de engaños, de temores, de alucinaciones. El otro cuento es Café doble, narración igualmente manida, aunque contada de una manera impecable.
El pobre viejo nunca ve el rostro de su hijo, quien siempre antes de irse le deja dinero para que se tome un café. Eso basta para que sepamos quién fue ese señor. Qué le hizo al hombre que prefiere no mirarlo.
Ahora el que más me gusta. El que más veo a mi alrededor: Entre la jungla y la ciudad. Una especie de homenaje a Rudyard Kipling, donde aparecen varios de los personajes de Mowgli, quienes se han transformado en hombres de negocios.
El planteamiento es brutal, pero no puede negarse que las cosas andan por ahí. Pienso en la habitación confortable con la que suele soñarse cuando queda atrás la juventud, lo cual es humano, normal. Pero aparece de nuevo el autor manipulando, haciendo gala de su trampa letal. La habitación confortable tiene mucho pecado detrás. Hasta el mismo Kipling se da cuenta y se le queda mirando.
Pienso en Antón Arrufat escribiendo sobre los cocuyos, los jardines, su estancia en Londres mientras visitaba la Galería Nacional y creaba su “selección personal” de obras. Son las pequeñas cosas que forman eso que le dicen felicidad. Lo que no vemos porque siempre está a nuestro lado y terminamos dándolo por sentado. Lo mismo que Pablo Guerra ha utilizado en el libro que propongo hoy a los lectores de 5 de Septiembre, y que el propio Samuel Johnson hace muchos años reconoció en la biografía que le escribiera el excelso escritor británico James Boswell:
Señor, nada es demasiado pequeño para una criatura tan pequeña como el hombre. Es mediante el estudio de las pequeñas cosas que alcanzamos el gran arte de tener el mínimo de desgracias y el máximo de felicidad posibles”.∗
*James Boswell: The Life of Samuel Johnson, Penguin Classics, New York, 1986. [Sir, there is nothing too little for so little creature as man. It is by studying little things that we attain the great knowledge of having as little misery and as much happiness as possible.]
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