Más allá del sol: una orden al servicio de la independencia de Cuba

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Sin lugar a dudas, una de las etapas más ricas de nuestra historia nacional lo constituye el proceso independentista del pueblo cubano contra el régimen colonial español. Referido a este proceso, en mi corta experiencia como historiador, he escuchado muchas veces una frase entre los investigadores sociales –asociados o no a la ciencia histórica– que ya se ha vuelto un viejo cliché: “que más se va a decir sobre las guerras emancipadoras de la Isla”. Me atrevo a expresar que queda mucho por decir y analizar. Con el paso de los años, los estudios centrados en esta temática abordan el quehacer de las figuras más relevantes en el ámbito militar u organizativo, los hechos sobresalientes y en las consecuencias bélicas, y dejan de un lado elementos de suma importancia en el entendimiento de esa idiosincrasia combativa que hoy forma parte de los genes de los nacidos en la mayor de Las Antillas.

La Guerra de los Diez Años (1868-1878), la Tregua Fecunda y la Guerra Necesaria (1895-1898), dieron paso al nacimiento de varias instituciones, como el Comité Revolucionario de Bayamo o el Partido Revolucionario Cubano, y la casi apoteosis de hombres, tales son los casos de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Serafín Sánchez Valdivia, José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez; elementos que enriquecen notablemente el patrimonio inmaterial de Cuba. No obstante, los treinta años de lucha también permitieron la creación de otras instituciones y la inmortalización de figuras no tan conocidas. Para confirmar tal hipótesis, podríamos referirnos a la Unión Republicana y la Hermandad del Silencio o a Gerardo A. Castellanos Lleonart, Martín Herrera y José Francisco Lamadrid, respectivamente. Pero estas líneas estarán dedicadas a una organización que los libros de Historia casi no dan tratamiento: la Orden Cosmopolita del Sol.

Su fundación se remonta a 1878, cuando el fin de la Guerra de los Diez Años condicionó un clima de desánimo entre los emigrados cubanos en los Estados Unidos de América y, en especial, de los residentes en Cayo Hueso. Durante los años de beligerancia los cubanos ubicados en el histórico peñón, habían colaborado intensamente con el gobierno de la República en Armas por materializar la abolición de la esclavitud y lograr la independencia de la Isla. Sin embargo, el incumplimiento se tradujo en la casi desintegración de la comunidad de cubanos allí residentes, pues algunos regresaron al territorio nacional esperanzados en el acatamiento de lo estipulado en el Zanjón; mientras que otros, se movieron hacia otras regiones de la Unión en busca de mejoras económicas para subsistir. Pese a ello, los pocos cubanos que se mantuvieron en Key West no desmayaron en esfuerzos para favorecer cualquier intento por reiniciar la lucha.

En medio de estas circunstancias históricas nació la Orden Cosmopolita del Sol, el 11 de agosto del citado año, por iniciativa del emigrado cubano José Dolores Poyo. Este, siete días antes, había convocado a un grupo de emigrados en su vivienda que, basado en lazos de amistad y en el compromiso con la Patria, decidieron crear una organización secreta para seguir trabajando en pos de la emancipación de la Isla. En esta primera reunión quedó elaborada y aprobada una constitución y una liturgia, que regirían los destinos de la misma. En tal sentido, la liturgia poseía una clara identificación con las liturgias masónicas y, al igual que en los preceptos de esta fraternidad, se fijó la edad de 21 años como la mínima para pertenecer a la Orden. Además de su creador, también participaron en esta reunión Manuel Delgado, Manuel M. Cordero, Francisco Mató, Gregorio Cruz y Antonio García. En la noche del 11 de agosto se constituyó de manera oficial y en el primer párrafo de su acta fundacional se consignó la elección de sus oficiales: Presidente: José Dolores Poyo; Primer Convencional Serafín –nombre en clave de un emigrado que, hasta la fecha, no se ha podido identificar su nombre verdadero–, Segundo Convencional Manuel M. Cordero; Secretario José Esquinaldo y Pérez; Tesorero Manuel Delgado; Ayudante Gregorio Cruz y Centinela Antonio García. Si se analiza la estructura presentada para administrar la Orden, también se puede observar una similitud con los diferentes puestos que existen hacia el interior de un taller masónico.

Otra semejanza con la masonería estuvo en los nombres simbólicos usados por cada uno de sus miembros. En la actualidad, solo se han podido confirmar la usanza de 33 nombres, entre los cuales sobresalen los de “Matanzas” por José Francisco Lamadrid, “Garibaldi” por Fernando Figueredo, “Jiguaní” por Calixto García, “Córdova” por José Rogelio del Castillo y “Conyedo” por Ramón Leocadio Bonachea; por sólo señalar algunos. Además, existen cuatro miembros que sus militancias han sido confirmadas, pero no sus nombres y ellos son Gerardo A. Castellanos Lleonart, Manuel de la Cruz, Ramón Cruz y Luis F. Gutiérrez.

Más allá de sus nombres simbólicos o el día escogido para su creación, poco se sabe de la Orden Cosmopolita del Sol. A ello se suma, que no se ha podido determinar la fecha del cese de sus funciones. Pese a ello, el historiador Gerardo Castellanos García –hijo de uno de sus miembros– afirmó que Máximo Gómez y Antonio Maceo, en su visita a Cayo Hueso, en septiembre de 1884, se auxiliaron en los trabajos organizativos desarrollados por esta organización para conseguir la concurrencia de los emigrados allí residentes al Programa de San Pedro Sula. Con anterioridad, el 28 de julio de 1883, en el interior de la Orden se había tomado uno de sus más trascendentales acuerdos, el cual dejaba muy claro la imposibilidad de un acuerdo con alguna idea que no contemplara la independencia de la Isla. Este histórico acuerdo fue reconocido como el Pacto Fundamental y en él se dejaba registrado:

Continuados los trabajos de la anterior, siendo las 12 m., el Hermano Lugareño [Manuel M. Cordero]propuso, debidamente secundado, que no sean iniciados en nuestra Orden individuos nacidos en el territorio español, excepto Cuba y Puerto Rico, con excepción de aquellos cubanos o puertorriqueños que habiéndose hecho ciudadanos de otros países, hayan vuelto a adquirir la ciudadanía española; así como tampoco, puedan ser iniciados los individuos que compusieron el llamado COMITÉ que intervino en el arreglo (…) del Zanjón en 1878, son los siguientes: Emilio Luaces, Rafael Rodríguez, Ramón Roa, Ramón Pérez Trujillo, Marcos García, Enrique Collazo y Juan Bautista Spotorno; cuya proposición después de discutida ampliamente, fue aceptada”.[1]

Quizás estos efímeros datos, más que para una reseña periodística, sirvan para reconocer no solo el quehacer independentista de sus miembros, sino también para darle un pequeño sitio en el altar de nuestra Historia. En el seno de la Orden, sus integrantes laboraron por mantener el incólume y perenne anhelo de la libertad. Sus sesiones fueron verdaderas asambleas revolucionarias, en las cuales, sin mucho ruido e innecesarias exaltaciones, se buscaban diversas fórmulas que permitieran un nuevo esfuerzo emancipatorio. Por otra parte, su liturgia fue un modelo de patriotismo y prevención ante la proliferación de ideas aisladas, que condujeran a alzamientos esporádicos en los campos de Cuba. Igualmente, constituyó la base para el establecimiento de otras instituciones más conocidas en Cayo Hueso y en el resto de las comunidades de emigrados cubanos de los Estados Unidos de América.


[1]Alpízar Poyo, Raoul: Cayo Hueso y José Dolores Poyo. Dos símbolos patrios. Imprenta P. Fernández y Cía, La Habana, 1947. p. 60.

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Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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