Lazos de amor perenne

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Por ti sufriré/ ¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!/ ¡Bendito sea el hacha, bendita la red,/ y loadas sean tijeras y sed!/, afirma en El fuerte lazo la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, figura imprescindible de las letras latinoamericanas en el panorama lírico de la primera mitad del siglo XX.

En esos versos, de los cuales se puede advertir que “jamás ha hablado en español, que yo sepa, así la pasión desnuda y ardiente”, según calificó Miguel de Unamuno la calidad de la autora, vuelven otra vez las miradas y reflexiones sobre el tópico del amor, que anualmente durante febrero deriva en acicate para desvanecer los males del mundo.

Para conocerlo, como enaltecía Ibarbourou en su poesía, hay que andar la dicha de vivirlo despacio, a plenitud, aunque en el camino para lograrlo haya que —invariablemente— pagar el precio de sufrirlo.

Lo cierto es que las emociones asociadas a él son en extremo poderosas; desafiando credos, cruzando fronteras, traspasando épocas…, porque el amor continúa imponiéndose como la razón principal de la vida humana, ya sea convertida en objetivo de ensueño para muchos o una pesadilla para otros. No importa bajo cuáles matices.

Entre las múltiples maneras que tiene el ser humano para manifestarlo, se alude muchísimo a su concepción altruista, altamente valorada debido al apego del individuo hacia el cultivo de la espiritualidad, sin potenciar en demasía los deseos carnales, semejante a la catarsis evidente exhibida por la uruguaya en sus estrofas.

Con este tipo de amor, que tanta falta le hace al mundo hoy día, se procura el bienestar de la otredad sin segundas intenciones ni dobles raseros; donde prevalece la colaboración y se desecha la competitividad.

Por desgracia, es innegable que en el presente descuella otra forma de representarlo, rozando los excesos y la desmesura cuando las personas solo se conforman con amar lo que fueron, explayarse con lo que son o con aquello que ambicionan ser.

No obstante, a fuer de sincero, hay que seguir el curso de la existencia y aprovecharla al máximo, como enuncia la rapsoda en otra de sus estrofas memorables: Tómame ahora que aún es temprano/ y que tengo rica de nardos la mano!/ (…) Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca/ y se vuelva mustia la corola fresca/.

Perdamos el temor o la incertidumbre de amar y ser amados, y aprendamos entonces a manifestarlo del modo más naturalmente humano posible. Bajo el estandarte del deseo pasional o en la proximidad emocional que nos une a nuestras familias. Aprovechemos el júbilo que ello nos proporciona. Hagámoslo posible, imperecedero.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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