La planta eléctrica de O’Bourke

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Como si precisara una fecha bien memorable para despedirse, el 31 de diciembre de 2000 la planta eléctrica de O’Bourke generó 108 megawatts/hora y apagó para siempre su última turbina.

Había transcurrido medio siglo y unos meses desde su inauguración oficial, el domingo 23 de abril de 1950, como parte de los festejos de Cienfuegos por su cumpleaños 131.

Para la ocasión había llegado la víspera a la Perla del Sur un centenar de ingenieros nacionales, invitados especialmente al estreno de la nueva industria generadora, propiedad de la Compañía Cubana de Electricidad (CCE), a la cual en un noble arranque de chovinismo provinciano la prensa local calificaba como la más moderna del país.

Después que la Banda Municipal interpretara el himno de Bayamo la señora Herminia Vidales, esposa del alcalde en funciones, Pedro Fernández Pollán, cortó la cinta inaugural y el reverendo padre Sebastián Marquigui, párroco de la catedral cienfueguera, bendijo la fábrica de energía.

Tras un recorrido por las instalaciones hubo discursos de Bienvenido Rumbaut, presidente del Ateneo, y el ingeniero Braulio Muñecas, en representación de la directiva de la compañía. Un bufete, con categoría de espléndido según los informadores, epilogó la inauguración, reseñada por Adán Ross para toda la provincia de Las Villas a través de las ondas de la emisora Radio Tiempo.

La crónica social engordó cinco párrafos con la relación de los miembros de las clases vivas cienfuegueras presentes en la apertura. Al propio tiempo criticó la ausencia del pueblo llano en el estreno de una obra que iba a beneficiar a la comunidad. Reseñó además la cobertura periodística de la ocasión, en la cual estuvieron presentes los enviados del Diario de la Marina, El País, El Crisol, Información, Avance, Prensa Libre, Havana Post, Mañana, Pueblo, Noticiero Nacional, Carteles y Alerta. Roberto González y Humberto S. Pérez, cubrieron el suceso para El Comercio y La Correspondencia, respectivamente.

Poco más de una caballería de tierra perteneciente a la finca Nuestra Señora de Regla, a pesar de la lejanía geográfica perteneciente al barrio de Caunao, sirvió para el asentamiento de la planta eléctrica de O’Bourke, cuya edificación fue contratada a la Frederick Snare Corporation. La empresa constructora designó para dirigir las obras al joven ingeniero cienfueguero Ignacio Silva, quien contó con Saturnino Mesa en calidad de superintendente, mientras su colega Félix Antonio Martell fungía de inspector general a nombre de la CCE. Al cuerpo técnico fueron agregados otros cinco ingenieros practicantes enviados a familiarizarse con este tipo de labor, entre ellos tres hijos de la ciudad: René Curbelo, Francisco Ross y Ángel del Hierro.

A 205 ascendía el número de trabajadores que participaban del fomento industrial en la margen norte de la bahía de Jagua.

Iniciada la inversión a mediados de agosto de 1948, el 2 de febrero del siguiente año El Comercio publicó un extenso reportaje sobre el avance de las obras, del cual tomo muchísimos datos de interés para hacer un retrato tecnológico de la industria.

“La planta de O’Bourke comparada con el artefacto vetusto de Prado y Dorticós luce una maravilla”, exponía el diario de los Aragonés en referencia a la generadora eléctrica levantada en esa céntrica esquina en 1912, y sobre cuyas ruinas se levantó la actual bolera a principios de los 90.

El edifico principal, dedicado a los generadores, tenía un área de 87 pies por 83, con 60 de altura, distribuida en tres niveles. La construcción a base de acero, cemento y amianto podía resistir vientos de hasta 160 millas por hora. La casa de control, el almacén auxiliar y una vivienda para el superintendente completarían el conjunto fabril, según el proyecto.

Par de generadores de 15 toneladas de peso más dos turbinas de 23, constituían el corazón de la industria, cuya capacidad productiva se anunciaba en 12 mil 500 kilowatts, el doble de la anciana usina del Prado.

Las calderas producían 70 mil libras de vapor por hora, a una presión de 425 por pulgada y elevaban la temperatura del agua hasta los 750 grados Fahrenheit.

Diseñada para quemar petróleo crudo, O’Bourke disponía de un muelle para el atraque de barcazas y dos tanques de almacenamiento de combustible de 100 mil galones cada uno. Generaba una potencia eléctrica de cuatro mil 100 voltios, que los transformadores de la correspondiente subestación podían elevar hasta 33 mil, parámetro con el que pasaba al sistema de distribución de la compañía, extendido desde la provincia de Pinar del Río hasta la de Camagüey.

Entre sus novedades técnicas destacaba el funcionamiento automático de sus calentadores, operados mediante un sistema de control de la combustión.

De un presupuesto inicial calculado en dos millones 375 mil pesos, ya para aquella fecha la cifra ascendía a tres millones 275 mil.

Tras su nacionalización en 1960 la planta fue rebautizada con el nombre de Dionisio San Román, jefe de los marinos sublevados en Cayo Loco el 5 de septiembre de 1957. Luego en sus cercanías fue edificada la central termoeléctrica Carlos Manuel de Céspedes, cuya primera fase (tecnología checa) data de 1969 y la segunda (japonesa) de una década más tarde.

La vieja industria desactivada justo con el fin de siglo y milenio hospedó entonces en sus entrañas a un laboratorio de combustión, perteneciente al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.


Nota: el autor agradece la colaboración del ingeniero Héctor Zamora González.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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