Hurto en la báscula
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Oh, báscula, ¡maldita báscula! En ese artefacto que los cubanos llamamos comúnmente pesa y está en las bodegas, placitas, mercados agropecuarios y, por supuesto, en las poco controladas ferias populares nos hurtan abiertamente, ante nuestros propios ojos.
Nos roban los estatales, pero igual los privados, aunque a estos últimos no les haga falta una pesa, porque lo hacen, abiertamente, mediante sus precios y la mala calidad de algunos productos.
Y… ¿algo podemos hacer ante el tema de la báscula? Nada, porque el despojo está demasiado subrepticio.
Hay cosas que jamás se olvidan. Un vecino, muy conversador por cierto, cuya vida se la llevó la Covid-19 con demasiada rapidez, un día me contó que había comprado varias libras de arroz del que denominan liberado “para empatar el mes”, a un precio considerable, propio de la inflación cada vez más galopante. Cuando caminó con la jaba —fiel acompañante del cubano— sintió que pesaba poco. Llegó hasta un establecimiento comercial donde se encontraba un amigo suyo. Le pidió que le pesara el cereal, y vaya sorpresa: le faltaban nada menos que tres libras.
Regresó al punto de venta donde lo adquirió y le reclamó al revendedor (porque salvo muy raras excepciones no se trata de un simple vendedor que produce lo que oferta). Un lenguaje ininteligible y una mirada solo dirigida a la pesa le proporcionaron la seguridad de que le había hurtado. Ni corto ni perezoso el oportunista de turno agregó tres libras y con rostro de cínico se atrevió a preguntar: ¿Satisfecho?
Lo que le respondió el afectado es mejor no narrarlo, por respeto a quien lee estas líneas.
No ha existido una ocasión en que yo me separe complacido y seguro de la honestidad de quien manipula la pesa. Siempre me marcho con la duda de si me hurtaron o no, y también con la apreciación de que quien realiza la comercialización cree que hace un favor y actúa como tal. ¿A usted le ha sucedido igual?
Cierto es —las verdades no deben ocultarse— que en cuestión de pesajes estamos como la vaquita Pijirigüa, “a la antigua”. Esos quipos de medición tienen muchísimos años de uso continuo, están desfasados por completo y además de merecer el interior de una vitrina de museo, desde el punto de vista de la Metrología no garantizan uniformidad ni confiabilidad de las mediciones. O sea, que en términos reales Cuba, en ese campo, se ha quedado detrás. Solo se aprecian las “modernas” y fieles básculas digitales en los mercados en moneda libremente convertible (MLC) y algunas otras unidades específicas, de esas que se salen “del montón”.
En las que acude la población en el día a día: bodegas, carnicerías…, por solo citar dos ejemplos, persisten como reliquias sobre el mostrador las de bandeja y un pedestal en cuyo extremo se colocan anillos con diferentes medidas de peso. Eso no quiere decir que no resulten utilizables los equipos viejos, pero el mundo cambia y lo que tiene algún impacto directo en los consumidores debió a través del tiempo —y debe— tener una mayor prioridad.
A todo eso hay que sumarle los altísimos precios que tiene cualquier producto, incluyendo por supuesto, los vendidos a granel. Entonces, el hurto se multiplica. Mayor ganancia “queda para adentro”, o sea para el que revende, sin que quien compra reciba realmente la cantidad pagada. ¿Por qué se permite? ¿Es acaso que estamos precisados a convivir con la impunidad manifiesta?
¿Quién determinó que un bote plástico de helado o un jarro de aluminio son medidas para pesar? Quizás sea demasiado absoluto, pero esos son inventos puramente cubanos, a los cuales nadie les ha puesto coto. ¿Cada cuánto tiempo se verifican por la entidad correspondiente las viejas básculas? ¿Cuántas comprobaciones por la vía comparativa hacen los inspectores en una feria popular?
¿Hasta cuándo “coquetearemos” con el Sistema Internacional de Medidas (SIM), que tanto facilita las actividades comerciales, entre otras? ¿Y por qué seguimos “amarrados” a la libra y la onza? ¿Será porque esas básculas añejas solo miden en esas unidades de masa y no nos acabamos de adaptar a la conversión?
¿Algún día podrá invertirse en la adquisición de las electrónicas o serán una eterna quimera? ¿Podría establecerse o resurgir donde existieron alguna vez los puntos de comprobación del peso con al menos un equipo fidedigno a toda prueba? ¿Por qué mantener durante tantos años, sin que se avizore solución alguna, la actitud de que “no hay peor ciego que quien no quiera ver”? El que convive con un problema y tiene alguna responsabilidad en él, se convierte de hecho en cómplice.
A buen entendedor, con pocas palabras bastan. No olvidemos: se debe cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Personas más emprendedoras, para calificarlas de algún modo, se han hecho acompañar de una pesita portátil digital y comprueban lo que les despachan. Es una actitud adecuada y acertada, aunque las más de las veces sea reprochada por los revendedores y hasta por no pocos pobladores pusilánimes, que prefieren callar, aguantar y no protestar ni actuar jamás, como si el dinero les cayera del cielo como lluvia en primavera y nada les lastimara regarlo.
El daño al cliente ya pesa demasiado, mientras la nulidad de la actuación de las autoridades vinculadas se hace cada vez más evidente.
Mientras, ¿cómo quedamos usted y yo frente a la báscula “ladrona”?
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Muy bueno el articulo, como bien se plantea en la mayoría de los establecimiento se roba y no hay pesa digital para verificar y cuando uno lleva su pesa pues resulta que la tuya no es confiable, la de ellos si pero no tienen el certificado de calibración.
los inspectores brillan por su ausencia y los bodegueros y administradores cada dia tienen un mejor nivel de vida , mayor que la de un universitario, pero eso lo sabe y ve todo el mundo y no pasa nada.
seria bueno un articulo sobre el tema del agua, realmente nuestros periodistas tienen tela por donde cortar, aplausos para los valientes que empuñan sus tijeras.
No sé que tiene la báscula de mi bodega que siempre le falta peso a los productos unas veces más otras menos pero siempre por debajo