El son, Patrimonio de la Humanidad: su devenir en Cienfuegos

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En día pasados, recibimos la noticia, que otro género auténtico cubano se declaraba Patrimonio de la Humanidad: nuestro son. Género centenario, que ha transcendido con enorme vitalidad. Fueron sus orígenes en la década del 20 del pasado siglo XX, y se podía ejecutar con instrumentos de cuerda pulsada como el tres, y combinando este con otros cordófonos como la guitarra; o con ambos y varias especies de percutientes. Al mediar la década se fueron fijando ciertos patrones en las agrupaciones ya sea porque tocaran en baile o porque grabaran discos. Las grabaciones discográficas fijaron en el género, el formato instrumental, el modo de cantar, de tocar el tres, de sonar el cornetín o la trompeta, la prevalencia del bongó como  factor  rítmico,  y  otros. Estos instrumentos conformaron el sexteto, más tarde se le incorporó una trompeta y se convirtieron en septetos.

En Cienfuegos no sucedió diferente, en esas primeras décadas se ha podido constatar la existencia de 35 conjuntos de este tipo en la región, lo que denota el auge alcanzado por ese género. No obstante, según se comprobó en los medios de prensa de la época, los prejuicios raciales imperantes. La mayoría de los que integraban este tipo de formato sonero, eran negros, lo que significa también que tuvieron algunos impedimentos en tocar en lugares como el Casino Español, el Yatch Club y el Club de Cazadores, donde los músicos tenían que entrar por atrás, subir, tocar e irse por el mismo lugar. No podían compartir con el público. En otros espacios como el Club Minerva, en el barrio de Caunao y en algunas casas particulares, sucedía de manera diferente.

En la ciudad viste de largo este género, el aún vigente conjunto Los Naranjos, que mantiene un repertorio eminentemente tradicional, aunque es importante destacar que por aquellas primeras décadas del siglo XX, el mejor sexteto de la región era el famoso Ron San Carlos.

A medida que pasaba el tiempo se hacía más habitual la participación de estas agrupaciones en banquetes, celebraciones de bodas, juegos deportivos, regatas, tertulias-té danzantes. En cada festividad siempre tocaba un conjunto sonero.

Otro espacio de socialización de esta música fueron los principales teatros y cines de la ciudad, donde se ofrecían espectáculos tanto de artistas locales, como de los que llegaban de la capital cubana y de otros lugares del mundo a probar su éxito en una de las principales plazas artísticas del país.

Otro formato que popularizó el género fue el de charanga (piano, violines, contrabajo, flauta, güiro, timbales o pailas). Entre las más conocidas estaban la Universal de Vives, la orquesta Revelación y, aunque por poco tiempo, la Rítmica del 39, antecedente directo de la Aragón. De origen norteamericano hacen su aparición del jazz band, con percusión cubana (en que era sustituido el drum por güiro, paila y, en su momento por la tumbadora). En este formato prevalece la cuerda de metales con saxofones, trompetas y trombones. En Cienfuegos las más famosas eran la Cienfuegos Jazz Band, de Periquín, la de Roberto Argudín y la de Manolo García. Años más tarde surgiría la de Bartolomé Maximiliano (Benny) Moré.

Las sonoridades soneras de sextetos, septetos, conjuntos, charangas y jazz bands lograron en Cienfuegos una particular manera para interpretar y crear géneros diversos.

Entre los músicos de la ciudad y región cienfuegueras que lograron obtener un lugar relevante en el panorama musical popular nacional se encuentra Rafael Ortiz. Integró el sexteto Ron San Carlos y, con posterioridad, el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, a quien sustituye como su director en 1969.

Si se estudia el momento musical cienfueguero de las primeras décadas de esplendor del son, se podrá comprender que era el ambiente cienfueguero el que recreaba el ritmo y producía una sonoridad nueva y diferente.

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Alegna Jacomino Ruiz

Doctora en Ciencias Históricas

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