El billonario y el fiscal
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Billions (Showtime, 2016-actualidad), creada por Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin, resulta el típico ejemplo de la serie televisiva que marcha involutivamente de más a menos.
Prendado en sus inicios por su densidad narratológica, la estereoscópica configuración de personajes cuya taxonomía conversa de los infinitos mecanismos psico-emotivos de la especie, el tono, el ritmo y los subtextos, creí estar viendo una conciliación televisiva del potente cine setentero con el espíritu de quebranto moral y comentario social desprendido de películas como El lobo de Wall Street o Los hombres de la compañía. Por añadidura, bien narrada, mejor actuada.
Pero, al decurso de los episodios y la acumulación de grasa en guiones que engordaban progresivamente desapareciendo el prometedor músculo apertural; y sobre todo ahora, ya finalizada la segunda temporada, albergo serias dudas de hacia dónde quieren caminar sus creadores.
El principal valladar radica en que la serie alargó demasiado, sin llegar a puerto, el conflicto eje de la disputa judicial, humana, nada ética entre el fiscal Chuck Roades encarnado por Paul Giamatti y el billonario Bobby Axelrod asumido por Damien Lewis (ambos en composiciones notables). Esa necesidad manifiesta del material de procurar puntos de equilibrio en la conformación moral de los personajes antagónicos habla menos de invocar la naturaleza dual del ser humano que de echar sobre la mesa las cartas con que expandir aun más este “duelo de titanes”, con todo cuanto la índole individualista del enfrentamiento contribuya a perder la posibilidad dorada que tenía Billions de articular un agudo examen -merced al reposo necesario de 24 capítulos para argumentarlo a placer-, sobre la degradación del mundo corporativo financiero en EE.UU.
Sí, habrá una tercera temporada a estrenarse en enero de 2018. Mas, creo, la teleserie debió delimitar desde más temprano el radio de sus intenciones, aun difusas de momento pese a haber concluido par de seasons.
Es una pieza atractiva, de nervio, con un Giamatti de rechupete (me quedé esperando que su linda esposa Wendy lo orinase otra vez en sus jueguitos de dominación, pero, bueno, fue el tradicional inicio epatante de tanta serie de Showtime, para engolosinar), diálogos de sustancia y una personalidad visual que la distingue dentro de la avalancha de productos análogos. No obstante, le falta ese algo más definitorio que ojalá encuentre, para bien de sus espectadores. Tiene madera, solo le resta un concienzudo trabajo de carpintería.
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Porque hay lluvia dorada y todo incluida??? jejejejejej.. Me gusta mucho paul Giamatti, también actor freak de Hollywood, pero muy versátil con gran cantidad de caracterizaciones siempre más allá de lo efectivas.