De estilos, géneros y bailes: nuestros orígenes musicales, siglos XVIII y XIX

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El siglo XVIII distinguirá a la música cubana por un exquisito sentido de la elaboración. Es el despertar de la música clásica con el que fuera su primer compositor: Esteban Salas y Castro. Este músico fue el verdadero punto de partida entre la música popular y la culta, con evolución coexistente de ambas.

Salas tiene el mérito de haber ofrecido modelos al cubano —en el período de formación de sus gustos— que explican la persistencia de modalidades de estilo en la producción de compositores del siglo XIX que marcaron el criollismo sonoro de la Isla. Fueron sus continuadores Juan París y Antonio Raffelín; este último compositor sirvió de puente entre la música hecha y oída en Cuba y un clasicismo cubano que surgía como tránsito hacia la producción nacionalista de Manuel Saumell. Eran los cimientos de un nacionalismo que ya bullía en el alma de la nación.

En el decurso del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, el gusto musical de los criollos blancos y europeos asentados en Cuba, estuvo orientado hacia los géneros europeos. Uno de los que alcanzó mayor difusión fue la tonadilla escénica, de la cual nació el teatro bufo cubano. Se componían también tiranas, boleros y seguidillas para los espíritus frívolos; sonatas y arias, para los buenos aficionados. Mientras la música conquistaba posiciones en las clases privilegiadas, los negros eran vendidos en lotes de instrumentos y muebles. La sensibilidad del cubano se refinaba, no se trataba de la existencia de una verdadera cultura; pero la música ya se introducía en las costumbres del pueblo.

El cancionero de la población negra y mulata era practicado en los cabildos, las casas, las calles, los trabajos, las fiestas, o en cualquier lugar donde estuviera presente esa población. Células de origen africano se fundieron con los géneros musicales europeos más gustados para ser transculturadosy dar origen a la música cubana. Este proceso lo encontramos visiblemente en la contradanza, en sus inicios, francesa, que, con el paso del tiempo sellaría sus rasgos cubanos.

Un notable número de franceses habían arribado a nuestra Isla. Con ellos llegaron sus costumbres, hábitos y tradiciones. Una parte importante de estos colonos franceses compraron esclavos africanos para que trabajaran en sus plantaciones. Contradanzas, minuets, gavotas, passepied, se escuchaban y tocaban en la casa del amo.

Todo el profesionalismo que se concentró en los esclavos de los franceses condujo, años después, al desarrollo del criollismo en cuestiones musicales. Es por ello que la contradanza francesa se transformó en una forma de caracteres netamente cubanos y se convirtió en el primer género capaz de soportar triunfalmente la prueba de la exportación. El ritmo empleado en su acompañamiento fue el ritmo de tango (1) o ritmo de habanera, los cuales eran bien propicios para el baile. Aproximadamente en unos 50 bailes públicos cotidianos en La Habana —según estimó el cronista Buenaventura Ferrer en 1798— se bailaban la contradanza y el minuet. En los intermedios, el zapateo, el congó, el bolero y la guaracha, y cuando la fiesta no era de asistencia muy distinguida se coreaban canciones arrabaleras como El Cachirulo, La Matraca y La cucaracha.

Para fines del siglo XVIII piezas cubanas como La Guabina muestran variedad de influencias andaluzas, extremeñas, francesas o africanas. La romanza sentimental cantada en los salones de París, nos legó la canción como género. Constituye La Bayamesa, de Céspedes y Fornaris, el esplendor de canción que mostró la cubanidad de una época.

Marcan la década inaugural del siglo XIX las primeras publicaciones sobre música; tal es el caso del primer periódico musical de Cuba: El Filarmónico Mensual. La demanda de la música era lo bastante regular como para fomentar sociedades, sostener profesores, crear periódicos y alentar un acelerado comercio.

El baile popular de principios del siglo XIX fue el crisol donde se fundieron, al calor de la invención rítmica del negro, los aires andaluces, los boleros y coplas de la tonadilla escénica y la contradanza francesa, para originar cuerpos nuevos. Surgieron pequeños conjuntos de guitarras y bandolas que interpretaban canciones populares o posiblemente sones. La guitarra retomaba su primacía luego de haber sufrido abandono por la preferencia hacia el violín. Aquellos conjuntos, más o menos, son los mismos que todavía se escuchan en los bailes de pueblo. Fueron los creadores de una música mestiza, de la que toda raíz africana pura —en cuanto a melodías y ritmos rituales de percusión— ha quedado excluida.

Nota:

(1) Bachiller y Morales da el nombre de tangos a todas las danzas callejeras de esclavos.

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Alegna Jacomino Ruiz

Doctora en Ciencias Históricas

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