Constitución de Jimaguayú: la independencia en ley

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A 130 años de la Constitución de Jimaguayú, sigue siendo un principio de nuestras leyes no negociar la soberanía ni la independencia de la Patria

Era un humilde bohío de yagua y guano de la región de Jimaguayú, Camagüey. Alrededor, solo unas casas de tablas de palma. En los últimos días, el polvoriento camino había estado más transitado de lo normal.

Cerca, las tropas mambisas bajo el mando del Generalísimo Máximo Gómez se encontraban vigilantes, para que nadie pudiera entorpecer la realización de una asamblea histórica. Hacía casi siete meses Cuba estaba en guerra, en una Guerra Necesaria, como la definió José Martí, su principal organizador e ideólogo de la República, que renacería en Jimaguayú.

Todavía, a esta altura, para algunos pudiera parecer inusual, en medio de una guerra, detenerse a pensar y debatir sobre cómo organizar la República. Sin embargo, los cubanos ya lo habían hecho en Guáimaro, en Baraguá, y ahora volvían a creer necesaria una Constitución para la República en Armas.Enrique Loynaz del Castillo, autor del Himno Invasor y cronista de ese momento, describió: «El sol es fuerte sobre los campos de Jimaguayú y la claridad repleta de la histórica llanura. Apenas hay unas casas de guano y tablas de palma que sirven lo mismo para descansar, que para los más duros debates».

El lugar lo escogió el viejo Gómez. Hacía 22 años, por estas tierras, había caído el Mayor General Ignacio Agramonte, redactor de la Constitución de Guáimaro. Pero también, el hecho de que 20 cubanos estuviesen reunidos para organizar una República constituía un homenaje a Martí, a sus esfuerzos para volver a luchar por Cuba, por los cubanos.

De no haber caído el Apóstol en Dos Ríos, aquel trágico 19 de mayo, hubiera sido electo Presidente del Consejo de Gobierno. Era lo que quería la mayoría, era lo que se había ganado con la fuerza del ejemplo.

Pero ya Martí no estaba, eso pudo dificultar un poco que los constituyentistas comprendieran cómo él lo tenía pensado, cómo terminar aquella vieja rencilla entre mandos civiles y militares que le hicieron mucho daño a la Guerra Grande. Ya lo habían palabreado en la controvertida reunión de La Mejorana, los tres grandes de la Guerra, y Martí, con ese dominio increíble de su pluma, sintetizó: «El Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representado».

Sabía, porque había estudiado los errores del pasado, que Cuba necesitaba una Constitución para la Guerra. La Constitución tampoco reflejaba el profundo pensamiento antimperialista martiano, ante el creciente peligro que representaba Estados Unidos para la independencia de Cuba, y eso pudo influir en hechos que se sucedieron en los años siguientes.

Al decir del historiador Eduardo Torres Cuevas: «cada Constitución mambisa respondió a una etapa y un momento diferente. La de Jimaguayú tiene la característica de que ya se tiene la experiencia de diez años de guerra y ha estado el pensamiento organizador de José Martí en todo el proceso: hay un Partido Revolucionario Cubano, un periódico Patria, los discursos y el trabajo organizativo de Martí. La Revolución del 95 necesita también su Ley de leyes».

UNA CONSTITUCIÓN PARA LA GUERRA                      

Estaba planteada la disyuntiva nuevamente, el poder civil ante el militar, una Constitución para la paz o para la guerra. Antonio Maceo quizá tenía razón en su propuesta para llevar adelante la contienda, pero sobre aquellos 20 hombres retumbaban el totalitarismo y el caudillismo, fenómenos que marcaron la Guerra Grande.

La segunda tendencia a debate, con un «fuerte acento martiano», como explican Eduardo Torres Cuevas y Reinaldo Suárez Suárez, en su Libro de las Constituciones, pretendía «crear la República en medio de la guerra, en referencia a la necesidad de mantener un proceso democrático ante el temor de que pudiera repetirse el clásico caudillismo latinoamericano devenido, en muchos casos, dictadura militar. La tercera posición la representaban los camagüeyanos, seguidores de Gaspar Betancourt Cisneros, que postulaban un sistema, que en gran medida, era una repetición del de Guáimaro», aunque como sentencian estos dos historiadores, esa vieja discusión no era lo que en esencia significaba y sentía la mayoría del movimiento revolucionario.

La Asamblea decide un receso y hasta le consultan a Gómez, entonces General en Jefe de las tropas, por designación del Partido Revolucionario Cubano, quien tenía tanta moral que su respuesta cambia el rumbo de los debates. Enrique Loynaz propone una solución, la creación de un Consejo de Gobierno que una los poderes ejecutivo y legislativo. La Asamblea también aprueba mantener el cargo de General en Jefe y no pone oposición al nombramiento de los jefes designados durante la guerra.

Sin embargo, Salvador Cisneros insiste en conseguir influencias del Gobierno en el aparato militar, es así como se llega a que el poder ejecutivo puede influir en decisiones armadas en caso de «realización de fines políticos».

Finalmente están listos los 24 artículos de la nueva Carta Magna, que según los criterios de los especialistas, no captó en toda su extensión la idea de Martí, pero aquella hoja de 70 centímetros de ancho por 90 de alto, con el escudo de la República en Armas en su parte superior y las veinte firmas debajo, con una caligrafía ligeramente inclinada hacia la derecha, era más que un documento legal, era la expresión en ley de la voluntad de los cubanos de ser libres: «solemnemente declara la separación de Cuba de la Española y su constitución como Estado libre o independiente con Gobierno propio por autoridad suprema».

Es en Jimaguayú donde, también, frente a las tropas mambisas formadas, Gómez recibe su nombramiento como General en Jefe, toma la bandera de manos del recién electo presidente Salvador Cisneros y de Enrique Loynaz del Castillo. Levanta la enseña nacional, y hace un juramento que cumplió cabalmente: «defender la independencia de Cuba hasta vencer o morir».

Aunque solamente tuvo validez por dos años, la Constitución de Jimaguayú fue el ejemplo de que se podía legislar para la guerra sin afectarla, y de lo importante que era la unidad para lograr la victoria frente a un enemigo varias veces superior en armas.

UNA CONSTITUCIÓN QUE TRASCIENDE SU ÉPOCA

En Jimaguayú se redactó una Constitución para la Guerra, tuvo un periodo de validez corto, exactamente a los dos años se volvieron a reunir los cubanos para redactar otra Carta Magna, y aunque en La Yaya se retrocedió en varios de los problemas que ya se habían resuelto, la Ley de Leyes de 1895 trasciende su época y deja principios irrenunciables para el constitucionalismo cubano 130 años después.

Y es que los cubanos, por idiosincrasia, desde el proceso de formación de la nacionalidad, hemos defendido, de una forma u otra, la soberanía y la independencia. Justamente por eso en Jimaguayú quedó escrito, en el artículo 13, que el tratado de paz con España debía tener, precisamente por base, la independencia absoluta de la Isla de Cuba.

Esto cerró las vías a la traición y a claudicar antes de conseguir la independencia. Cerró las puertas a otro Zanjón que terminara la guerra sin conseguir libertad.

Es este, precisamente, el espíritu de Baraguá, del Baraguá de 1878 y del Juramento del 19 de febrero de 2000, a resistir y vencer, ya no solamente en el campo de las armas, sino también en el de las ideas.

Herencias de ese principio de Jimaguayú son también el de no negociar jamás la soberanía y la independencia, el de no ceder ni negociar bajo presión, y lo es la decisión mayoritaria de este pueblo de declarar irrevocable el socialismo, como única vía para mantener y defender el camino de la independencia que los padres fundadores iniciaron y recorre esta nación, aún en las más difíciles circunstancias.

En Cuba, la independencia es principio y palabra de ley.

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Granma

Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Fundado el 3 de octubre de 1965. Disponible en la web como diario desde julio de 1997.

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