Claudia es latido de esperanza

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Dicen que toda vocación es un llamado de Dios. La inclinación de Claudia Parrado Hernández por una carrera proclive a analizar procesos marcó su predestinación:

“Cuando terminé el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas Carlos Roloff, solo puse en mi boleta Ingeniería Industrial; lo otro que me gustaba era Diseño Industrial, pero falté a una de las cuatro pruebas de aptitud que requería tal especialidad.

“Así comencé mi carrera aquí en la Universidad de Cienfuegos (UCf); simultáneamente mis padres quedaron interruptos en la emisora y surgió la idea del restaurant. Como yo estudiaba aquí mismo, pude alternar mis estudios con la vida laboral, por eso desde los 17 años trabajo”.

¿Cómo relacionaste tus funciones en el rol estudiante de Ingeniería Industrial, con la función por cuenta propia?

“Asistía a clases por la mañana y a las 12:00 venía corriendo; mi papá y un primo laboraban en la cocina, y mi mamá y yo en el salón. Los profesores me preguntaban cómo podía; incluso en los dos primeros años cuando había asignaturas muy difíciles como Cálculo y Física, yo llegaba aquí y ponía los libros en una esquinita y estudiaba mientras servía”.

¿Y qué pasó luego de vencer esas asignaturas básicas?

“Fue todo más fácil, pues a partir de tercer año, al recibir materias propias de mi especialidad las aplicaba aquí, tanto Seguridad del Trabajo, como Calidad de los Servicios, entre otras. Hicimos cambios basados en eso; yo traía conocimientos de cómo debía ser la ventilación y llegamos a quitar el techo para hacer un canal de aire; todo lo que aprendía lo aplicaba y eso ayudó a convertir la casa en un negocio. Mis trabajos de curso eran sobre eso.

“Posteriormente, en quinto año, hice mi tesis aquí de Calidad en los Servicios; fue un trabajo más profundo, con muchas encuestas. Luego vino mi primera maestría en Ingeniería Industrial y basé mi investigación en servicios de calidad genéricos, o sea, no solo de atención al cliente; incluía infraestructuras y procesos, basados en la metodología SEIS-SIGMA, abarcadora de cosas que el visitante no ve”.

El claustro de profesores de la facultad de Ingeniería de la UCF se vincula al Centro de Estudios de Energía y Medio Ambiente (CEEMA), que tras dos décadas de labor se consolida como colectivo académico y líder de la eficiencia energética en Cuba. De tales vínculos surgió la segunda maestría de Claudia:

“Durante esos estudios aprendí muchas cosas que no se profundizan en el pregrado, y como en mi departamento soy la que abordo el cuentapropismo, me propuse investigar cómo podría desde mi perspectiva, ayudar incluso al medio ambiente, y esta vez la tesis fue un proyecto para el uso de paneles solares en esa modalidad. La muestra incluyó tres establecimientos: Las Mamparas, Big Bang y Doña Nora. Las conclusiones y recomendaciones fueron favorables para el ahorro energético del país y la gestión medioambiental del territorio”.

¿Qué te gusta más, evaluar procesos de servicios o de producción, y cuál es el papel del ingeniero industrial en ambos casos?

“Me placen los de servicios, porque tienen más variabilidad, según cada cliente. El ingeniero industrial es un especialista en procesos; su preparación posibilita evaluar lo que hace el ingeniero mecánico, el eléctrico o hasta alguien de las ciencias humanísticas, en pos del bienestar del proceso.

“No hay cultura en nuestro país de ese concepto; si nuestro perfil incluye probabilidades, estadísticas, y otros temas afines, por qué no evaluar todos los parámetros de calidad con este personal; eso conlleva a frustraciones. No es mi caso, pues desde que empecé apliqué los conocimientos académicos”.

¿Por qué la decisión de ser profesora?

“Me gradué en 2016 y doy clases por placer; me gusta que los estudiantes aprendan lo mismo que yo. Imparto asignaturas de cuarto y quinto año, que son las propias de la especialidad. De esa forma soy una profesional realizada”.

Claudia es una joven de estos tiempos, regocija palpar en las nuevas generaciones una especie de amalgama de academia con urgencias pragmáticas, máxime cuando el nombre de Las Mamparas, típicas de casas coloniales, en el emblemático Prado sureño, aportan impronta de cienfuegueridad a la historia.

Nuestros parabienes para iniciativas contemporáneas; una nueva identidad social adquieren los jóvenes, interacción dinámica entre el individuo y su escenario más amplio. Cuando la historia es respaldada por conocimientos académicos la praxis es prometedora y constituye un latido de esperanza.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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