Caso Gancho (III y final): un careo en el Coliseo

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Acusado de la muerte de la niña venezolana Margarita Urdaneta, ocurrida en medio de la reyerta entre simpatizantes y enemigos de la Revolución cubana, en la media tarde del lunes 26 de septiembre de 1960 en el restaurante neoyorkino El Prado, el cubano Francisco Molina del Río, alias Gancho, espera una condena que podría ser cadena perpetua o muerte.

El miércoles 10 de mayo de 1961, algo más de un mes de la conclusión del juicio, el periodista Vicente Cubillas (1921-1972) logra reunir en un cubículo del piso superior de la Ciudad Deportiva habanera a tres de los protagonistas del suceso y al abogado defensor de Molina. Completaban el paisaje humano Jacinto Molina Clavelo, padre del candidato a la silla eléctrica y el fotógrafo Osvaldo Salas, que completaba el equipo de la revista Bohemia

La intención del encuentro apuntaba a obtener mediante el careo declaraciones que, previa firma y autentificación de los testimoniantes, el abogado Samuel A. Neuburger llevaría consigo a Nueva York.

LOS TESTIGOS

Manolo Romero Mendieta y Odilio Ochoa Payne (Papito) formaban parte junto a Molina de la parroquia de simpatizantes de la Revolución que frecuentaba El Prado, Octava Avenida entre las calles 51 y 52, donde colaban un café criollo del bueno. El primero es a sus 45 años uno de los más populares barberos de la colonia cubana en Gran Manzana, donde reside desde el 12 de octubre de 1955. Papito Ochoa, 43 años y empleado del hotel Taft de la Séptima Avenida, vive desde 1939 en la capital mundial del dinero.

Al otro lado de la historia está Humberto Triana Tarrau, nacido en Florida, Camagüey, hace 32 años. Al momento de los hechos trabajaba en el Grill Room del hotel Edinson y militaba en el Frente Obrero, de Pascasio Lineras, organización adscripta Frente Revolucionario Democrático, de Tony Varona.

Los dos primeros vinieron a la gran arena deportiva por sus propios medios y deseos. Al tercero lo condujeron desde el Hospital Naval, donde están recluidos los prisioneros que se rindieron en las arenas de Playa Girón exactamente tres miércoles atrás.

LOS AMIGOS DE MOLINA

Romero y “Papito” se encontraron con Santiago Laroque y Pedro Treto en el café Los Parados, frente por frente a El Prado. Serían poco más de las tres de la tarde cuando cruzaron la calle para tomarse un buen café. —Ahí vienen los “castroviches”, fue el comentario con que los recibieron quienes al decir de Triana estaban en el lugar para montar un show contra la presencia de Fidel Castro en Naciones Unidas.

Panchito Molina advirtió a los recién llegados que la contraparte política estaba provocando. Ya la cosa se había puesto caliente y comenzaban los primeros forcejeos, cuando Triana lanza su puño en dirección al rostro del fígaro Manolo que responde con el mismo argumento boxístico, pero lo atacan por la espalda con un objeto contundente. Luego supo que era una cadena, que los eslabones habían abierto cinco brechas en su cráneo y el atacante se apellidaba Duquesne.

Desde el suelo vio como Triana acuchillaba a Papito Ochoa en el costado derecho, justo bajo la axila. Al acudir en auxilio de su compañero el mismo hombre de los dos cuchillos le hizo un tajo en el pecho. Por si fuera poco, Duquesne seguía usando la cadena en modo látigo hasta que pudo hacerse de una azucarera, arma arrojadiza con que le rompió la cabeza al “cadenero”.

Duquesne se retiró sangrando y en ese momento Romero escuchó tres disparos, cuyos estampidos le perecieron muy secos. Vio una pistola junta a la victrola eléctrica del establecimiento y a Triana Tarrau que volvía al contraataque. Esta vez con una silla. Logró quitarle el asiento, que al instante se volvió boomerang en el cuerpo del mesero del Grill Room.

—Es mejor que nos salgamos de aquí, animó el barbero a El Gancho Molina.

—Sí, porque estos hijos de perra tienen armas y nos van a asesinar, respondió el guajiro de Santa Isabel de las Lajas.

En una habitación del cercano hotel Landthe, donde vivía un amigo común, Romero se auto prestó los primeros auxilios en su cabeza aporreada y curó la cuchillada que El Gancho exhibía como trofeo de quera en su brazo sano.

La siguiente estación de la escapada fue en su habitación en el número 314 Oeste de la calle 51, entre Octava y Novena, donde cambió su ropa ensangrentada y acompañó a Panchito hasta su apartamento en la calle 58, donde les dieron mejor atención a sus respectivas heridas.

Tenía la sensación de que la Policía estaba por llegar y animó al Gancho a dejar el lugar. Cuánta razón, cuando los agentes llegaron aún ardían en un cenicero los cigarros a medio fumar de los dos cubanos.

El barbero se escondió durante dos semanas en casa de otro amigo y en ese ínterin perdió contacto con Molina.

LA OTRA PARTE

Humberto Triana.- “El 22 de septiembre estando Fidel en el hotel Theresa, estábamos organizando un piquete de protesta para llevarlo a Haarlem y darle un show a Fidel. Ese día yo estaba libre en mi trabajo. Desde temprano me fui a las oficinas del Frente (Calle 51 y Broadway). Había un grupo de hombres que había venido de Miami para las manifestaciones de protesta y esperábamos a un grupo de mujeres de la misma procedencia para organizar un “piquete”. Las mujeres demoraban y decidimos ir a El Prado a buscar unos sándwiches para el grupo, para evitar así que salieran a almorzar y se disgregaran. Tres nos dirigimos a El Prado, Francisco Pereira, Luis Rodríguez y Humberto Triana. En el camino se nos unieron Carlos Duquesne, de 17 años, y Jesús Artigas hijo (18), ambos habían venido de Miami”.

“Serían los tres y pico de la tarde. Cuando entré al restaurante vi a mis compañeros tomando café en el segundo mostrador. Molina estaba cerca vestido como de miliciano o algo por estilo y con una boina negra. Me llegué a la victrola y puse unos discos. Luis Rodríguez fue hasta el cuarto de servicios sanitarios al fondo y regresó. Empezaron a llegar personas a quienes reconocía como concurrentes habituales a El Prado. Por ejemplo, a Papito …”

“Entonces Molina se paró y dijo “Estos son unas prostitutas que vienen aquí a provocarnos”. Yo le dije a Molina que no habíamos ido a buscar bronca. Pero agarré una azucarera, por un por si acaso”.

“Papito Ochoa intervino. Me dijo que no iba a haber bronca y me quitó la azucarera de la mano. Pero Romero que es muy exaltado gritó: “Pues si son prostitutas que se pongan saya”. Ahí mismo se formó el lío. Empezaron a llover piñazos, silletazos. Hasta con una piedra me pegaron. Recuerdo que cogí dos cuchillos de una mesa, de las que usan los camareros para tener preparados los cubiertos y me defendí con ellos”.

“Me habían trastornado los golpes. Romero y Ochoa se me habían echado encima y me defendí con los cuchillos. Entonces sentí tres disparos a mis espaldas …”

—¿A espaldas suyas? ¿Vio a quien disparaba?, inquiere Cubillas.

—No lo vi. Yo le dije que dispararon estando yo de espaldas. Si vi a Luis Rodríguez que caía al suelo, herido en el hombro derecho. En ese momento estábamos peleando en la línea de la división entre los dos mostradores del restaurante. Entonces oí decir a la madre de Margarita Urdaneta “Creo que han herido a la niña”. Lo que después es que vi a Molina, en actitud amenazadora, en la puerta, como cerrando el paso.

Romero Mendieta se había exaltado y le grita a Triana que estaba diciendo mentiras. El séptimo hombre en escena, un teniente de milicias que oficiaba como custodio del prisionero le conmina a abandonar la habitación. Cubillas le dice que no están ante un tribunal, que se contenga.

—Molina estaba en la puerta y tenía una pistola en la mano, insiste Triana.

Entonces interviene Jacinto Molina. —¿Está usted seguro de que era una pistola, Triana?

El ex camarero del Edinson calla.

—¿Está usted seguro?, insiste el padre de El Gancho.

—Bueno, eso me pareció.

—¿Le pareció?, entonces no está tan seguro…

—Miren… La verdad es que en aquellos momentos yo era un hombre que estaba medio atontado por los golpes que había recibido en la cabeza.

—¿Y en qué mano es que vio la pistola a Pancho? ¿En qué mano?, vuelve a la carga el viejo Molina.

—Bueno… no podría precisar.

—¿Y no podría ser que usted confundiera, desde lejos, el gancho metálico en el muñón derecho de mi hijo como arma?

—Podría ser…

Triana Tarrau había declarado ante el juez Mitchell Scheweitzer y un jurado de 12 hombres que había visto una pistola en las manos de Francisco Molina del Río.

El teniente de milicias intercede ahora en el interrogatorio.

—¿Y se ha dicho que el arma que se disparó allí era una pistola?

Cubillas responde.

—El perito en balística que declaró ante la Corte, dijo que los casquillos de los proyectiles disparados correspondían a una pistola semiautomática, calibre 38.

El teniente vuelve a intervenir.

—¿Y cómo podría un manco disparar una pistola? ¿No sabemos todos que para disparar una pistola hay que palanquearla o montarla antes de colocar la primera bala del magazine en el directo?

Jacinto remacha.

—¿Y no cree usted que de todos los que estaban en El Prado ese día el menos indicado para tener una pistola, por sus condiciones físicas, era mi hijo Pancho?

Triana retoma el hilo de su declaración.

—Nos parapetamos detrás de una mesa y Willy, el manager de El Prado, nos dijo que no nos moviéramos de allí que iba a llamar a Joe Prieto, el dueño. Pero Molina se había ido ya. Carlos Duquesne y Jesús Artigas habían desaparecido. Ellos se habían ido antes de empezar los tiros.

—¿Pero Duquesne y Artigas no declararon ante el tribunal que habían visto disparar a Molina?

—Efectivamente. Y eso es mentira porque ellos se fueron antes de que empezara la riña, antes de empezar los disparos. De eso me acuerdo perfectamente.

—¿Y cómo explica la declaración de ambos?

—Como explico muchas cosas. A Pereira lo llevaron a declarar trasladándolo desde Puerto Rico. A Duquesne lo buscaron en Miami y Artigas llegó al tribunal custodiado por agentes de la Agencia Central de Inteligencia que lo habían sacado del campamento de Retalhuleu, en Guatemala (donde entrenaba la brigada invasora). Después del juicio no he vuelto a saber de Artigas. Pensé que iba a volver a encontrármelo en el campamento, pero no fue así. Estoy seguro que ellos declararon también bajo amenazas o presionados por su ubicación política. Más de una vez nos había dicho la Policía y el fiscal que estaban tratado de no involucrarnos en el caso, pero que teníamos que cooperar. Eso, unido al odio nuestro a Molina, no podía traer otro resultado que esas declaraciones.

—¿Y cómo terminó todo?

—Declaré ante la Corte el 27 y el 28 de marzo. Al día siguiente fui a las oficinas del Frente y me entregaron un pasaje para Miami. Ya yo había decido enrolarme en la expedición.

El reloj marcaba las cinco de la tarde. El careo había comenzado a las 10 de la mañana.

En su papel de reportero-detective Cubillas supo que tenía en agenda el mejor reportaje para la edición de Bohemia del 21 de mayo, la número 21 de su año 53.

CODA: El 30 de junio de 1961 Molina fue condenado a 20 años. Neuburger, solicitó en lugar de la condena su expulsión del territorio estadounidense.

Faltaban un año, nueve meses y 23 días para que El Gancho fuera liberado a través de un intercambio de prisioneros y regresara por el aeropuerto habanero de Baracoa.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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