Caso Gancho (II): la bala que no puede disparar un manco

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La llegada del vuelo del CUT 824 fletado por la Cruz Roja Internacional al aeropuerto habanero de Playa Baracoa con las primeras luces del martes 23 de abril de 1963, puso fin al calvario vivido en cuatro cárceles estadounidenses por el ciudadano cubano Francisco Molina del Río.

Su primo Cándido Castellón Molina, un adolescente que estudiaba entonces en la Academia Naval estuvo entre quienes asistieron al recibimiento. De la mano de su tío Jacinto, el padre del prisionero recién liberado.

De los veintitantos años siguientes, los últimos de la azarosa existencia de Molina del Río poco se sabe, y me temo que ya es muy difícil de llenar ese vacío.

Cándido, un capitán de fragata en retiro de la Marina de Guerra Revolucionaria, atestigua que luego de su regreso definitivo a Cuba “El Gancho” Molina laboró como un trabajador más en una dependencia de la Industria Ligera, y era atendido directamente por Celia Sánchez, hasta que un día a mediados de los años 80 el corazón le jugó la más mala de las pasadas.

En la clásica funeraria capitalina de Calzada y K también acudió Cándido, Cuso para quienes le conocen y frecuentan, a despedir al más famoso de los Molina nacidos en la periferia cañera de Santa Isabel de las Lajas.

Y entre las ofrendas de flores que rodearon el féretro del primo jura que había una enviada por Fidel Castro.

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Molina del Río cayó preso y enfrentó un proceso judicial en Estados Unidos tras los sucesos de la tarde del 26 de septiembre de 1960 en el restaurante El Prado, de Octava Avenida y Calle 51, en Nueva York, cuando en medio de un enfrentamiento a silletazos entre simpatizantes y detractores de la jovencísima Revolución cubana una bala se cobró la vida de la niña venezolana Magdalena Urdaneta, de nueve años.

La Policía de la Gran Manzana le achacó la desgracia a Molina, a pesar de que el disparo fatal salió del cañón de una pistola automática, un arma que a juicio de los entendidos en la materia resulta imposible de manipular por alguien que solo disponga de una mano.

Y luego de un accidente fabril Pancho tenía apta una y en la otra el gancho que desde entonces lo apodaba.

Ese fue uno de los principales argumentos en que se basó la defensa de Molina, a cargo del abogado estadounidense Samuel A. Neuberger.

 “Y a Manuel Artime, quien era el representante de ese Gobierno Provisional y miembro de la CIA, a ese desde el principio Fidel siempre dijo no entraba en esa indemnización, que a Artime lo íbamos a cambiar por Francisco Molina, un cubano que estaba preso en Estados Unidos, condenado a 20 años de prisión, acusado injustamente de la muerte de una niña venezolana. Esa es una historia muy interesante porque, en aquella época, el caso de Molina fue como para nosotros el caso de los Cinco. Si uno revisa toda la documentación de la época, el caso de Molina se parece al caso de los Cinco”.

La cita anterior corresponde a palabras textuales de la historiadora Acela Caner, el 20 de abril de 2016 en la presentación de su libro “Batalla por la indemnización: La segunda victoria de Girón”, en coautoría con Eugenio Suárez Pérez, director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

Se refieren al contexto histórico en que se dilucidaba la indemnización exigida por el Gobierno cubano al de los Estados Unidos, como condición para liberar los más mil prisioneros capturados a la fuerza invasora derrotada en los arenales de Playa Girón y Playa Larga el 19 de abril del mismo año 1961 en que transcurrían las negociaciones.

Comoquiera que aquel proceso se dilataba en el tiempo, y después de fracasar una negociación que preveía el envío a Cuba de maquinaria pesada para emplearla en el desarrollo agrícola, una de las propuestas de Fidel fue que si desde el Norte insistían en la vía del cambio, que fuera a razón de uno por uno. La disposición era liberar a los mil 200 miembros de la brigada invasora por igual de cantidad de prisioneros políticos en cárceles estadunidenses, entre los cuales los había puertorriqueños, nicaragüenses, españoles y hasta nacionales norteamericanos.

Según los citados Suárez (fallecido en 2021) y Caner, la propuesta de negociación mencionaba en primer lugar a los principales jefes de la fuerza invasora y por quienes debían ser intercambiados.

El jefe de la brigada, Alfredo San Román, sería cambiado por el patriota boricua Pedro Albizu Campos, quien había pasado casi 20 años recluido en cárceles estadounidenses, y a la sazón enfermo. Su segundo al mando, Erneido Oliva, por Henry Winston, el secretario general del Partido Comunista de EE.UU., también enfermo y de contra, ciego. Y al agente de la CIA Manuel Artime, que había desembarcado como representante del Gobierno Provisional que sería instaurado en la “cabeza de playa de Bahía de Cochinos”, por Francisco Molina del Río.

(Continuará…)

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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