El silencio forzado de un bloqueo asesino
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Las cifras, esas frías e impersonales cantidades de dinero, siempre dominan los titulares. Siete mil quinientos cincuenta y seis millones de dólares en un solo año. Ciento setenta mil millones en seis décadas. Son números tan vastos que la mente se resiste a comprenderlos, se vuelven abstractos, casi irreales. Pero el verdadero informe está escrito en la vida cotidiana de millones de cubanos. Está en los silencios, y en las preguntas, elocuentes de lo que pudo ser y no fue.
El Canciller Bruno Rodríguez Parrilla lo dijo con una claridad el pasado 16 de septiembre ante la prensa nacional y extranjera: más del 80% de los cubanos nacieron ya con el bloqueo. Para varias generaciones, la escasez ha sido el paisaje permanente de sus vidas.
Imaginemos esta Isla paralela por un momento. En esa Cuba alterna, sin bloqueo, una madre no guarda en su bolso la angustia de no encontrar la medicina de su hijo en la farmacia. El médico no tiene que improvisar soluciones “heroicas” con equipos obsoletos porque las piezas de repuesto, fabricadas por una empresa estadounidense, llegan con normalidad. Las universidades, esas fábricas de intelecto que tanto orgullo le dan a la Mayor de las Antillas, no verían marchar a sus mejores cerebros, esos 2,570 millones de dólares en talento fugado que representan profesores, científicos, ingenieros que buscaron en otra parte lo que su tierra no podía ofrecerles.
Esa Cuba sin cerco tendría carreteras surcadas por ómnibus nuevos—2,850 millones comprarían toda la flota—, y el sonido sería el del bullicio de una movilidad eficiente. El apagón no sería una sombra constante que amenaza con borrar la luz de nuestros hogares y el insoportable calor nocturno durante el intento de descansar. Los 1,600 millones que cuesta solo dos meses de combustible para la electricidad podrían haberse invertido en parques solares.
Y luego están las historias pequeñas, las que no hacen sumatorios billonarios pero definen la dignidad de una persona. ¿Qué es 280,506 millones de dólares? Para el sistema educativo cubano, son las sillas de ruedas que necesitan todas las escuelas especiales del país. Dinero que se esfuma en 19 minutos del estrangulamiento económico. ¿Y 148,966 millones de dólares? El costo de darle el sonido de la vida a todos los niños con discapacidad auditiva en el país. Eso se pierde cada diez minutos.
Argumentan que es una política hacia un gobierno. Pero la resolución del proyecto titulado Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba, desnuda la mentira de ese argumento. El bloqueo es un bozal puesto a la economía civil. Asfixia al actor no estatal que no puede recibir pagos digitales, al agricultor que no puede comprar un tractor moderno, al artista que no puede cobrar su talento. Persigue con saña la colaboración médica internacional, uno de los bienes más preciados y genuinos que Cuba ofrece al mundo, solidaridad convertida en delito por una ley extraterritorial.
La reciente inclusión nuevamente en la lista de países patrocinadores del terrorismo es una crueldad absurda. Sin dudas, califica como un sello que cierra puertas, congela transacciones y perjudica todo un pueblo, dificultando hasta la compra de alimentos. Lo podemos definir como un acto de guerra económica contra la abuela que hace cola, contra el niño que necesita insulina, contra el obrero que espera el transporte.
Frente a esto, la resistencia cubana resulta un acto de puro heroísmo cotidiano. También está la bióloga que investiga con lo que tiene, el maestro que educa sin recursos, el médico que salva vidas a pesar de todo. Somos un pueblo que, contra toda lógica, se niega a rendirse.
La votación en la ONU, como todos los años será otro número más. Aunque la verdadera pregunta sería: ¿Hasta cuándo será permitido que un castigo colectivo, condenado una y otra vez por la comunidad internacional, continúe robándole el futuro a una nación? Las cifras son elocuentes, pero las interrogantes de lo que pudo haber sido sin esta coyunda que nos asfixia, y no lo es, percute sobre nuestra realidad.
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