Anhelos abrazados junto a delfines
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A Iván, Anairis y Alaín, tres de los jóvenes entrenadores del Delfinario de Cienfuegos, los une la pasión por el mar, el amor desmedido por los animales y sobre todo hacia una singular labor que constituyó un sueño materializado.
Ellos no sobrepasan los 30 años de edad y esa lozanía es, tal vez, la cimente de su energía, entusiasmo y del hablar desenfrenado sobre esas cercanas vivencias que los condujeron hacia la emblemática instalación cienfueguera.

“Yo escuché que había una convocatoria para la preparación o la formación de entrenadores. Este no es un trabajo cotidiano, no es lo que tú ves normalmente por ahí. Y como a mí siempre me han gustado los animales dije, bueno, vamos a intentar”- así fueron los comienzos de Iván Gutiérrez Díaz, quien tras siete años de experiencia lidera la “tropa” de muchachos.
Dentro de los chicos destaca ella, Anairis Ruíz-Sánchez Palacios, distinguida como la única dama del equipo, en el que, por tradición, siempre han contado con una mujer. Esa premisa, las capacidades de Ana y su desenvolvimiento “como pez en el agua, propio de su barriada de O´Bourke, la hicieron merecedora, hace poco más de un año, de la vacante disponible en aquel momento.
“Me encantan, me encantan los animales, me gusta mucho el mar. Y entonces esa combinación de mar y animales, que eran los delfines, que es una especie que no todo el mundo tiene la oportunidad ni de ver, ni de trabajar con ellos, se unieron. Se me ligaron las dos cosas que más me gustan y dije, esto es lo mío, para allá voy. Vamos a ver qué pasa; y lo que pasó fue lo más lindo que he hecho en mi vida”- comentó la jovencita de 23 años quien, de camarera, se convirtió en entrenadora de delfines.
El diálogo con Alaín Cabrera Castillo desbordó emotividad, sentimientos que regresaron de aquellos recuerdos de la infancia. “Este siempre fue mi sueño antes de ser deportista, incluso cuando era más chiquito le dije a mi papá que quería ser entrenador acá y me decía, deja que pase el tiempo”. Y quisieron los años que a oídos de Cabrera, como todos le llaman, llegara una nueva convocatoria desde el Delfinario.
“Comencé el curso y fui. Me presenté en la empresa de Palmares y luego me llamaron. Vine para acá e hice mi curso. Aunque todavía no era entrenador como tal, sí tenía una noción de lo que eran los animales, de trabajar con los animales. Un sueño cumplido prácticamente”
Como una familia

Nala, Oceany, Perla y Tritón, cuatro de los ocho cetáceos que conviven en las áreas de la instalación recreativa sureña, despiertan en su equipo de instructores complicidad, cercanía, preocupación y un cariño sin límites.
“Me ha tocado ver nacimientos de delfines, pero también me ha tocado ver muertes de delfines. Le tenemos tanto cariño, tanto aprecio que es como si perdieras un familiar. Son momentos muy duros, muy duros. A veces se enferman y estamos junto a ellos siempre hasta el último momento tratando de que mejoren y cuando lo hacen es muy grande la alegría” – refiere Iván, quien me presenta por su nombre a cada delfín.
Anairis tiene una especial afinidad con Galia, pero para ellos todos “son animales maravillosos, se parecen tanto a las personas. Las madres tienen un sentido de protección con las crías, que es lo máximo. Ellos buscan el contacto con las personas, y los sentimos tan cerca como si fueran de nuestra propia especia. Es algo muy increíble”.
La cercanía con los delfines consolida también la unión del grupo pues a todos los une la misma entrega. Por ello coinciden en criterios, y no es diferente el de Alaín. “Todos los delfines me encantan, todos, son mis animales preferidos, todos son muy bonitos, pero por Perla siento una mayor admiración”- y otra lágrima corre por su lozano rostro.
“Fue con el delfín que empecé a trabajar, desde el primer momento empecé con Perla, la vi tener a su cría y luego de ellos me tocó incorporarla al espectáculo. Perla para mí es lo más grande”.
Desde la ciencia y el amor
Durante la actual etapa de verano los espectáculos en el Delfinario cienfueguero constituyen uno de los atractivos para vacacionistas locales y foráneos, sin embargo la instalación desarrolla también una sensible labor para el bienestar de niños con condiciones especiales a través de la terapia asistida con delfines.
“Nosotros comenzamos en convenio con el Pediátrico tratando de buscar la mejora para niños autistas. Lo más importante que trabajamos es el sonar del delfín pues hace una frecuencia muy semejante al ultrasonido que los niños reciben en una terapia”- explican el líder de los entrenadores.
“Es un trabajo muy bonito en el cual te sensibilizas mucho más con todo lo que está pasando y sientes que estás apoyando, sientes que estás haciendo lo correcto. Todo eso los animales también lo sienten y también les encanta trabajar con ese tipo de pacientes. Satisface mucho los comentarios de los niños, cuando dicen, ‘como me gusta mi amigo delfín, como me gusta trabajar con ellos’- concluye.

La terapia asistida con delfines resulta para los muchachos una experiencia de inigualable valor humano. Así lo define Ana pues afirma que “he tenido la posibilidad de trabajar con estos niños tan maravillosos, tan peculiares, que es lo más lindo que he hecho en este mundo”.
Crecimiento, alegría, logros, en eso se resume ese tipo de trabajo para Alaín pues de todo su quehacer ese programa de conjunto con el Hospital Pediátrico Universitario Paquito González Cueto y la sucursal de Servicios Médicos Cubanos, de Cienfuegos, “es lo que me hace más feliz. Vemos la mejoría de los niños, ocurren muchos cambios. Ese niño que no se relacionaba, ya es otro, habla, socializa. En lo personal es lo que más me gusta”.
Iván, Anairis y Alaín cumplen sus anhelos profesionales en el Delfinario de Cienfuegos, donde han encontrado la oportunidad de ser los más cercanos amigos de esos majestuosos animales que impresionan por su inteligencia, carisma y la particular gracia de generar felicidad.
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