El veinte veinte y una calabaza mágica

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Cuando el Día de las Madres de 2019 mi hijo me regalara una alcancía en forma de calabaza, de cerámica, cumplía mis deseos de tener una manera doméstica de ahorrar, en un formato de monedas de un CUC, de las conocidas como morocotas. Pero ese fue un proyecto que quedó trunco, justo cuando alcanzaba el cuarto de capacidad de mi calabaza mágica, acto que representa la culminación de un año que algunos calificamos como aciago, pero en el que una pandemia y, por supuesto, la crisis mundial que la precede, nos han hecho seres resilientes en todos los órdenes de la vida.

Y aunque algunos revisionistas del Periodismo insisten sobre la validez o no de la opinión de un reportero, otros le concedemos importancia, porque los profesionales de la información tenemos un punto de vista que llena los intersticios que pueden pasar inadvertidos para otros.

Pues sí, ha resultado un año difícil el 2020, porque una pandemia nos ha obligado a repensar la existencia humana, y el instinto de conservación ha hecho de CONFINAMIENTO la palabra del año. Para los periodistas, sin embargo, el año nos ha obligado a salir de casa en circunstancias difíciles, cuando tener transporte para una cobertura es casi un lujo, y nos hemos encontrado en la cuerda floja de informar desde el peligro. Pero también nos ha hecho estudiar, a hacer “diplomados” in situ sobre epidemiología, a manejar estadísticas; pero también nos ha permitido conocer a mucha gente valiente y escribir kilómetros de cuartillas sobre hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que lo mismo asisten a un paciente, van hasta lejanas geografías a salvar vidas, y hasta se entregan, las 24 horas a hacer ciencia por una vacuna que nos inmunice.

Es verdad que mi calabaza mágica de cerámica, aquella que pretendía llenar para finales de año, se ha quedado medio vacía, y con dolor debo partirla en dos para sacar las morocotas que con mucho sacrificio recolecté, y que han perdido su valor; sin embargo, en lo personal, en este año he crecido como ser humano, madre e hija de una familia que hace culto a la unión y como profesional. Sin pensarlo he hecho una especialidad en Epidemiología y en el manejo de términos y estadísticas, a pesar de los 50 y tantos años de vida, en los que ya pensaba “tirar en baja” hasta la jubilación.

Quedan otras “asignaturas pendientes” en la sociedad, sobre las que me gustaría comentar, como aquellas que nos conminan a ser más solidarios y tolerantes, y de comportarnos como seres de cerebro superior, desechando las miserias humanas, otorgándole mayor importancia a la sencillez de vivir y disfrutar del día a día, y restarle a lo material y banal.

Así terminó un año, ese que nos obligó a mirarnos a los ojos, porque una mascarilla oculta sonrisas y expresiones, esa misma mascarilla que nos protege de un virus de alto contagio y letalidad, que no solo ha puesto en peligro la existencia humana, sino que ha movido la economía mundial hacia una crisis, como hace un siglo atrás ocurrió con la pandemia de influenza que mató a más de 40 millones de personas en el mundo.

Y en estos términos me niego a reconocer al recién finalizado veinte veinte, como un año malo, porque para mí fue un período de 366 días, bisiesto, de pandemia, de economía de insurgencia, en el que he sacado lo mejor de mí y puesto a prueba mis reservas casi capitales y resiliencia desde lo humano y profesional; y mi caso es el de muchos, aun cuando tuviera que romper la calabaza mágica, regalo de mi hijo, la esperanza de ahorrar, porque hasta en economía, el año que comienza será trascendental. Celebremos pues, estemos optimistas, porque a pesar de todo, navegamos por el Caribe, proa adelante.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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