Traducción de “intervención humanitaria”: bombardeos, muerte y destrucción

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 18 segundos

Son tantos los recursos apelados infructuosamente a través del tiempo, con un incremento por mil en los años más recientes, que quienes dirigen la agenda ideológica contra Cuba optaron en la fase más reciente por tensar el resorte de la “intervención humanitaria”, de momento disipada aunque latente.

Aunque dicha figura no posee real fundamento jurídico, tal engendro de aplicación extraterritorial y violatorio de la soberanía e integridad nacionales “vende” su práctica bajo el manto de “apoyar” durante “situaciones de conflicto”, en virtud de una supuesta y por ningún pueblo conferida “responsabilidad de proteger”.

En Cuba no existe ese tipo de escenario; no tenemos conflictos bélicos y la población recibe un sistema de protección integral prácticamente único en el mundo —más allá de las carencias actuales propiciadas por el bloqueo genocida del país que, cínicamente, nos acusa por la dificultad económica por ellos causada—, pero no debe olvidarse nunca quiénes dominan la opinión mundial y, además, tienen un peso determinante en los organismos mundiales con poder de decisión al respecto. O los pasan por alto.

En teoría, el sistema internacional consolidado tras la  II Guerra Mundial fue construido para mantener la paz entre estados; de forma que cuanto ocurra a nivel interno en cada uno de los mismos no debería ser de incumbencia para el resto. Sin embargo, la tendencia a reemplazar el derecho internacional universal con reglas inventadas en interés de EE.UU. y sus aliados es hoy cada vez más fuerte, aunque se le hace frente por potencias como Rusia y China.

¿Cuáles son los instrumentos y resultados de una “intervención humanitaria”?

La realiza un ejército multinacional, por regla comandado por EE.UU., por medio de fuerza de guerra (aérea y naval en su primera etapa), con bombardeos indiscriminados sobre el país en cuestión.

Según el manual de propaganda de cabecera, “no afectaría a la población civil”, aunque esta es una colosal mentira desbaratada en las “intervenciones humanitarias” de Somalia, 1992; Yugoslavia, 1999 (los primeros bombardeos efectuados en Europa después de la II Guerra Mundial, dirigidos por el gobierno de Bill Clinton); Iraq, 2003; Haití, 2004 y Libia, 2011.

En Serbia los hospitales e infantes fueron blanco inicial de los misiles de EE.UU. y la Otan.

En dichos escenarios sucumbieron a los misiles, de forma instantánea o posterior, centenares de miles de personas. Una invasión armada, del tipo que fuere e incluido por supuesto las de este género, no tiene en cuenta (imposible hacerlo) si la zona atacada la habitan afectos o desafectos al gobierno. Puede morir cualquiera, desde el más comprometido al más opositor. Las bombas no distinguen simpatías políticas, solo se limitan a cumplir su función de matar.

Dicha invasión, habida cuenta del estado de caos en que sumiría a toda la población, contribuiría a un aumento exponencial de las enfermedades. En el actual escenario de pandemia, fallecerían sin auxilio médico centenares de miles de personas, cuando no millones. De igual modo, plantaría el caldo de cultivo epidemiológico para la aparición de otras enfermedades, algunas hasta ya erradicadas.

Durante la etapa de ataque e intervención, con independencia de la resistencia armada que se libraría en el país invadido y el consiguiente alargamiento temporal de la beligerancia, existiría hambruna generalizada, falta de agua potable, carencia eléctrica permanente, ausencia de todo tipo de medicamentos, ninguna clase de servicios y los enfermos morirían en los pocos hospitales que queden en pie (en Belgrado, hace 21 años, fueron los atacados) o bajo las ruinas de sus propias casas.

Las “intervenciones humanitarias” ocurridas desde el siglo pasado lo único que han dejado a los pueblos invadidos es ciudades arrasadas, saqueos sistemáticos, violaciones, asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, despojos de los recursos naturales, sujeción política total a la potencia extranjera agresora, hambrunas, enfermedades, fragmentación social, caos y aumento exorbitante de flagelos como el tráfico de órganos, la trata de personas, el crimen organizado, la creación de bandas, el mercado de armas, el narcotráfico…

Un país otrora próspero como Libia fue reducido a cenizas durante la “intervención humanitaria” de 2011. Desde entonces hasta hoy permanece en el caos.

La última “intervención humanitaria” realizada, la de Libia, hace una década, además de sumir a ese otrora próspero país norteafricano en la desolación y la penuria socioeconómica, provocó más de 120 mil muertos, una cifra cercana a los 200 mil heridos y casi medio millón de refugiados, hasta hoy. El país, además, resultó blanco de pruebas de nuevas armas de EE.UU. y la OTAN, cuyos daños sobre la salud de la población comenzaron a advertirse al paso del tiempo.

La familia libia, tanto la que quería u odiaba al presidente Muamar Gadafi, ahora vive presa del luto por sus integrantes perdidos o mutilados, sin esperanza alguna de redención en el futuro. Ese país es hoy un amasijo de facciones armadas y grupos apoyados por naciones occidentales que pugnan por el poder, sin orden, en tensa inestabilidad política, con un escenario epidemiológico infame y sus riquezas bajo dominación de las transnacionales de Occidente.

Ninguna “intervención humanitaria” ha resuelto cuanto supuestamente iba a solucionar. Solo ha agravado a límites brutales el desconsuelo, la miseria y el dolor de sus pobladores.

Ninguna “intervención humanitaria” ha resuelto cuanto supuestamente iba a solucionar. Solo ha agravado a límites brutales el desconsuelo, la miseria y el dolor de sus pobladores. Los datos son de información pública. No los conformó Cuba o Rusia. Están elaborados, incluso en varios casos, por agencias occidentales. Se encuentran disponibles en Internet, fáciles de acceder. Por supuesto, no van a hallarse en Facebook, porque esta representa tan solo una partícula ínfima de la red mundial y obviamente fue diseñada para cualquier cosa menos para mostrar el saldo terrorífico de las invasiones.

Visitas: 3

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *