The Women: mujeres, según el patrón de Hollywood

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Quien la viera, y este es solo un ejemplo entre muchos, durante su aparición mortíferamente sexy en la secuencia inicial de la ruda Dueños de la noche, en la cual es masturbada con saña y alevosía en un sofá por su novio Joaquín Phoenix, podría entender bien que la cubano—americana Eva Mendes resultara a finales de la anterior década el pretexto sin tacha de turno en Hollywood para comprometer, al menos de forma momentánea, la integridad matrimonial de cualquier rubicundo americano WASP (blanco, anglosajón y protestante) de sus películas.

Tenga los millones que tenga, como sucede al elíptico, fuera de campo, nunca visto pero omnipresente macho- palanca gravitacional del relato de Mujeres (The Women, 2008).

Figura solo aludida por la directora Diane English en su “chickflick” o película de/para mujeres, en esta comedia de estreno el hombre sin embargo constituye el dios-mito-tótem del cual pende existencia, bienestar, futuro, paz interior del personaje central de la señora Haynes (Meg Ryan).

Su multimillonario marido no aguanta la insinuación equina de la bestial Mendes, vendedora de una perfumería high class, y cumple con el imperativo hormonal de alazán enardecido. La dulce Meg de toda la vida —aunque ya no parece un patito al caminar, igualita a los 47 gracias a las operaciones y su Botox incipiente—, se entera de los cuernos de su esposo y padre de su hija.

Pero la madre de la malquerida, aquella Candice Bergen que veíamos en los ´70, tan resucitada gracias a la misma plastilina de Ryan (como Stallone en Rocky Balboa, o Mickey Rourke en El luchador, aunque mucho menos fea) le dice: “Tranquila, mijita, por eso pasamos todas”.

Meg entiende la cartilla, mas en aras de reconquistar al adúltero comienza a trabajar (sin necesidad, el epicentro ambiental del filme es la aristocracia gringa), para demostrarle al infiel que ella puede valerse por sí misma, “ser alguien en la vida” y de paso, reconquistarlo a través del desarrollo de su individualidad creadora.

“El orgullo es un lujo que una mujer enamorada no se puede permitir”, frase—guía de arcaica matriz, representará el pilar espiritual del contraataque planteado en defensa del marido. Un cranque de sus lipidiosas amigas (a la cabeza de la claque destaca esa actriz fenómeno, multipista y devocionaria de todos mis afectos llamada Annette Bening) no le vendrá mal en la faena.

Entre las compañeras hay una lesbiana negra ¡qué progresistas en La Meca!, la editora de cierta revista de modas y la procreadora multípara contraparte ideológica de la primera. Aquí todo está sujeto a reglas inviolables, como esa.

La principal, y más evidente de las normativas: el flirt del señor Haynes con la latina, breve accidente de tránsito romántico, no hará peligrar la sagrada institución familiar (de veras creo lo sea, lo que sucede es que el cine norteamericano hace desvirtuada interpretación del asunto).

Siempre sucede lo mismo: ¿alguien pensaba que Richard Gere iba a abandonar a Susan Sarandon tras los congazos de JLo en Bailamos? Eso es sabido muchísimo antes que la bruja Glenn achicharrara conejos en Atracción fatal.

Película conservadora, pese a sus mentirosos barnices “progre”, The Women se inspira en célebre screwball comedy de 1939 (que poseía el vitriolo del cual carece su remake) dirigida por George Cukor, proverbial benefactor del sexo bello en su filmografía, añadiendo ahora ingredientes chupados a seriales actuales de rating a la manera de Sexo en la ciudad, incorporando mucho escenario lujoso dentro de una paleta de colores más extendida que la del hogar de María Do Carmo, y convirtiendo lastimosamente a todos los personajes femeninos en meros estereotipos.

El debut en el cine de la televisiva Diane English —casi tan malo como Opposite sex, la otra versión de 1956 de The Women, la obra original de Clare Boothe Luce— tiene algún destello ocasional: la escena donde las amigas de Meg enmudecen tras ver a Eva Mendes entrar a cuadro es toda una delicia. Al aquilatar esa orfebrería de la Naturaleza, piensan sin decirlo: “está bien dura la pelea de nuestra ama de casa Meg”. Cada 45 minutos se suelta otra sonrisita.

Resultona, tontina, endeble, manipuladora, proconsumista a matar, vista en sentido general Mujeres no se salva de la quema ni siquiera por el ingenio de la Benning en personaje que para su desgracia es todo un ripio majadero del similar de la otra monarca Meryl (Streep), en El diablo viste de Prada. Con toda la mala leche aquella que carece esta.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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