Tareas domésticas, también de ellos

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Fregar, limpiar, lavar, son tareas tan cotidianas en la vida de Enrique que de veras le cuesta creer que muchos encuentren, en ese espíritu hacendoso, argumentos para cuestionar la masculinidad. Pero ha sido, y es así, aunque los fines de semana sea muy natural que él y su esposa compartan los quehaceres de la casa: uno baldea y otro tiende la ropa; uno cocina y otro higieniza el baño…

Ahora, bien sabemos que las rutinas de la mayoría de los hogares distan enormemente de las buenas costumbres de Enrique. El anticuado sistema patriarcal que aún la sociedad legitima ha obligado a las mujeres a asumir en solitario la realización de las labores domésticas, una de las formas de esclavitud más añejas de la humanidad y que, por ser bastante común, resulta incómodo apreciarlo de esa manera.

Según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU), a nivel mundial la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados que efectúan las mujeres supera en 2,6 veces a la de los hombres. Ellas —apuntan las cifras de este organismo— dedican entre una y tres horas más a las tareas del hogar, entre dos y diez veces más de tiempo a la atención a hijos e hijas, personas mayores y enfermos, y entre una y cuatro horas diarias menos a actividades de mercado. Todo esto en condiciones de normalidad, sin hechos extraordinarios; incluso, sin computar en las estadísticas los oficios o profesiones que las ocupan fuera de sus domicilios.

Desde hace varios años se habla del asunto por el grado de explotación que supone, una situación totalmente ajena a los principios de justicia e igualdad de género que buscan alcanzarse. Hoy, sin embargo, el problema suscita otras preocupaciones de mayor envergadura, pues el imprescindible aislamiento social que exigen las autoridades sanitarias para limitar la propagación de la Covid-19, en escenarios de confinamiento, viene a empeorar —de acuerdo con expertos— la angustiante realidad de las mujeres dentro de sus casas.

No pocos sostienen que la vida del encierro obligatorio implica, para ellas, la imposición de garantizar todas las tareas domésticas y de cuidados al instante. Algunos hasta van mucho más allá en sus consideraciones. Los representantes de ONU Mujeres, por ejemplo, temen que cuanto estas realizan para mantener los hogares limpios, cuidar a los niños y a los enfermos, podría triplicarse en momentos en que es necesario permanecer en las viviendas. A ello se suma, por supuesto, el alza espantosa de la violencia intrafamiliar durante la cuarentena, un tema ya abordado por este periódico, del cual son las principales víctimas.

Las circunstancias sobrevenidas con el nuevo coronavirus abren, a la vez, un abanico de retos y oportunidades para los gobiernos, instituciones, organizaciones y actores individuales que abogan por suprimir las desigualdades en materia de género. No se trata únicamente de enfrentar la feminización de las labores domésticas, sino de aprovechar los propios requerimientos de esta situación sanitaria para promover acciones de igualdad al interior de los hogares.

De acuerdo con especialistas, tener que pasar la mayor parte del tiempo en casa propicia la ocasión ideal para lograr que los hombres se involucren más en los trajines hogareños y conseguir cierto equilibrio en las tareas de cuidados, de modo que niños y niñas disfruten del mismo nivel de atención de padres y madres. Claro, esto no camina por sí solo. Precisa, dentro del ámbito familiar, una revisión consensuada, y fuera de él, estrategias e iniciativas que contribuyan al desmontaje de los patrones machistas.

El rol de la comunicación es fundamental si queremos producir tales cambios y el sistema de medios públicos en Cuba bien pudiera tomar más protagonismo, como lo hace ahora para procurar la higiene de la población, la permanencia en los domicilios y el ahorro de energía eléctrica. Las condiciones se prestan, entonces, para no dejar de la mano aquellos temas que enferman a las sociedades desde hace siglos y que el vital aislamiento agrava.

Aunque recientes estudios concluyen que las brechas en cuestiones de género se han ido cerrando, la realidad continúa siendo demasiado discorde en relación con los progresos en otras esferas. La Covid-19 recuerda que todavía la balanza está muy desequilibrada, al punto de que las mujeres corren el riesgo de ser atadas mucho más a las responsabilidades dentro del hogar, en entornos casi de opresión. Recuerda, también, que las labores domésticas ni ningún otro hábito deben asociarse al sexo de las personas. Enrique lo sabe, entiende y ayuda. Pero su vecino, jocosamente, le sigue diciendo que eso es cosa de “flojos”.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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