Rafael Lay Apesteguía pervive en la Aragón (III Parte: La nobleza de un espíritu)

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Una de las características que definió a la orquesta Aragón fue su condición colectivista. Su segundo director, Rafael Lay Apesteguía, explica: “Por eso nos sentimos orgullosos de haber sido la única Orquesta en el mundo de verdad colectiva, cooperativa. En la época de los reales, partíamos la naranja a partes iguales, y cuando pasamos a aquella vorágine de los miles de pesos, también. Aquí nadie, ni por director ni por estrella, se llevó un centavo más que los demás (…) Cada vez que tocábamos ganábamos tres pesos por baile.

“Antiguamente había orquestas que se organizaban por primeras partes, segundas partes. Aragón no entendía eso. Él decía que en un colectivo cuando faltaba uno, no funcionaba. Por lo tanto, los mismos derechos tenían la parte prima que, supongamos, la parte del ritmo, que era la que menos devengaba. Y mantuvo eso: el colectivismo”.[1]

Esta idea la reafirma Rufino Roque: “Aragón fue el primero en formar una cooperativa entre las orquestas. Nosotros no teníamos problemas de dinero. A pesar de lo poco que se ganaba. La nuestra era una orquesta tipo cooperativa donde si se hacían ocho pesos, era uno para cada músico”.[2] Estas características de la Aragón las aprendió el jovencito Rafael Lay desde su primer baile como integrante de la misma. Al día siguiente fue a ver al maestro Aragón. Sobre su banco de carpintero había “varias pilitas de dinero”. Aragón le explicó que la  liquidación de lo ganado tocaba a cinco pesos por miembro después de descontado el uno por ciento para el sindicato, el alquiler del trasporte, veinticinco centavos para la ropa, veinticinco más para comprar el repertorio y otros veinticinco para enfermedad. Con ingenuidad, el jovencito le aclara que él estaba sano. Y el maestro le explica que había sido una decisión del colectivo para poder enfrentar la enfermedad que pudiese tener cualquiera de sus miembros. Esta lección la asumió Lay y la mantuvo como sello de la Orquesta.

Si algo demuestra la calidad humana y profesional de los miembros de la orquesta, fue su actuación ante la enfermedad de su fundador. Rafael Lay Apesteguía recuerda: “En la enfermedad de Aragón, comenzamos a dar homenajes para recaudar fondos con que salvarle la vida al maestro Aragón. [….] conveniábamos los bailes con las sociedades [….] Así a ellos les salía la orquesta gratis y tenían una buena recaudación. Cuando terminábamos, cada uno cogía un peso para el ‘amanezca’ [….] Así estuvimos hasta que en 1952 le dieron de alta. Entonces José Beltrán, el contrabajista que estaba sustituyendo a Aragón le dijo:

“— Maestro, aquí tiene su puesto. Pero él no quiso.

“— Ustedes sigan la lucha, que la orquesta va muy bien”. [3]

Durante su enfermedad y curación posterior, Orestes Aragón siguió contando con el apoyo y el respaldo económico de la orquesta hasta su muerte en 1962.

Otra anécdota denota la nobleza y compañerismo de Lay Apesteguía: “Ya estábamos en La Habana, vinimos para dos casas de huéspedes, Richard (mi compadre) y yo estábamos juntos, recuerdo en la misma habitación y en la misma cama. Como hemos sido la pluma de la Orquesta, pues decidimos vivir juntos para poder trabajar porque sabíamos que teníamos que trabajar duro para poder mantenernos aquí. Entonces ya nos dimos a la tarea de tratar de mantenernos aunque fuera uno o dos años aquí en La Habana. Entonces el compadre comenzó a desarrollar su musa y eso fue lo que cimentó nuestra estancia aquí”.

Estas líneas solo muestran algunos de los tantos momentos en los que Rafael Lay Apesteguía no sólo se desempeñó como líder y artífice de una agrupación como la Aragón, sino que mostró en todo momento su sencillez, humildad, talento, lo que lo hizo trascender y dejar un legado para próximas generaciones de aragones.


[1]Torres-Cuevas, E. & Jacomino, A. (2021). La orquesta Aragón: una historia viva para la memoria necesaria. Editorial universo sur.

[2] “La Aragón de ayer, en plena actuación”, Periódico Vanguardia, Año 1969.

[3]Marrero, G. (2001). La Orquesta Aragón. Editorial José Martí.

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Alegna Jacomino Ruiz

Doctora en Ciencias Históricas

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