Mateo conmemorado

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Mateo Torriente Bécquer (Palmira, 1910-La Habana, 1966) es un demiurgo cuyo estilo, poética y enunciado, rebotan de su propia capacidad de transmutación. El reservorio artístico de este graduado de San Alejandro es fruto de una vasta sensibilidad para observar y consentir la vida en perenne evolución, al margen de la mirada académica que domeñara su época. Posiblemente, este deseo por las rupturas le induce continuamente a viajar, descubrir las complejidades de los entes humildes y compartir la savia como una caución de inmortalidad. A todas luces, se prolonga a través de sus pupilos y convierte en una identidad patrimonial.

La obra de Mateo no espiga a saltos, sino de modo hojaldrado a través de los años. Hoy en día, hay zonas de su pensamiento y práctica inexplorados, como la afrocubanía en los ejes topiculares, la mirada gay en un metadiscurso instintivo, los registros musicales donde sus fabulatorios o los signos povera de una parte de la escultórica, entre otras anticipaciones que le aproximan a la vanguardia plástica de la segunda mitad del siglo XX.

Justo, la muestra que pone a disposición de los públicos el reinaugurado Museo Provincial de Cienfuegos, pertenece a la cuarta y una de las etapas más experimentales en su quehacer (1951-1966); summum que afila otros momentos de creatividad. Este nuevo periplo es legatario de varios incidentes: En principio, recupera aquel modelo de la Escuela Experimental convocando a laborar al aire libre, asir la naturaleza y su entorno, estimulando a aprehender el vigor y sonoridad de las formas naturales (güiros, arados, herramientas musicales, flora, fauna, etc.), pero no como burda mímesis, sino a modo de síntesis e interpretación; luego, invoca sus aprendizajes con el escultor Harry Elstrom; con él comparte la afinidad entre el entorno y la forma, el símbolo y la representación, y del que hereda la técnica de cocido del barro, que localiza particularmente en los tejares sureños. Más tarde, visita México (donde hace amistad con Diego Rivera y Frida Kahlo), y en este ambiente es seducido por la escultura precolombina y profundiza en los afluentes americanistas de lo arcaico y más folclórico. No es fortuito que los incipientes códigos de una cubanía raigal se produzcan en lo venidero, cuando la vocación por la síntesis le induce a concebir figuras como el güije, la jaiba, la quijada de tiburón, etc., y especialmente el silbato mejicano que muta en lechuza y otras formas criollas y gozosas.

Asimismo, en una línea inmediata a Lam, solo que a través de la escultura y sin la oportunidad de ensancharla como un rito, sistematiza algunas expresiones de la cultura afro-cubana. En esos momentos se manifiesta como un creador de formas, y explora el yeso y el barro. Para la época en que crea con Samuel Feijóo la Escuela Taller de Artes Plásticas “Rolando Escardó” (1962), tiene fuertes nexos con los talleres de cerámica industrial y aprovecha sus producciones para crear sus textos abstractos, formas ennoblecidas que recuerdan a las lechuzas o un batá, a creaciones naturales u orgánicas.

De modo que en este conjunto de textos visuales producidos esencialmente en los últimos años de su vida, los cienfuegueros tienen la oportunidad de descubrir y conmemorar a un Mateo desenfadado, capaz de usar materiales de desecho y constatar que el barro puede centellear como el mármol u otros materiales de élite si disponemos bien el ejercicio de la imaginación.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Un Comentario en “Mateo conmemorado

  • el 23 abril, 2021 a las 11:42 am
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    Cuantos buenos artistas olvidados! Gracias JL por tan hermoso texto!

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