Leones por corderos, las culpas a medias

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Tras siete años sin dirigir, a sus 71 al momento del estreno, ese estandarte del cine norteamericano nombrado Robert Redford hizo un aporte digno al inusual pero más que lógico aluvión de cine antibélico estadounidense de la etapa de lanzamiento de este filme, mediante Leones por corderos (Lions for lambs, 2007).

El creador de Gente como uno se propuso una película temáticamente nada modesta en sus ambiciones, la cual no sólo se limita a reflexionar sobre la responsabilidad de políticos y periodistas en las guerras de conquista; sino que sugiere además un debate sobre el papel del ciudadano, la educación, la formación de las convicciones éticas en la juventud de su país, los códigos sobre los cuales se levanta la conducta moral del norteamericano medio…

Su séptimo filme como realizador, dijo, toma préstamo para su título de un hecho histórico sucedido en 1916, en medio de la batalla de Somme y plena I Guerra Mundial.

Se trata de una frase pronunciada por el general Max von Galwitz, comandante supremo de las fuerzas alemanas. Conmovido por la audacia de jóvenes soldados ingleses enviados a ataques suicidas por incompetentes superiores que bebían vino en sus lujosas tiendas, expresó: “Jamás he visto leones tan valientes siendo comandados por corderos”.

Decenas de miles de británicos murieron en esta batalla, puestos a tiro por sus superiores sin necesidad militar alguna. Sólo el uso tenebroso de alta tecnología ha impedido que la cifra sea comparable con el desangre menor pero nada insignificante de uniformados norteamericanos en Irak y Afganistán hoy día.

El profesor Malley (interpretado por el propio Redford), al intentar despejarle las entendederas a un alumno de gran potencial —en dicho diálogo queda establecido uno de los tres segmentos narrativos en que se divide el filme—, compara abiertamente aquella carnicería de Somme con lo que hacen los halcones—gallinas de Washington hoy.

Dos de sus antiguos mejores pupilos, Arian y Ernest, uno chicano, el otro negro, marcharon a Afganistán, convencidos de que era lo correcto, que lucharían por su país y por el fututo bienestar de la gente pobre como la suya.

Ellos forman parte de una “nueva estrategia militar” cocida a fuego lento en Washington por el exitoso senador republicano Irving (Tom Cruise) con la anuencia de la élite castrense y política, consistente en diseminar en dicha nación pequeños pelotones para sofocar en diversos puntos a la resistencia.

Arian y Ernest son acribillados por talibanes a 2 500 metros de altura y bajo la nieve, al integrar una de esas misiones, en lo que constituye otro eslabón de la tríada de historias de la cinta.

Entre tanto, en la capital del imperio, el citado senador intenta venderle a los medios la estrategia en curso como el inicio de la victoria tronante que necesita la nación para poner hacia arriba su alicaído testuz.

El político lo intentará hacer por conducto de la tan famosa como desconfiada reportera Janine (Meryl Streep), con lo que se cierra el tríptico de secuencias que conforma el guión de Mathew Michael Carnahan.

De los tres, es si dudas el plano narrativo Cruise— Streep el más solvente de todos por la posibilidad histriónica que se les brinda a ambos, en tanto arman y desarman un juego de dobles palabras, sofismas e hipocresía, muy bien escrito y mejor actuado.

Aunque, en la parte que Redford se reserva para sí, se concentra la mayoría de las conceptualizaciones discursivas de una película que ubica a las cosas por su nombre, con plena objetividad, desprovista de ambages, llena de aplomo y coherencia.

El mérito mayúsculo de Leones por corderos radica en su capacidad para alcanzar lo anterior apelando más a la razón que a la emoción, eludiendo rasgos panfletarios, sin cargar las tintas en subrayados ideológicos; mas no por ello desperdiciando oportunidad para acusar, poner el dedo en la llaga sobre varias de las aristas conducentes al colosal error histórico de las invasiones post—11 de Septiembre: el engaño, la manipulación, el miedo, la decadencia de un imperio que el filme compara con “Roma en llamas”.

Sería pertinente reproducir el pensamiento de Redford para comprender mejor sus intenciones: “He realizado este filme desde la rabia. El cúmulo de mentiras y engaños ha disminuido la reputación de mi país en el mundo entero. Hemos mandado a morir a jóvenes por una mentira colosal, monstruosa. El dólar se ha devaluado, la simpatía que solíamos provocar ha desaparecido. Al principio,                   el Congreso, la prensa, la gente…no reaccionaron. Ese sentimiento de frustración queda ejemplificado en Leones por corderos”.

Al espectador, sobre todo al norteamericano, le convendrá que gentes del prestigio de las aquí convocadas le suelten a boca de jarro verdades tan bien dichas. Y, a guisa de bono, dentro de una película que entretiene y cuyo eficaz montaje la salva tanto de una concepción bastante pobre del hecho fotográfico (limitado en los abundantes diálogos al mero plano-contraplano), como del sesgo teatral que acompaña a la puesta en pantalla.

Pero, a la postre, Leones por corderos me deja el mismo saborcillo, iguales reticencias, que la hace En el valle de Elah.

Y es que sin dejar de reconocerle su valentía (y acaso paternalmente comprender que tanto Haggis en aquella como Redford en esta tienen un tope hasta donde llegar impuesto por el mismo sistema del cual forman filas), no me queda menos que reflejar en esta reseña la ambigüedad de un discurso que critica al tiempo que apoya los actos de la administración yanki.

Pues en ningún momento se trasluce aquí en parte alguna del metraje el mínimo afán de cuestionar no solo ya si es lícito invadir y saquear territorios pobres del Tercer Mundo, sino siquiera la menor intención de sacar a relucir por algún lado los numerosísimos muertos de los invadidos, esa masa mayoritariamente inocente despedazada entre las bombas que nunca ninguna película americana recuerda: a Redford, como a casi todos, solo les interesa los muertos de casa.

Tal miopía histórica, semejante desdén primermundista de barriga inflada por la suerte de seres humanos que no tuvieron la fortuna de nacer en la opulencia, definitivamente no hace del todo legítima esta película y la mayor parte de la corriente en la cual se inscribe. La era de las culpas en Hollywood precisaba una visión más global, mucho menos individualizada.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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