La Parra, una comunidad que renace

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Todavía en los ojos de Bárbara Capote Cepero brilla el recuerdo de aquel 23 de diciembre de 1973. Ese día, ella y sus dos hijos vinieron a vivir a La Parra junto a otras cuatro familias, para convertirse así en los primeros pobladores del pintoresco asentamiento, construido sobre una elevación, a doce kilómetros del centro urbano de Cumanayagua.

“¡Ni imaginas el cambio!”, se apresura a contar emocionada. “Tenía 23 años y venía de un lugar que llamaban La Jutía, un campo con casitas muy malitas, sin corriente; no había nada. Y llegué aquí, y el apartamento estaba completo, hasta con televisor y refrigerador”, dijo.

Al paso de casi medio siglo, son pocos los testimonios y anécdotas de entonces. Del mismo modo que a Bárbara le salieron arrugas y comenzó a padecer los achaques de la edad, La Parra fue envejeciendo. “Ahora se transforma de nuevo y ya por lo menos la carretera está buena y no tenemos tantos problemas”, agregó. Desde los balcones de su edificio, el disfrute del paisaje natural se fusiona con las acciones que procuran devolverle al pueblo la magia de otra época.

Por supuesto, lo que allí ocurre no es obra de la casualidad. Forma parte de una estrategia gubernamental dirigida al fortalecimiento de las cuatro comunidades agropecuarias del municipio montañoso, entre las que aparecen también El Tablón, Breñas y Arimao.

Zuleika Muñoz Díaz, coordinadora de Programas y Objetivos en Cumanayagua, confirma la intención de “resolver, a corto, mediano y largo plazos, planteamientos históricos de la población, muchos de los cuales estuvieron comprometidos en los planes de la economía y carecieron de respuesta por la falta de recursos. En estos momentos se da solución con el uso de la contribución territorial y de los presupuestos que destinan las empresas a labores de reparación y mantenimiento”, apuntó.

La pintura de varios inmuebles, la vía reparada y la sustitución de puertas y ventanas son, a simple vista, destellos del renacer de La Parra, que vuelve a iluminar la vida de su gente.

Según Aida Tamayo Chaviano, delegada de circunscripción, la población de La Parra trabaja fundamentalmente en la ganadería. /Foto: Juan Carlos Dorado.
UN PUEBLO EN COLORES

“Los vecinos están contentos, por la carretera y porque saben que si viene un ciclón ya no les llevará la ventana”, afirma Tainiri Toledo Amarellez, bibliotecaria de la comunidad. Ella, como otros, percibe en los coterráneos nuevos bríos. “Se ven animados, felices y dispuestos a trabajar; con muchas más razones”, añadió.

Tal es el impacto de los primeros trabajos de gran envergadura que se realizan allí desde que en 1973 emergieron sobre aquella loma los ocho edificios del poblado, cada uno de 24 apartamentos, que suman 192 viviendas.

“Nunca antes hubo mantenimiento y la actual reanimación viene a solucionar problemas acumulados de años atrás”, asegura Aida Tamayo Chaviano, delegada de dicha circunscripción, perteneciente al Consejo Popular Crespo. “Además de la vía principal y de las calles interiores que estaban en mal estado, se rehabilitaron los techos de los edificios y hoy avanza el cambio de la carpintería para tranquilidad de las personas, pues cuando acá arriba llueve con viento parece como si fuera una tormenta”, dijo.

Las visibles mejoras en el consultorio médico y la infraestructura de servicios devienen motivo de optimismo en los moradores de La Parra, pese a que persisten inconformidades relacionadas con los residuales y el deterioro de las tuberías hidráulicas. Otro tema a atender con prontitud es la alimentación, toda vez que allí el programa de autoabastecimiento local apenas garantiza cinco libras per cápita de las 30 que corresponden.

Abelardo González Pino figura entre los vecinos que conservan la esperanza de ver zanjadas viejas dificultades. “No estamos totalmente satisfechos, porque aún quedan cosas por hacer, pero apreciamos la reparación de los viales, de la escuela, el círculo, la bodega, y la colocación de la reja para proteger el tanque de agua”, comentó.

Similar fue el criterio de Isabel Capote Capote, quien vive en el asentamiento desde hace más de cuatro décadas. “Esto —afirmó— es lo máximo; hacía años que no pasaba. Las calles estaban llenas de huecos y eso ha cambiado; se está poniendo carpintería de aluminio; la comunidad luce distinta. Ahora, a la placita casi no viene nada y la gastronomía continúa siendo muy pobre”.

De cada uno de los asuntos por resolver conocen las máximas autoridades políticas y gubernamentales de la provincia de Cienfuegos, tras intercambio directo con los vecinos de La Parra, un pueblo de campesinos, empeñado en borrar el gris inevitable del tiempo y restaurar los colores de antaño.

En el asentamiento se pintan y reparan varios inmuebles de la infraestructura de servicios, como la bodega./Foto: Juan Carlos Dorado.
MIRADAS EN SEPIA

A veces, en las tardes, Félix Gómez Crespo va a donde el improvisado mirador del pueblo y, en compañía de algún amigo, evoca el día en que dejó atrás su “casa mala, de piso de tierra”, para asentarse en La Parra, una comunidad en la que el 65 por ciento de la población actual es, como él, de adultos mayores. No sucedía así en 1973 y probablemente tampoco luciera igual el valle que todavía lo deslumbra, arropado por la presa Avilés.

Cuatro años antes, la loma donde ahora residen más de un centenar de familias era un monte que a nadie se le hubiera ocurrido transformar, hasta que en 1969 tuvo la visita de Fidel. “Al observar el valle, valoró las potencialidades que tenía para el desarrollo del plan lechero del Escambray y la posibilidad de convertir el río existente en una gran presa. Muchos lo objetaron, porque el sitio estaba lleno de guajiros, y fue cuando propuso erigir este asentamiento”, relató Toledo Amarellez.

De este modo, y en menos de un lustro, nació La Parra, nueva y radiante, una luz para la mayoría de las personas que llegaron a habitarla, procedentes de zonas rurales muy humildes. Por eso, despojarla de las huellas ocasionadas por los años, la dejadez y las carencias es otra manera de irradiar en el alma arraigada de quienes como Bárbara, Félix, Aida, Isabel, Abelardo… nunca la abandonaron y viven allí los atardeceres de la vejez.

El tanque de agua ya dispone de una reja para su protección, otra de las preocupaciones de los vecinos./Foto: Juan Carlos Dorado.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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