La filosofía for export

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For export ha devenido en la actualidad prácticamente una categoría estética con la cual se designa el material artístico cuya traza, de forma irremisible, remite a su condición de obra surgida a partir de la impostura y pensando en públicos e intereses foráneos.

Por lo general estas (van desde clips hasta filmes, desde libros hasta cuadros) tienden a ampararse en la consabida defensa de “transmitir esencias patrias”, cuando por el contrario lo que hacen es precisamente someter a esquirlas dichas esencias, al tirotearlas vendiendo un mero montaje.

El fenómeno es mundial, aunque suele operar desde los países del Sur hacia los del Norte en esta era globalizada, en la cual los monopolios “culturales”, los focos de recepción crítica del planeta y los mecanismos políticos que subyacen en sus modus operandis tanto lo favorecen.

Es un terreno difícil de explicar en palabras, en tanto su velo se descorre lo mismo a través de expresiones muy burdas, que mediante vías en extremo sutiles bajo la égida estas últimas de la “sacrosanta” misión del arte.

De las segundas no es común ocuparse, pues quien lo haga corre el riesgo de meterse en camisa de once varas, o de recibir un fuerte cocotazo por su supuesta incapacidad para comprender la función del arte, por su cavernaria tendencia a ver fantasmas donde no los hay, por su radicalismo.

De manera que a veces hasta los que estamos para poner el ojo avizor ante tales circunstancias, caemos en el juego de ponderar lo que podrá ser lo más artístico del mundo, pero en la concreta subvierte verdades, camuflajea certezas, induce miradas, condiciona criterios a niveles mundiales.

De las primeras es mucho más fácil hablar, y no porque el que lo asuma no arrostre la desventura de incurrir en complicaciones de interpretación dentro de su medio, sino debido a que son tan festinadas, sosas, banales, que hasta el menos cauto se percata de la envoltura.

Es mercancía de tercera, envuelta en papel de regalo fosforescente para consumo en el exterior.

Son souvenirs baratos para turistas del arte que a veces ponen la plata, y entonces el Cauto tendrá el agua roja porque así lo querrá el sponsor.

Podrá ver el receptor en alguna toma de 50 segundos realizada a tales efectos, digamos por ejemplo en La Habana, más Chevrolet ’57 que en una calle de New Jersey en julio de aquel año; más negras alborotadas con el “santo” que le salió en el solar, que las que puedan haber en Chad…

En algún vídeo clip filmado en la misma ciudad podrá encontrarse, igual, más ruinas que en Pompeya; más sexo que en un lupanar romano: todo dentro de un empaque visual editado con la intención expresa de prefigurar una imagen en el imaginario mundial aferrada a un signo pretérito.

En última instancia, tal visión, tan ligera pero tan perjudicial como no podría haber otra, marcha en consonancia con los preceptos foráneos de cómo, de qué forma y por donde debe enfocarse el asunto.

Y tras de ello, de seguro, no hay ligereza alguna de pensamiento.

No es que a quien escriba, al ver tanto folclorismo de mentiritas ni santería de cartón, se le haya colado en el cuerpo el fantasma de Gorki y esté pidiendo realismo socialista, ni mucho menos recabe la vuelta de la demodé teoría del equilibrio en los “asuntos del arte”.

Simplemente, añoraría, que tales productos fueran diseñados pensando más en el receptor cubano, y mucho menos en la compañía distribuidora que los colocará en el stand de una tienda en Madrid o Miami.

Pero utilizo este modo subjuntivo, porque a lo mejor sueño, y acaso la filosofía for export llegó para quedarse, como los estereotipos que la alimentan.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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