El sueño posible de una nueva América

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La Latinoamérica a ras de calle, la de esos “vencidos” a quienes le quisieron cegar la visión, para decirlo con palabras de Eduardo Galeano, bailó cumbia el domingo, para decirlo con palabras de Andrés Manuel López Obrador, cuando se conoció la victoria en los comicios colombianos del candidato del progresismo, Gustavo Petro.

No era para menos lo del baile, pues la historia castigó a esa nación de pasado heroico con más de doscientos años de gobiernos burgueses, asidos a los patrones de mando de las distintas metrópolis.

La abyección, de Uribe a Duque, en el tema bilateral con los Estados Unidos, alcanzó los niveles que solo pueden registrarse en un país único en desgracias como Colombia, la nación del narcoparamilitarismo gubernamental y las veinte bases militares gringas, la de los falsos positivos, la de los crímenes diarios contra líderes sociales, la de las fosas comunes, asesinatos políticos, secuestros, exterminio, la del combate fratricida con Venezuela: en fin, la que le interesaba a la Casa Blanca.

Uno de los primeros contactos de Petro con el mundo exterior ha sido con el presidente norteamericano, Joe Biden, y sus palabras en Twitter resultan un poco ingenuas al evaluar el diálogo inaugural con el Comandante en Jefe del imperio, pero, prevalezca el beneficio de la duda, debe entenderse que en Bogotá, así se sea más izquierdista que el Che Guevara, será imposible del todo asumir posturas contradictorias con Washington.

Petro en realidad ni ha empezado a dirigir la nación, pero sobre él se ciernen muchas esperanzas para revertir el nefasto panorama social de su país y reconfigurar las alianzas políticas del surcontinente. Si no abandona el camino, si le permiten cumplir siquiera la mitad de sus promesas, habrá otra Colombia, muy distinta a la actual. Para bien de sus habitantes, para bien de América Latina.

Una América Latina que, nuevamente, ve ante sí un ciclo de cambios como el iniciado en 1998 y luego interrumpido por diversas circunstancias de todos conocidas, una nueva era de integración regional y hermandad entre pueblos que no mirarán, en masa, la brújula de más allá del Río Bravo.

La victoria realmente histórica de la izquierda en Colombia y la muy posible re-alborada de Lula en un Brasil de grave recesión y crisis social, desempleo de 14 millones de personas y la inmensa mayoría de las personas viviendo del trabajo precario,supondrá un muy positivo viento de cambio para toda la región.

De eso bien se ha percatado la nación hegemónica del norte del continente, y continuará haciendo lo posible por neutralizar cada uno de los objetivos de concertación, avance económico-social e integración de los pueblos de América Latina. Como lo ha hecho y hace sistemáticamente contra Cuba. Como ha sido su papel en contra de Bolivia, Brasil, Venezuela, Nicaragua.

Les duele, mas sobre todo temen, que cada vez mayor cantidad de capitales piensen más con su cabeza y menos con la de la embajada de EE.UU.

Presidentes de signo progresista, o con cierta o alguna tendencia a ello a pesar de las diversas posturas generales de sus respectivos gabinetes, dirigen ahora en México, Chile, Argentina, Bolivia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Honduras, Perú y Colombia. Si Brasil, el gigante de América, retorna a la izquierda, América Latina estaría atravesando un momento histórico sin antecedentes, el cual todas las fuerzas antihegemónicas del planeta deberían aprovechar. La triste suerte del continente es que tales ciclos no son a perpetuidad y resultan reversibles por disimiles razones internas y la apuesta omnipresente y consciente de Washington. Por ello ameritan más celo, más cuido, más defensa, de forma unida, como lo reclamaron Bolívar, Martí, Fidel y tantos próceres que soñaron una América fuerte, unida e independiente.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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