“El flamenco es un grito de la naturaleza”

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La historia de Joel se asemeja a esas que cuando vemos en películas o escuchamos en radionovelas nos parecen sólo propias de esos marcos fictivos, no pertenecientes a la vida real. El padre, militar, no aceptaba ni imaginar siquiera que su hijo fuese bailarín. La Aguada de Pasajeros de sus años de infancia (la década de los ’70) no era precisamente lo que se dice una plaza cultural, ni tierra afín a cultores del flamenco. No existía tampoco tradición cultural en la familia, ni alguien dispuesto a respaldarlo de a todas en su empeño, pese a la flexibilidad de la madre. Como se pudiera decir en el romano antiguo, los augures le daban malas señales al muchacho.

Pero lo que no hubieran podido saber era que la diosa de la perseverancia caería por voluntad o accidente alguna noche en aquella tierra colorada, para bendecir al niño con su don. Porque si un adjetivo puede definir lo que garantizó el éxito personal y artístico suyo fue, es y ha sido ése: perseverante. Tenaz, al grado que no se ven tantos, no tiende a apocarse ante ningún escollo, y a la larga siempre consigue su voluntad.

A sus 8 años, Joel Zamora (Cienfuegos, 1972) comenzó a tocar guitarra y cantar en la Casa de Cultura de Aguada; a los 14, dictaba su primera conferencia sobre los orígenes del flamenco. Doce meses después dirigió, bailó y montó su primera coreografía. Con un año más, conseguía que sin contar aún con la edad laboral le aprobaran una plaza de instructor cultural en aquel municipio.

Por dicha época, como el padre no lo dejaba bailar, echaba el vestuario artístico a escondidas en una mochila, salía en las tardes de Aguada para Matanzas, allí tomaba un tren a las 4:00 p.m., y partía, casi siempre con poco más de tres o cuatro pesos, para Sociedad de la Juventud Asturiana, en La Habana, con el fin de recibir instrucción especializada. Luego regresaba a su casa, y al otro día después de la jornada laboral continuaba la misma odisea.

A los 17 años se entera de que había un espectáculo de danza flamenca en el hotel Kawama, de Varadero. Se parqueó frente a la casa de su coreógrafa principal y le dijo que él quería integrarlo; ella, asombrada ante el poco usual abordaje, lo llevó allí para una audición.

Aquel adolescente, criado estrictamente en su hogar, acostumbrado a salir solamente con sus padres, se sintió poca cosa al descubrir el inmenso escenario. El jurado le pidió un paso doble, luego una jota; esta última nada más para corroborar la primera impresión: estaba aprobado. A tan temprana edad pasaba a ser bailarín profesional. Franqueaba el primer círculo de sus sueños.

– ¿Cómo cayó la bomba en la casa?

“Contrario a lo que pensaba, no llegó a explotar. Convoqué a una reunión familiar. Nos sentamos todos frente a la mesa y, bum, se los solté. A diferencia de lo que temía, mi padre se levantó de la mesa, me abrazó y me dijo que contara con él”.

En paz con la conciencia se lanzó de pleno a labrar su carrera. Trabajaría en La Habana, a la par que recibía lecciones técnicas con el Ballet Nacional de Cuba e investigaba en torno a la evolución del flamenco.

¿Por qué esta danza?

“De verdad que ni yo mismo lo sé. Quizá sea culpa de otras vidas vividas. Ya de chiquito cogía las motonetas del pelo de mi mamá y las ponía a sonar como castañuelas. Hubo gente que contribuyó a acrecentarme el gusto; Antonio Gades, por ejemplo, quien a pesar de su herencia clásica supo imprimirle un sello muy particular a su discurso coreográfico, sin desvirtuar la esencia. Nada que ver con el flamenco-fusión de ahora”.

¿De tus palabras y estilo infiero que te interesa respetar la pureza de este baile. Qué te parecen entonces gente como Joaquín Cortés, Ketama o Reynier Mariño, quienes suelen experimentar a partir del flamenco y mixturarlo con otros tonos y ritmos?

“A todos los respeto, y de Mariño creo que se trata de alguien excepcional. Sin embargo, yo me inclino por un flamenco tradicional, aun cuando éste no se encuentre ajeno al impulso de los tiempos que vivimos. La nuestra, es la única compañía de corte tradicional en Cuba”.

– ¿Principales condiciones de un bailaor?

“En el flamenco el hombre tiene que ser muy macho y la mujer muy zalamera, para que sea creíble. Con esto te digo que hay que proyectar la energía y la expresión de los sexos sobre el escenario, y nunca subirse a uno sin un argumento y sin un porqué. Se debe estar muy seguro de lo que es uno y qué cosa quiere. De lo contrario no serás un bailaor, si no un muñeco mecánico en la escena. También resulta preciso ser muy exigente: nosotros, por ejemplo, ensayamos diariamente, incluso los domingos.

“Hay que tener oído y corazón, bailar con sentimiento y dejar que la técnica sea como un componente que te va llegando como un eco. El desbordamiento de ésta es perjudicial, porque el flamenco es como un grito de la naturaleza”.

– ¿En tus 25 años de carrera artística, cuáles han sido tus principales momentos o logros?

“Varios, pero debo situar por arriba de todos la creación de la Compañía Joel Zamora y nuestra Academia de Formación, donde contribuimos a asegurar el futuro de esta danza española. Trabajamos muy fuerte en ambos casos. No puedo soslayar los Cursos de Verano impartidos en el teatro Tomás Terry con la presencia de interesados de todo el país, ni tampoco un evento como Hispanarte, que efectuamos en diciembre, en el cual la cultura hispánica late alto y bien”.

– Dos preguntas en una: ¿Cómo eres y de qué forma te eludes del “mundanal ruido”?

“Las dos respuestas en una: admiro por sobre todas las cosas, la sencillez de ser como cada quien es, sin afeites. Soy como el agua al tiempo, natural. No soporto los Tokis ni nada artificial. Alguna que otra madrugada me voy hacia un sitio de campo llamado El Desquite, con mi mujer a la grupa. Allí, además de cantar a la luz de la luna y darle paz a mis neuronas, me desquito (en un lugar que ni pintado por su nombre) del poco tiempo que me da el trabajo constante para el solaz”.

Has compartido escenario en La Habana con importantes figuras de la cultura cubana, tu trabajo es reconocido nacionalmente. ¿Tales cosas no te han dado por pensar alguna vez en emigrar a la capital?

“Ni lo he pensado, de veras. Para ser lo que soy no tengo que irme, yo hago flamenco desde Cienfuegos. Ese respeto que dices he conseguido, ha sido desde aquí”.

Además de bailar y cantar, escribes poesías, impartes clases, editas el boletín Tablao…, en fin. ¿Cómo te las arreglas para hacer tanto a la vez?

“Belkys, mi compañera y representante, me ayuda en cada acto de la vida. Además, tengo por norma comenzar algo y acabarlo, no importa cuánto me cueste. Cuando me encuentro desfallecido, casi extenuado de trabajo, entonces comienzo a sentirme bien”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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