Drácula 2000: vampiros en fase de mutación

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Agotados los morrales del gótico clásico, el género vampírico, tras las dos últimas grandes apariciones de esa línea – Drácula (1992), de Coppola, y Entrevista con el vampiro (1994), de Neil Jordan-, ha experimentado una mutación genética,  tanto en sus expresiones formales como en el sustrato de sus matrices argumentales.

Es así, que a partir del segundo lustro de los noventa, y entrado el nuevo siglo, surgen filmes que más allá de sus desiguales cualidades, están aportando un soplo de novedad a un cine el cual, como vaticinara hace años el crítico Richard Schikel, no morirá mientras existan productores. Y devotos del mito, diría yo. Si Abel Ferrara procuró una exégesis de tipo religioso a la “enfermedad” en La adicción (1996);  si John Carpenter le aportó una rica veta irónica en Vampiros ( 1997), y J.S. Cardone y Michael Rymer le introdujeron inquietantes analogías con fenómenos contemporáneos y grados de humanización marcados respectivamente en The forsaken, (2002) y La reina de los condenados (2002); mientras que Guillermo del Toro le confirió un acendrado carácter posmoderno a su Blade 2 (2001), al tiempo que el canadiense Guy Maddin le añadía un aura totalmente novedosa  —el monstruo en los predios del ballet— a través de Drácula: pages of a virgin´s diary (2002), Drácula 2000, del propio año, también mostró evidentes particularidades.

Wes Craven, figura emblemática de la Serie B de terror, fue el padre espiritual de esta película dirigida por Patrick Lussier que, acorde con el tremendismo milenarista de cierto cine, trae sino la más absurda, sí la más grandilocuente de las explicaciones genealógicas del chupasangre: se trata, según Lussier, del mismísimo Judas Iscariote (odia la cruz porque vio, resentido ya mismo, como Cristo era clavado en ella; y la plata, porque lo vendió por unas monedas), que paga eternamente con su muerte en vida la mayor cobardía de la historia. Más allá de la estupidez potencial de semejante teoría, lo que interesa, a efectos narrativos, no es esta misma, sino su ensamblaje dentro del contexto contemporáneo en que se mueve la historia y los amarres de la trama para hacer que funcione. Y esto se logra con efectividad, como colofón de un filme que apunta bien hacia la dirección pretendida apenas arrancar. Drácula 2000 conserva rasgos de la novela de Bram Stoker inzafables en cualquier aproximación vampírica, pero se aleja en buena medida de ésta, incorporando una visión más cool y mucho menos amarrada del monstruo.

La película aporta al género varios elementos: a) juvenilia —salvo el Van Helsing de Christopher Plummer todos los rostros son jóvenes; incluso el Drácula asumido por Gerard Butler, quizá el más atractivo de la historia, aunque también uno de los más mediocremente interpretados. b) luminosidad a una pantalla por regla sombría, repleta de ambientes oscuros- aquí buena parte de la trama transcurre entre la luz y el bullicio polícromo del carnaval de Nueva Orleans. c) plasticidad: los lances sexuales del personaje central son hermosas coreografías aéreas. d)un componente sonoro de altos decibelios -el soundtrack está conformado con temas actuales y movidos. e) una estética publicitaria asida al cine de acción de la era MTV-Bruckheimer: planos de menos de cinco segundos, montaje frenético, un filme al trote permanente y escenas de combate con inocultable sello oriental, como manda y ordena el género de acción hoy día en Hollywood: la secuencia final de lucha es puro wired-fu, o kung-fu con cables haladores y correas a lo The Matrix.

No se puede pretender más de Drácula 2000, porque la película no pretende mucho más que epatar, impactar por su estructura, visualidad y look contemporáneo. Ingresar en el camino de transformación del tema a base de su integración genérica de terror y acción, llevando de paso el mito a las nuevas generaciones en un estuche habitual al que las está acostumbrando hoy día la industria. Sin desmedrar por ello, los rasgos de originalidad que acompañan la propuesta. Sin llegar a ser un Drácula teen, tampoco estamos ante el monstruo de la Hammer o la Universal. Se trata de un Drácula intermedio y de tránsito, en fase de mutación, previo a cuanto advendría en la materia chupasangre ya entrado el siglo en curso.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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