Despojos

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 24 segundos

En 2018 se cumplen 170 años de que México fuese devorado por los Estados Unidos. En medio de la guerra de agresión del todavía muy joven imperio a la nación vecina, los latinoamericanos —invadidos y sus ciudades tomadas por el ejército atacante—, se vieron conminados a firmar un vergonzoso tratado a través del cual, literalmente, la potencia del norte se tragaba al país del sur.


El documento rubricado en 1848 obligó a México a entregar más de la mitad de su territorio. El orden imperialista asentado en Washington le arrebataría a esa nación cerca del 55 por ciento de su superficie nacional, esto es 2 318 000 kilómetros cuadrados: cuanto en la actualidad conforman los estados de Nuevo México, California, Nevada, Arizona y Utah, además de algunas zonas de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. A Texas, también mexicana, se la habían anexado desde 1845.

Tan extraordinaria área llegó a parecerles poco, pues la intención real de los estadounidenses era adueñarse de México en su totalidad, recuerda Howard Zinn en su imprescindible libro La otra historia de los Estados Unidos.

El desangre a México, firmado con la pistola en la boca a través del Tratado Guadalupe-Hidalgo en 1848, le robaba a la nación superficies de vastos recursos naturales y extraordinarias fuentes de riquezas que permitieron el fortalecimiento económico de los Estados Unidos, un país cuyo poderío actual en ese orden se basa esencialmente en su historia de saqueo de los recursos de otras naciones; no en la cualidad presuntamente superior de su sistema.

Para ejemplificar lo anterior valgan los siguientes elementos históricos: casi la totalidad del petróleo que permitió la conversión de Estados Unidos en una potencia industrial en la pasada centuria estaba localizada en áreas terrestres o marítimas pertenecientes a México. Solo durante la primera década después de la usurpación, el oro extraído de minas del oeste del territorio robado a México fue superior a todo el sacado en el planeta a lo largo de siglo y medio.

En realidad, la expansión territorial de los Estados Unidos, como documentan todos los libros de Historia del mundo, a excepción de los entregados a los estudiantes norteamericanos en sus escuelas (materiales llenos de omisiones y falsedades, solo interesados en patentizar su “excepcionalismo”, el “Destino Manifiesto” y sentar desde la infancia el condicionamiento ideológico para que los ciudadanos de ese país aprueben las guerras de conquista de sus administraciones), se había iniciado antes de la usurpación macabra a México.

El general Andrew Jackson, figura sacrílega para la nación originaria indígena de los Estados Unidos por todo el daño genocida que le causaría, invadió la Florida, territorio entonces español, en 1817. No mediarían ni cuatro años para que el rey Fernando VII se la vendiera al presidente Monroe, en franca violación de lo estipulado en las respectivas constituciones de ambas naciones.

A inicios de siglo, para 1803, ya se habían hecho de la Louisiana Francesa, de más de un millón de kilómetros cuadrados. Así, expandían sus fronteras hasta las Montañas Rocosas y Texas.

El ansia expansionista, nunca interrumpida, se incrementa hoy día. El objetivo geoestratégico ahora pasa por acabar con Siria, para cercar a Irán, tras haber barrido antes con Líbano, y así tener dominio total del Medio Oriente y estar a las puertas de Rusia que es —junto a China— el gran rival a derrotar.

África está en poder de las transnacionales yanquis, junto a las de Francia e Inglaterra, dos imperios precedentes al norteamericano. Europa responde al mando de la Casa Blanca, algo refrendado militarmente por la OTAN. Y en América Latina, tras la reversión momentánea del ciclo progresista, con el subcontinente repleto de bases militares norteamericanas y gobiernos corruptos bajo su total dominio, el objetivo cimero pasa por derrotar a Venezuela y Cuba. Contra la primera nación perpetran la guerra no convencional más sucia y poderosa jamás conocida.

Contra nuestro país —cuyo ciclo de liberación interrumpieron en 1898, mantuvieron en calidad de neocolonia durante sesenta años y luego han sometido otras seis décadas a un cruento bloqueo—, se intensifica la campaña en diversos frentes.

Solo la lucha por la supervivencia y la resistencia de los pueblos, unido al progresivo reequilibrio de poder a establecer por parte de potencias como Rusia y China, impedirá la anexión total del planeta por la superpotencia.

Visitas: 46

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *