Cuatro disparos bajo la fría llovizna de agosto (*)

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Una llovizna fría, impropia de la época, se cernía democráticamente sobre la ciudad de Cienfuegos.

El joven Federico Duménigo salió con prisas de su casa en la esquina del Paseo de Arango con la avenida de Reina. Eran pasadas las ocho de la noche del domingo 22 de agosto de 1926 y tenía la intención de pasar un buen rato en el Cienfuegos Yatch Club.

Avistó un fotingo Ford parqueado frente al poste de la luz en la propia esquina de su domicilio y caminó hasta el vehículo con el propósito de alquilarlo. Quizá le llamó la atención el rostro o la actitud de sus dos ocupantes, quienes le negaron el servicio con el pretexto de que el carro estaba ponchado.

Federico, administrador por esa fecha del diario El Comercio, apenas caminó una cuadra, hasta la intersección de Arango con Santa Clara, cuando escuchó cuatro detonaciones a sus espaldas y corrió hacia el lugar de los tiros. El Ford “ponchado” se alejaba a toda velocidad y un hombre yacía bocabajo, herido de muerte. Con horror comprobó que el recién baleado era su propio padre, Baldomero Duménigo.

Luego y casi al unísono acudieron a la escena del crimen los vigilantes José Stuart y Eduardo Poblet, quienes escucharon las descargas desde sus respectivos puestos de guardia, en el parque Estrada Palma y la esquina de Arango y San Fernando. También se personó en la escena del crimen el paisano Teófilo Cabrera.

Entre todos condujeron el cuerpo al Hospital de Emergencias, casualmente inaugurado esa misma mañana con el nombre de General Machado en la esquina de Santa Cruz y Cuartel (actual sede de ETECSA). Baldomero llegó sin vida al centro asistencial.

Los datos del acta policial levantada por el teniente de la Municipal Federico Díaz de Villegas y el asistente Manuel Marcaida reflejaron los 46 años de edad del occiso, blanco, natural de Remedios, casado, telegrafista y ex tesorero de la Hermandad Ferroviaria. En los bolsillos llevaba el muerto 46 pesos en billetes y plata, un reloj de oro sin cadena, un carné de identidad del mismo gremio, dos retratos chicos, un pase de ferrocarril, un auto de procesamiento y un llavero con 20 llaves de distintos tamaños.

Apuntaron también en el documento legal cuatro heridas con armas de fuego de grueso calibre. Todas con penetración en la anatomía de atrás hacia delante. Los bordes quemados de los orificios certificaban alevosía de los disparos a quemarropa.

Primero el cadáver fue conducido a la Delegación Ferroviaria, San Carlos, casi esquina a Bouyón. Luego las autoridades entregaron el cuerpo a los familiares para que lo velaran en su hogar. Con el compromiso de entregarlo el lunes a las cuatro de la tarde a fin de cumplir los trámites de medicina legal. Obdulia Hernández estrenaba esa misma noche su estado civil de viuda. Además de Federico; Rigoberto, Zoila y Florinda ya no tenían padre.

Dirigentes de la Hermandad y funcionarios de los Ferrocarriles de Cuba realizaron trece guardias de honor ante el féretro de Duménigo, quien al morir contabilizaba 20 años de servicios en el mundillo de los rieles. El pueblo de Cienfuegos acompañó de manera masiva el sepelio hasta el Cementerio General, ceremonia en la cual El Comercio reflejó la concurrencia de representaciones de las más simples corporaciones obreras y las sociedades aristocráticas de la ciudad.

Bienvenido Rumbaut, director del rotativo, dijo las palabras del adiós ante el portón de la necrópolis de Reina.

Al referirse a “los móviles del crimen de anoche”, La Correspondencia destacó la temprana presencia de su reporter en el escenario:

Interrogamos a uno de los primeros en llegar al lugar de los hechos, el que supone a juzgar por los indicios hallados, que dentro del Ford que se encontraba con los faroles apagados según el decir de algunos, estaban dos individuos conocedores del muerto y sus costumbres y desmontado otro desconocido que al recibir la señal convenida de la salida de Duménigo de su casa le siguió los pasos, disparándole cuatro veces por la espalda, sin darle tiempo a nada. Esta versión la corroboraron distintas personas próximas al sitio de los sucesos”.

La prensa cienfueguera del domingo reflejó en par de sueltos que el Honorable Presidente de la República había declinado la invitación para asistir a la apertura del hospital de Emergencias de la Perla del Sur y en su lugar prefirió pasar el weekend en su residencia campestre de Santiago de las Vegas.

A las diez de la mañana del propio lunes que enterraron al líder ferroviario falleció en Nueva York Rodolfo Valentino, el galán del pelo engominado que hacía suspirar desde la pantalla muda a mujeres de medio planeta.

La noticia farandulera y la del regreso a la Isla de los aviadores nacionales Laborde y Maturell, después de volar a la capital haitiana, le echaron tierra mediática al crimen de Arango y Reina.

Tras la caída de la dictadura del “Mocho de Camajuaní”, los periódicos cienfuegueros, libres de la mordaza del régimen defenestrado, llenarían páginas con los relatos y la causa seguida por uno de los primeros homicidios políticos del machadato.

(*) Primera crónica de una serie de tres sobre el asesinato del líder sindical Baldomero Duménigo, primera víctima del machadato en Cienfuegos.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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