Cuando la vida vale menos que un enfriador de vinos

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David “El Terry” Acevedo falleció hoy (*) en un hospital de Managua. Solo tenía 23 años y las últimas imágenes de esta vida que logró grabar su maltrecho cerebro, cuando ya alojaba la sangre de un hematoma, fueron difusamente “filmadas” la noche del sábado anterior sobre un ring de la capital nicaragüense regenteado por la Buffalo Boxing.

Ahora no importa en cual hemisferio cerebral ocurrió la ruptura provocada por la derecha o la izquierda, da igual, de su oponente Nelson Altamirano. Los medios no suelen ser tan precisos en sus notas necrológicas.

A mí, que el boxeo me importa tanto como el precio del oro en la Bolsa de Nueva York, la casualidad me posó los dos ojos, el derecho y el izquierdo, sobre la pantalla de una tele durante los últimos segundos verticales de El Terry, que ya se desmoronaba en cámara lenta con el auxilio de las cuerdas a su espalda, mientras los narradores creían describir un nocaut más del viril deporte. Aunque ya clamaban por una ambulancia.

 

Confieso que el boxeo llegó a apasionarme casi tanto como la pelota. Sería porque mi adolescencia y primera juventud coincidió con la aureola muniquesa de Stevenson, Jorgito y Emilio Correa. Con el choque de dos Titanics llamados Gilberto Carrillo y Mate Pavlov en el Coliseo habanero. Con la bravura maceística de Douglas Rodríguez y la mandarria que José Gómez calzaba por mano derecha.

Un buen día comprendí que el llamado de las 12 cuerdas era el único deporte que de manera consciente atentaba contra la integridad física de la persona. Con todo y las medidas protectoras que enarbola la rama amateur de ese asunto de hombres. Ahora, de mujeres también.

Una mala noche un entrenador endiosado me dejó dos veces con el micrófono en la mano. Como un buen toque de bola por la raya de tercera, pero con sonrojo y vergüenza incluidos.

No recuerdo, ni me importa, cual fue primero, si el día esclarecedor o la noche de la desazón.

Y ambos momentos me asaltan la memoria mientras leo las últimas noticias del breve paso terrenal de este David sin honda. En lo adelante será una estadística: la primera pérdida de este tipo en el país de lagos y volcanes, si nos atenemos a la declaración de la Comisión Nicaragüense de Boxeo Profesional.

Que lamenta mucho el suceso.

Ahora los medios son más precisos. El Terry, de niño terrible le venía el apodo, sufrió un desvanecimiento en una sesión de sparring anterior a la tragedia, que no deja de serlo a falta de su sello griego. Y para que la báscula no lo noqueara antes que el chinandegano Nelson, le rebajó diez libras a su anatomía hasta llevarla a las 147 requeridas por el match fatal. Que nunca debió llegar al último de los ocho rounds pactados.

A esa categoría de peso, donde rutilaron en algún momento de sus carreras los superventas Floyd Mayweather Jr. y Manny Pacquiao, le llaman la división de la muerte. Cuánta razón.

 

Para Acevedo la bolsa del combate postrero ascendía a cuatro mil córdobas, 145 dólares al cambio oficial, como escriben los periodistas dedicados a la economía.

Hago una breve búsqueda en Internet. Casi tan rápida como un jab. Y encuentro. En los Almacenes Siman un enfriador de vinos cuesta 240 billetes verdes.

De la marca Nostalgia Electrics y para ocho botellas, precisan.

(*) 21 de noviembre de 2015.

Nota: Crónica tomada del muro de Facebook del autor. Con su permiso, por supuesto.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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