Todos los hermosos caballos

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Si usted es de esa estirpe de público que añora el teatro realista, no ensayístico, conectado directamente a la compleja realidad cubana y al humor como entibo para radiografiar ese entorno paradójico y rico, probablemente se sienta desilusionado con la más reciente puesta de Todos mis hermosos caballos, del premiado narrador Atilio Caballero.

A todas luces, el autor de Ten mi nombre como sueño (2000) y La casa de los fantasmas (2005), construye un tipo de teatro enclavado en lo documental, legatario de anchurosos procesos investigativos y abocado a la reconstrucción de la memoria, ora desde una dimensión colectiva, ora intimista, casi siempre planteado como una migración hacia el interior del ser. Y no es que la obra, estrenada en la sede de Teatro de La Fortaleza y frecuente zona de indagación, próxima a la antigua Central Electronuclear (CEN), carezca de ciertos atributos descriptivos y narrativos como para no ser entendida, sino que su director exige a esos públicos un ejercicio de reinterpretación cultural que compromete otras repercusiones psicológicas, sociológicas y filosóficas fuera del alcance de la mayoría, especialmente en un nivel subtextual e intertextual.

Se trata de una pieza integrista (en mi opinión, que dice más que lo que muestra, jerarquizando los suplementos verbales en detrimento de la acción, un tanto literatirizado), que se arriesga en simbiotizar los puntales emocionales, estéticos y discursivos de varios escritores de cabecera, al estilo de Cormac McCarthy (Todos los hermosos caballos), el autor de La carretera, Heinrich von Kleis (Michael Kohlhaas), el explosivo León Tolstoi (La historia de un caballo), Aquiles Nazoa (La historia de un caballo que era bien bonito, Caballo de manteca) y el cubano Onelio Jorge Cardoso (Caballo de coral, Caballo y El caballito blanco), tomando los ejes en común. En cierto modo, aquellos que seducen al dramaturgo cienfueguero para recrear las vivencias de su actor fetiche, Abel Domínguez, la fuente nutricional.

Estos sugestores de la relevancia simbólica, usando el término del crítico y teórico Jorge Dubatti, son esenciales en la exégesis del texto escénico de Caballero. En principio, es un relato sobre las nostalgias y afectos de Abel (quien se interprete así mismo, aunque este teatrar dentro del teatro no se sostiene hasta el final y deja colgado uno de los aspectos contenidistas de la dramaturgia), ofrecido en un registro alegórico y de tesis, donde el caballo, cuya “alma se parece a la de los hombres” se convierte en la voz para evidenciar la violencia de la humanidad (también parte del espacio donde radica Teatro de La Fortaleza) y la evidencia de la injusticia, como una suerte de confrontación entre la práctica aspirada por la conciencia y la anarquía fáctica del cosmos.

Fotos: Hirio Daniel Denis

Para la escenificación de este universo de violencias (y ternuras, por algo se cita a Nazoa y su caballito comedor de jardines, en cuyos ojos se ven todos los colores) el director utiliza los servicios de Daniel Antón, graduado de artista visual en 2018, en la Academia de Artes Plásticas de la Escuela de las Artes Benny Moré, y creador de los más promisorios entre los sureños. Antón aún no posee la experticia que reclama la escenografía teatral, lo que elocuencia las pequeñas o casi invisibles dimensiones de algunos objetos (las estructuras geométricas, la colección de caballos, etc.), igual no está convencido de que la estrategia no es henchir los espacios, sino de que sean funcionales los elementos que ambientan las escenas, aunque las soluciones de los corceles aéreos aportan encanto y dinamizan los signos nostálgicos del relato. Hay algo que se escapa a su directriz en el diseño y define el reclamo de la preeminencia poética (especialmente de la actuación): la necesidad de un equilibrio y la armonía entre los componentes escenográficos y el atrezo, en una dimensión simbólico-naturalista. En cierto modo, hay contrapunteos entre los elementos palpables, como la montura, los troncos y las pacas y las figuras geométricas (escenografía abstracta) que se desplazan en sus significados, lo que obliga al actor a bifurcar los subrayados y las acciones.

Sin dudas, el peso de la puesta recae en las actuaciones de Abel Domínguez, aunque en el decurso participa Antón como asistente (a la manera del Kuro del Kabuki, aunque en este caso se dedica a alcanzarle objetos, eficazmente inexpresivo) y la jovencita María Karla Rifat apoya en vivo con su ejecución del violonchelo (desaprovechada desde la mitad de la obra y con una insistencia en la cuerda lírica del tema que se vierte monótona). Domínguez, que probablemente asume uno de los personajes más complejos de su carrera, consigue con bríos los diferentes estados psicológicos del personaje, esencialmente desde una perspectiva stanislavskiana (donde mejor se luce, articula, matiza y recrea las emociones), si bien debe controlar las energías para no acabar agotado. Las confusiones en la puesta a nivel somático suelen enturbiar la representaciónen una anchura transitiva y reflexiva (no son felices, aunque defendibles, las improvisaciones en los inicios de la obra, el transitar de algunos cambios de ánimo), si bien el histrionismo del actor ocasiona momentos conmovedores que enriquecen la magia del convivio. Sin dudas, Abel ha madurado con los años y bajo la lumbre de Atilio.

Inobjetablemente, esta representación es un oasis en medio de la crisis del teatro (y los actores) en Cienfuegos. Muchos de sus accidentes, propios de una función inaugural, seguramente llegarán a corregirse en el futuro, hasta que se vierta en una puesta rotunda y seductora.

Si usted procura un tipo de teatro experimental, arriesgado y fresco, seguro agradecerá el estreno de Todos mis hermosos caballos, igual un tributo a la belleza de la palabra, los libros y la utilidad de la lectura.


Todos mis hermosos caballos, Teatro de La Fortaleza. Dramaturgia y dirección: Atilio Caballero. Diseño de escenografía: Daniel Antón/Atilio Caballero. Producción: Yalaidis Ramírez. Diseño de iluminación: Atilio Caballero. Intérpretes: Abel Domínguez (Actor), María Karla Rifat (Músico) y Daniel Antón (Artista Visual).

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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