Seamos siempre agradecidos

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Todos sin excepción tenemos deudas de gratitud. Favores, apoyos y auxilios ante situaciones difíciles; hasta lo que se nos haya hecho con mala intención, vale también que lo agradezcamos. Esos daños, supuestamente intencionales, puede que sirvan para crecernos y superar defectos que otros, por no incomodarnos, evitan revelar.

Por nada me centraré en la gratitud hacia quienes actúan mal con nosotros. Sin desdeñar la grandeza que ese acto pudiera implicar, prefiero referirme al agradecimiento debido a quienes tienden su mano cuando nuestras fuerzas parecen ser insuficientes ante la adversidad.

En ocasiones tocamos alguna puerta invocando ayuda; otras veces llega sin que la pidamos. En el primero de los casos, quien la solicita no se humilla; al contrario, es valiente. En el segundo, se trata de una gratuidad generosa que aparece cuando menos la esperamos. Ambos merecen que seamos agradecidos.

Hay quienes reciben múltiples expresiones de ayuda, y se comportan como si nada; les parece que la reciben por ser merecedores de todo, y punto. ¡Eso de estar dando las gracias…! Les parece que significa “rebajarse”, “ponerse por debajo” de la otra persona. Es lamentable que existan –y abunden– casos así.

En el mejor de los casos, se apuran a ver de qué modo “pagan” el favor, para así no estar en deuda con alguien y pasar pronto la página. Son cada vez menos quienes se atreven a salir de su zona de confort y abrir su corazón para expresar con palabras un sentimiento honesto y agradecido.

Algo interesante es que no siempre son personas los objetos de nuestra gratitud, ya que existen aspectos menos tangibles que a diario inclinan su balanza a favor nuestro. Si respiramos hondo y nuestro pecho se ensancha por la hermosura de un amanecer, el perfume de las flores o la caricia de nuestra mascota, sin que nos demos cuenta estamos manifestando gratitud.

Más allá de vicisitudes, incomprensiones, personas infelices que con su frustración tóxica se nos interponen a diario, también hay otras cosas – ¡muchas, y son mayoría! – que pueblan de encantos la existencia y la tocan con fragancias sublimes.

Estemos atentos a eso en todo momento. Demos las gracias porque cuanto episodio nos sorprende es una lección de crecimiento. A quienes nos hayan ayudado, regalémosles la gratitud merecida, y que sea sin fecha de caducidad.

El mundo de hoy está marcado por la obsolescencia. Todo o casi todo lo que se fabrica es para que un día se rompa, lo echemos a un lado y adquiramos otro. Ojalá que el sentimiento agradecido nunca sea como esos “tarecos” que siendo nuevos deslumbran y luego, deteriorados, se tornan insignificantes y hasta se les desprecia.

Que la gratitud perdure en cada uno. Solamente así la vida tiene sentido y merece ser vivida. Hagamos el intento, seamos siempre agradecidos.

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