Partituras y particellas, documentos para la salvaguarda de nuestra música

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La música es el más universal y abstracto de los lenguajes. Como tal, posee sus propios códigos de escritura. Quienes han estudiado su grafía, pueden reproducirla con total precisión en cualquier parte del planeta. De esta manera ha logrado trascender a otras épocas y ha podido ser salvaguardada la obra de los grandes compositores de todos los estilos musicales que han acompañado nuestra evolución cultural.

Sobre una hoja que llamamos pautadas, formadas por grupos de 5 líneas y 4 espacios cada uno, se escribe la música. Cada nota musical recibe su nombre según la disposición en que se coloquen en el pentagrama, regidas por lo que denominamos la clave.  Existen tres tipos de claves, de Sol, Do y Fa. Gracias a ellas, en esas 5 líneas y 4 espacios, podemos abarcar todas las octavas del piano, desde las más graves a las más agudas. A este interesante método, formado por signos musicales, se le llama sistema de notación. Las diferentes tonalidades se definen mediante el conjunto de sostenidos y becuadros y su disposición en la partitura conforma la armadura de clave.

Si lo comparamos con la literatura, podemos pensar que una forma musical grande, como la Sinfonía, el Poema Sinfónico, la Suite, el Concierto, la Partita o la Sonata, por la densidad de sus páginas, equivaldría a una novela. En caso de canciones, obras cortas, lied, estudios, piezas independientes, pudieran ser cuentos. Pero igual que una novela o un libro de relatos arriba a nuestras manos para descifrar las historias y disfrutar de su lectura; la música llega a través de la partitura a un músico y este, mediante su interpretación, lo lleva al espectador o al oyente. Es decir, un libro solo necesita de alguien que sepa leer; una partitura precisa de uno o varios músicos que la interpreten luego ante el público.

Desde el comienzo de la imprenta, unos de los libros más vendidos fueron los de música, aquellas partituras que llegaron a la isla de Cuba y fue tanto su apogeo, que eran anunciadas, incluso, en las publicaciones periódicas de la época. A pesar de eso, la demanda crecía y muchos músicos copiaban sus propias partituras, algo que se complicaba en el caso de los grandes formatos instrumentales, como son las Bandas de Concierto y las Orquestas Sinfónicas. En este caso, no basta con poseer la partitura de determinada obra, que puede llegar a tener una veintena de páginas; se necesita, además, una partitura diferente para cada atril.

Explico, en el caso de los violines se dividen en concertino, que lleva la parte principal, los violines primeros y los violines segundos, que se traduciría en primer y segundo atril, que puede estar compuesto por varios músicos. Las partituras de las violas, de los cellos y de los contrabajos. En los aerófonos es igual, solamente para las flautas, existen 4 variantes dentro de una misma obra, las flautas 1ras, las 2das, las 3ras y el flautín. Lo mismo se aplica a todas las demás maderas como el oboe, el clarinete, el fagot, el corno. Se replica así en los aerófonos de metal como las trompetas, los trombones, trompas y bombardino. A lo que se suma la particella del piano y de los instrumentos de percusión.

El director de orquesta o de banda, tiene frente a él esa partitura completa, pero el resto de la orquesta solo posee la que necesita para su instrumento. A esa partitura individual es a la que se le llama particella, palabra heredada del italiano que en español sonaría como partichela. Antiguamente existía el oficio de copista, que era una persona que podía ser músico o no y se especializaba en transcribir a mano las particellas para todos los instrumentos. Actualmente esto se realiza mediante programas de computación, que agilizan el proceso.

¿Cuánta historia hay detrás de las partituras y particellas de una legendaria institución? ¡Imaginen!, en el caso de la Banda de Cienfuegos, a un flautista descubrir en la carpeta del repertorio una obra que fuera interpretada por el ya desaparecido físicamente Maestro Efraín Loyola, o un percusionista que tenga en sus manos la particella por la que tocaba el Maestro Alberto Soria. Muchas de estas hojas sueltas o cartulinas ya amarillas, pueden ser parte de los documentos de la sala especializada de música de uno de los museos provinciales.

Esas partituras y particellas, como las de la mencionada banda, que tiene más de un siglo de fundada, forman parte del patrimonio documental, en este caso de Cienfuegos; como lo es su música, respecto al patrimonio sonoro, hoy protegida y subvencionada, como debe serlo su repertorio y todo el material documental que les permite continuar brindando al público una labor titánica a favor de la cultura.

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Sandra M. Busto Marín

Licenciada en Música con perfil de flauta. Diplomada en Pedagogía y Psicología del Arte, Pedagogía Musical y Educación por el Arte. Máster en Arte. Todo en el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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