Lo que escondían sus ojos: horrenda
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La cadena española Telecinco acostumbra entregar antológicas mamarrachadas en su programación seriéfila habitual, pero mediante Lo que escondían sus ojos (2016) sobrepasó todos sus descarrilamientos.
Esta miniserie de cuatro capítulos sobre la historia romántica del ministro franquista Ramón Serrano Suñer (Rubén Cortada) y la marquesa Sónsoles de Icaza (Blanca Suárez) no solo está superpoblada de manipulaciones históricas y presenta un desenfoque cardinal de la figura de dicho ministro del Interior, Gobernación y Asuntos Exteriores entre 1938 y 1942 (como de la España general de ese período, que aquí ni siquiera opera como mero telón de fondo, de tan afantasmada); sino que además ha sido increíblemente mal contada, editada y actuada.
Ni imagino cuántas copas apuró Blanca Suárez la noche que leyó este guion, para dejarse embaucar en en una imbecilidad supina y tener de contraparte masculino a alguien tan monocorde como el cubano Cortada, quien aquí escribe un manual tetraepisódico sobre cómo actuar de la peor manera posible. Su interpretación en El Príncipe era de Goya comparada con esto.
Blanquita camina por arriba del bien y del mal. Es la cosa más sexy que ha habido -y va a haber por décadas- en todas las Españas, como para permitirse cuanto le venga en gana; pero ya ella está en la línea de flotación de Almodóvar y Álex de la Iglesia.
Está clarísimo, al menos para mí, que no eres Meryl Streep; pero ser convocada por ellos son palabras mayores, mi ángel. No corren para ti los tiempos alimentarios de El internado y El barco. Alguien debía aconsejarte en torno a no retroceder y saber valorar mejor en qué te matriculas.
Lo que escondían sus ojos, sabes Blanquita, anda por debajo del más lóbrego melodrama folletinesco venezolano de los años ´80. Es la quintaesencia de la (no) creación, modelo bribón del postalismo histórico que se olvida de contextos y sufrimientos de un pueblo de tan magno pasado de resistencia como el español, para acercarse morbosamente a las historias cameras de un cabronazo del régimen con ínfulas de Don Juan y una aristócrata joven necesitada de la acción en los flancos bajos que no le aporta su viejo consorte.
Hubiera dado para un pornito. Nunca para ¡cuatro¡ capítulos de metralla y porquería sentimentaloide repletos de nada subrepticia loa derechista, que tan solo se limita a hacer rajoyistas pucheros dramáticos con el cuñado de Franco y la marquesita on fire.
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