La memoria infinita

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Curtida documentalista chilena (El salvavidas, La once, Los niños, El agente topo), Maite Alberdi entrega en La memoria infinita, Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance 2023, el que resulta el trabajo más conmovedor en la destacada carrera de la también guionista, editora, sonidista, fotógrafa, productora y crítica de cine. 

El último documental de Alberdi insiste en el tema central de la memoria, cómo resguardarla en tanto condición de un país para preservar su identidad, sus razones históricas, morales y humanas; cómo reconstruirla, desde la verdad, en una nación semejante a Chile, donde esta ha sido tan manipulada por las oligarquías de derecha.

Hay un elemento central, a juicio de Alberdi, que opera en tanto catalizador en ese proceso de constatación, evocación y salvaguarda, el cual no es otro que el amor. Y el amor, por añadidura, funge cual instancia esencial cuando se pretende acunar, calentar y mantener viva la memoria en una relación de pareja donde a uno de los dos integrantes le afecta la carencia progresiva de esta.

La memoria infinitiva es un filme que entrelaza la memoria colectiva con la individual, desde el amor y el respeto hacia las voces de ambas. Sus emotivos fotogramas dan cuenta del deterioro cognitivo, físico, de un hombre; aunque no en molde elegíaco, sino desde una perspectiva de celebración de la vida. Ese señor es Augusto Góngora, relevante periodista, quien expuso los horrores del golpe de estado de 1973, e hizo memorizar lustros después a los olvidadizos, las atrocidades contra su pueblo cometidas por la dictadura militar de Pinochet.

Si bien Góngora –enfermo de Alzheimer desde 2014 y fallecido en mayo del actual año, con posterioridad al rodaje–, representa el foco y leit motiv, el documental mantiene el punto de su vista de su pareja, Paulina Urrutia, actriz y ministra de Cultura durante el gobierno de Michelle Bachelet. Esta documentación del período de enfermedad de quien fuera su compañero por más de veinte años no hubiese sido posible sin ella, resorte básico para Alberdi en la preparación y rodaje.

Incluso en la circunstancia de la enfermedad, Paulina profesa –y la documentalista lo refleja–, un amor irrenunciable, generoso, bello, sin ánimo para la derrota o la desesperanza, pues ambas la conducirían a ese olvido que tanto teme. De forma constante, ella le recuerda a él quién es, cuánto lo quieren, cuánto se quieren, lo que construyeron.

Alberdi expone una etapa ante la cual no todos están preparados, porque es muy doloroso, desesperante casi, ver a la persona amada consumida en la desmemoria; porque lacera comparar su debilidad extrema del presente con el ser humano fuerte que un día habitó su cuerpo y junto a quien discurrió la vida del familiar que presencia ahora, sin poder remediarlo, el ocaso de su mente y de sus fuerzas.

Son momentos de extrema dureza que eventualmente conducen al cuidador al desespero, la exasperación, el quiebre. Incluso al sujeto más equilibrado. Por ello, el único lunar de La memoria infinita es justamente ese: la forma cómo privilegia en pantalla la incolumidad de Paulina, lindante con lo hagiográfico. Por desgracia, aunque los haya, no son muchos los santos entre los humanos. Alberdi debió sopesar lo anterior y, en consecuencia, rebajar el grado de miel de sus imágenes, más propicio para la mala ficción que para un documental. No le pedimos que reescribiese Amor, de Michael Haneke; o Vortex, de Gaspar Noé, pero le hubiera convenido mucho un poco de equilibrio.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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