Informe crítico sobre una retrospectiva de J.K.

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Está en cartel una retrospectiva en la Galería de Arte Cienfuegos (que el año próximo celebrará sus sesenta años de existencia) para cerrar el 2022 y el onomástico del hacedor Juan Karlos Echeverría Franco (Cienfuegos, 1962), bajo el intitulado Informe sobre mí mismo, rémora identificadora que si mal no recuerdo parafrasea una obra suya concebida hacia el 2002 y expuesta por el Centro de Estudios Cubanos de Nueva York, llamada Informe contra mí mismo, lo cual trasluce una práctica de este creador que le ha ganado detractores en los últimos 20 años: la autofagia. Lo hemos expresado en otras ocasiones, los eventos turístico-comerciales sucedidos antes de la pandemia provocaron un giro en la obra de Echeverría, encausado hacia un tipo de relato “contestatario”, muy de mode para satisfacción de los clientes que arriban a Cuba en la búsqueda de formatos pequeños, costes de suvenir y colmados por un figurado político que se auto proclame irreverente. Quien fuera en la primera mitad de los noventa un creador ineludible de las artes visuales cienfuegueras se convirtió a través de los años en extenuado citador de su propia fabulatoria, que traslada de una institución a otra, ora en forma de proyectos personales, ora en expos colectivas. Cuanto menos, esta ausencia de disciplina (yo diría que ociosidad cultural) le ha hecho perder no pocos admiradores.

Informe…, su última aventura privativa, en la que nuevamente invita a su amigo Antonio Valdivia (Asuntos de la diáspora, I, II, III, IV, V), recrea una mirada usual sobre una realidad que recuerda en mucho los años ochenta, a través de las referencias a figuras políticas, los mitos y las personalidades del arte, figuración libérrima y uso de técnicas sentadas (como el collage), cierta dosis de nostalgia por el pasado y alguna beligerancia crítica. El artista (lo es, a pesar de los oleajes) tiene sensibilidad para cosificar la melancolía y eso se respira en cada nota de sus relatos, aunque lamentablemente la curaduría devino amateur, a fuerza de una narración forzosa (improvisada), del carnaval de marcos de todos tipos y dimensiones, las colgaduras caprichosas, fuera del nivel medio del ojo humano, y la ausencia de diálogo entre las series. El acopio de esculturas hacia el fondo derecho de la galería, por caso, es adverso y exigía de alguna experticia para subrayar los sentidos o valores de las piezas.

Donde asoma una indiscutible novedad, que agradecemos, es justo en los tropos escultóricos (J.K es sobre todo un escultor), donde el autor de El David, Historia contemporánea, De sangre y leche y Pedagógico I y II coteja el encanto de su periplo por el arte povera, consiguiendo soluciones ingeniosas y no poca intensidad narrativa. También se localizan algunas obras bidimensionales con sugestivos enunciados, al estilo de Retrato de Etianys y Después del invierno, que sazonan con polisemia y algo de experimentación cromática y expresiva los discursos. Cuando se deja arrastrar por el minimalismo y evita los explícitos disertos políticos J. K logra mayor precisión y eficacia comunicativa, como si acertase el término de que menos permite más, que lo seductor no es manifestar sino sugerir.

Sospecho que, todo lo impugnable y antedicho en estas notas es consecuencia de la premura y su deseo de colonizar los recintos expositivos de la ciudad. A J.K bien le vendría dejarse extrañar, interiorizar los proyectos y retarse en nombre del cambio y la sorpresa. El mercado ayuda a vivir al artista, pero puede evaporarlo de la memoria histórica.

Informe… merece un acercamiento de los públicos y la atención de la crítica, por lo que ofrece (y no) esta muestra irregular a la cultural local. Juan Karlos es un fabulador que admiramos por su tradición, aunque impugnemos sus minutarios, lamentablemente muy soberbio como para entender que lo único imperecedero es la transmutación.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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