Ignacio Agramonte y Loynaz: El Mayor, 184 años después de su luz

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Apenas unos días atrás, el 23 de diciembre, se conmemoró un nuevo aniversario del natalicio de una de las figuras más puras, emblemáticas y caballerescas de la historia de Cuba: Ignacio Agramonte y Loynaz. Nacido en 1841 en la hacienda “Buena Vista”, en la entonces provincia de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), su vida, truncada a los 31 años, condensó el fervor independentista, el honor a toda prueba y el sacrificio irrevocable por la patria naciente.

En un contexto donde la esclavitud y el dominio colonial español tensaban al máximo la cuerda social, Agramonte emergió no como un rebelde instintivo, sino como un revolucionario de formación y convicción. Hijo de una familia acaudalada, licenciado en Derecho por la Universidad de La Habana, su futuro parecía escrito dentro de los cómodos marcos de la élite criolla. Sin embargo, la conciencia de la injusticia y el amor a Cuba lo condujeron por otro camino.

Tras el estallido de la Guerra de los Diez Años el 10 de octubre de 1868, Agramonte fue uno de los primeros en alzar la voz y la acción en Camagüey. El 11 de noviembre, en el histórico alzamiento de “Las Clavellinas”, dio el paso definitivo de abogado a soldado. Su formación intelectual le permitió ser uno de los redactores de la Constitución de Guáimaro en 1869, documento fundacional de la República de Cuba en Armas, donde fungió como Secretario de la Cámara de Representantes. Pero sería en el campo de batalla donde su leyenda se forjaría con acero y valor. Ascendido a Mayor General, se convirtió en el alma de la caballería camagüeyana. Su liderazgo se caracterizó por la audacia, la disciplina férrea que imponía a sus tropas y un sentido casi quijotesco del honor. La Carga de los Treinta, el 16 de octubre de 1871, donde al mando de solo 35 jinetes rescató al brigadier Julio Sanguily de una fuerte escolta española, quedó grabada como una epopeya de táctica audaz y bravura insuperable.

Como jurista, Ignacio Agramonte participó en la redacción de la primera Constitución de Cuba en Armas, la de Guáimaro y fue elegido secretario de la Asamblea Constituyente. / Foto: Tomada por la autora de la original en Museo de Guáimaro
Como jurista, Ignacio Agramonte participó en la redacción de la primera Constitución de Cuba en Armas, la de Guáimaro y fue elegido secretario de la Asamblea Constituyente. / Foto: Tomada por la autora de la original en Museo de Guáimaro

Otro hecho capital fue el rescate del cadáver de Henry Reeve (El Inglesito), evitando que fuera ultrajado por las tropas españolas. Este acto reflejaba el profundo respeto de Agramonte por sus camaradas, independientemente de su origen. Sin embargo, el destino aguardaba a la vuelta del camino. El 11 de mayo de 1873, en los potreros de Jimaguayú, una bala perdida, en un combate intrascendente, segó la vida del “Mayor”. Su muerte, como apuntó José Martí, fue un “desastre” moral y militar para la Revolución. “(…) Cayó Agramonte, de un balazo, en el lado derecho de la sien. ¡Qué noche, Dios mío, para la Revolución!”, escribiría el Apóstol, sintetizando el duelo de una nación.

Caída de Ignacio Agramonte en los Potreros de Jimaguayú. / Foto: CubaSí
Caída de Ignacio Agramonte en los Potreros de Jimaguayú. / Foto: CubaSí

A 184 años de su nacimiento, Ignacio Agramonte trasciende la estatua ecuestre que lo inmortaliza en la plaza camagüeyana. Es un símbolo de la juventud intelectual que abrazó la causa revolucionaria, de la integridad inquebrantable y del amor apasionado a la tierra natal.

Estatua erigida a Ignacio Agramonte en el Parque que lleva su nombre en la ciudad de Camagüey. / Foto: Juventud Rebelde
Estatua erigida a Ignacio Agramonte en el Parque que lleva su nombre en la ciudad de Camagüey. / Foto: Juventud Rebelde
Ignacio Agramonte le profesó eterno amor a su esposa Amalia Simoni. / Foto: Juventud Rebelde
Ignacio Agramonte le profesó eterno amor a su esposa Amalia Simoni. / Foto: Juventud Rebelde

La carta a su esposa Amalia Simoni, donde le dice: “(…) oigo tu voz, y me parece que es la voz de la Patria que me llama…”, revela la dramática y sublime dualidad entre el amor personal y el deber patriótico. Hoy, en las calles de Camagüey, en los estudios históricos y en el imaginario colectivo de Cuba, “El Mayor” sigue cabalgando.

Parque Ignacio Agramonte en Camagüey. / Foto: Juventud Rebelde
Parque Ignacio Agramonte en Camagüey. / Foto: Juventud Rebelde

El aniversario de su natalicio en este mes de diciembre no es solo un recordatorio del pasado, sino una invitación a reflexionar sobre los valores de entrega, honor y coherencia que, en medio de complejidades históricas, su figura –alta y diáfana– representa para las generaciones presentes y futuras. Su vida, breve como un relámpago, ilumina todavía la historia con la luz intensa de quien murió por lo que creyó justo, dejando una estela de principios que desafía al tiempo y se clava, firme y vertical, en el corazón de la nación que ayudó a soñar.

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Barbara M. Cortellan Conesa

Ingeniera Química por la Universidad de Camagüey. Diplomada en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación. Periodista-Editora del diario 5 de Septiembre. Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba.

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