Ese estado del alma que es el paisaje

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Actualmente el paisaje es uno de los géneros pictóricos más vilipendiados de las artes visuales, injustamente percibido como acto de mímesis, cual si su consumación estuviese supeditada a todo aquello que el ojo logre percibir y a la anchura de lo verosímil; igual, a los caprichos de nuestra sensibilidad estética, domeñada por la antiquísima percepción de lo bello. El teórico mexicano Juan Acha precisaba con frecuencia que la naturaleza erigía paisajes hermosos y, por ende, reproducirla no convierte nuestras producciones en arte. Con toda claridad, aludía a  la urgencia no de imitarla en señal de alarde tecnicista, sino de interpretarla o intervenirla, ora a través del enfoque del tema en una extensión cognitiva, ora como un boíl para el ensayo. Tal vez, estos entresijos motivaron a los pintores y pedagogos José Saborido Martín y Yeiler Ramos a introducir ciertas modificaciones donde el programa de enseñanza de esta disciplina en la Academia de Artes Plásticas de Cienfuegos. En este entorno de pensares y sentires sobre el paisaje, emerge la idea de la Academia en la Montaña, próxima a cumplir trece años de vida  en tanto proyecto, por lo que esta muestra colectiva, intitulada Estados del alma, deviene una suerte de homenaje a un evento que toma singulares ruteros.

La Academia en la Montaña, que está llamada a asegurar varios procesos en sus prácticas, asimismo,  re-dimensionar su sistema de enseñanza-aprendizaje sobre los podios de las sistematizaciones y evaluaciones, ha logrado en más de una década madurar una serie de procedimientos con el objeto de oxigenar las viejas estrategias del paisaje al aire libre, incubar las capacidades y habilidades de los pupilos para cohabitar en armonía con el entorno natural, desarrollando instrumentos de observación, la sensibilidad estética y talento para transmutar las realidades de una manera creativa, generando nuevos enclaves de re-significaciones. La muestra de marras coloca ante los públicos 52 obras de las más de quinientas atesoradas por la academia (la mitad desaparecida por razones conocidas), restando una docena de textos murales que fueron emplazados en la franja montañosa, donde se descifran modos privativos de describir, consumar el tema del paisaje y sus tipologías, sintetizar e interpretar los textos visuales de su clase.

Paisajes de Diana Laura Ledesma (izquierda), Lander Castillo (derecha-arriba) y Jorge Gil (derecha debajo), respectivamente.

En la muestra se detentan las muchas variantes de la paisajística universal, desde las que se empinan con registros puntillosos o de estirpe realista (que a veces no logran privarse de     las retóricas), hasta las que utilizan los reservorios discursivos del arte para interpretar la experiencia de conectarse con ese entorno de manera directa, conviviendo con los colores, las atmósferas y los sonidos in situ, dejando atrás el viejo método de utilizar una fotografía como modelo. Entre los más afortunados, impresionan los que perciben y conciben el paisaje sin reduccionismos, dejándose arrastrar por el acto la metempsicosis, ese abrevadero que concilia el espíritu, el alma y el cuerpo. Los que se regocijaron con las prédicas impresionistas, post-impresionistas, neo-abstractivistas e incluso cubistas y surrealistas, lograron insuflarnos el amor perdido por la tradición del paisaje, la curiosidad por constatar que es un género con potencialidades dormidas, pero ciertas.

Estados del alma se fragmenta curatorialmente en cinco ciclos de direcciones topiculares: El periplo de los caminos, en el que se aprecia la imaginería en torno a un mismo espacio rural;  El humano invisible y la evidencia faúnica, próximo a aquello producido por las manos del hombre y su experiencia con los animales; Los sentires húmedos, que nos acerca a los sitios dominados por el agua vital; El fragmento del todo, en el que se comparten las visitaciones en elementos del entorno a modo de detalle; y La necedad de subjetivar el paisaje (cuyos cultores son los más osados, sin dudas), preclaro en aquellas obras que se apartan de los realismos y marcas ecologistas para crear un cosmos singular, presto a las experimentaciones discursivas, la creación de una poesía de lo sublime pero orientada hacia el Yo profundo.

Paisajes de Daylén Daniela Borroto (izquierda) y Liz Angelina Fernández, respectivamente.

La exposición, que aúna a casi cuarenta artistas (entre cienfuegueros y santaclareños) en la sala transitoria del Museo Provincial de Historia, constata que el proyecto Academia en la Montaña es un buen asidero para estimular a los estudiantes en la producción de paisajes, al tiempo que transmutan ciertas y anquilosadas maneras de concebirlo. Confiados estamos que los públicos sabrán agradecer la muestra paisajística, que para muchos es un reflejo del alma humana.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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