Enero sigue siendo inspiración

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Aquella alborada acreditó oficialmente los sueños de prosperidad, justicia y libertad de una nación y también fundó el reto de empujarlos y preservarlos; de defender la soberanía conquistada, y, a pesar de cualquier escollo, avanzar desde el perfeccionamiento constante del camino escogido, en pos del progreso que nos merecemos

Casi entrada la madrugada del 2 de enero de 1959, desde un balcón en el corazón del Santiago heroico, Fidel Castro anunciaba al mundo el triunfo de la Revolución Cubana. Tras más de dos años de luchas en la Sierra Maestra, con el empuje y sostén de una intensa labor clandestina en los llanos, el sueño mambí de la independencia se hacía por fin realidad.

Un rato antes, en medio de la emoción desbordante y sin apenas disparar un tiro, el Ejército Rebelde con su jefe guerrillero al frente había llegado a la urbe, después de largas horas de enérgica respuesta a las maniobras que desde la capital del país intentaban escamotear la victoria y de negociaciones con la oficialidad santiaguera.

Ya entrada la medianoche el parque Céspedes fue entonces un apoteósico coro y un verdadero abrazo. Entre gritos y ovaciones prolongadas el Himno Nacional vibró alto, se izó la bandera cubana, y el verbo del Comandante en Jefe Fidel Castro fue la voz de la libertad: «¡Santiagueros, largo y duro ha sido el camino, pero al fin hemos llegado a Santiago de Cuba!».

La palabra del líder fue viril, casi mítica, y sus razones enhiestas, imperecederas. Cuando terminó, usando la expresión de uno de los protagonistas del suceso, los claros del alba habían quebrado la oscuridad de la noche, y surgía, de la penumbra, un nuevo amanecer histórico.

Aquella alborada acreditó oficialmente los sueños de prosperidad, justicia y libertad de una nación y también fundó el reto de empujarlos y preservarlos; de defender la soberanía conquistada, y, a pesar de cualquier escollo, avanzar desde el perfeccionamiento constante del camino escogido, en pos del progreso que nos merecemos.

Fidel y el pueblo. Autor: Burt Glinn

Desde hace 64 años las emociones de aquella madrugada dan sentido al devenir de la nación cubana, y las palabras del líder guerrillero marcan el camino: «(…) La Revolución empieza ahora; la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros (…)»; así ha sido, y la profética expresión constituye particular acicate en estos días en que se agigantan los desafíos, y en ellos nos va la supervivencia de la Revolución.

Aquel amanecer el joven abogado que había encabezado la guerra por la definitiva independencia, pidió al pueblo confianza, le declaró su compromiso de cumplir con el deber al que consagró su fructífera vida, y con ello dibujó un modelo, estableció claves de actuación, hasta hoy necesitadas de entronizarse siempre entre quienes dirigen.

Aquella madrugada militares y revolucionarios junto al pueblo ofrecieron también una excelsa lección de unidad, esa que por más de seis décadas ha hecho indestructible este proyecto social y que deberá seguir siendo la niña de nuestros ojos, si queremos honrar perennemente la victoria alcanzada.

«(…) Esta vez la Revolución tiene al pueblo entero, tiene a todos los revolucionarios, tiene a los militares honorables. ¡Es tan grande y tan incontenible su fuerza, que esta vez el triunfo está asegurado!», recalcaría Fidel.

Casi al alba de aquel enero se habló de fe y justicia contra el odio, de una América alegre por los nuevos destinos de Cuba, de redimir a las mujeres de la discriminación y se delineó un futuro mejor para ese pueblo que había pasado por tanto. «(…) el triunfo ha llegado a tiempo, para que no haya ruina de ninguna clase», insistía Fidel entre un mar de brazos. «(…) No creemos que todos los problemas se vayan a resolver fácilmente, sabemos que el camino está preñado de obstáculos, pero nosotros somos hombres de fe, que nos enfrentamos siempre a las grandes dificultades», aseguraba, y sus palabras parecen pensadas para hoy.

La alborada en que se anunció la libertad se rubricó asimismo nuestro compromiso de fidelidad y devoción hacia la sangre derramada y la memoria de nuestros muertos. «(…) Los caídos tendrán en nosotros los más fieles compañeros (…) Físicamente no están (…), pero están moralmente, están espiritualmente; y solo la satisfacción de saber que el sacrificio no ha sido vano, compensa el inmenso vacío que dejaron en el camino. Sus tumbas seguirán teniendo flores frescas. Sus hijos no serán olvidados, (…)», expresaba Fidel emocionado y la misión de preservar los ejemplos del pasado es desde entonces más nuestra.

La luz de aquel enero que conquistó la soberanía, a pesar de los pesares, mantiene su brillo. Las claves de perseverancia, esperanza y dignidad que nos legó, prolongan el sueño mambí de libertad, inspiran y sostienen la promesa de un futuro mejor.

Tomado de Juventud Rebelde

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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