El Che: antorcha antiimperialista que no se apaga
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En un mundo aún fracturado por la sombra larga y agresiva del imperialismo, el pensamiento de Ernesto “Che” Guevara irrumpe no como una reliquia del pasado, sino como una brújula moral de sorprendente vigencia. Su antiimperialismo no fue una postura teórica, sino la esencia misma de su accionar, un legado que hoy se reactualiza en las luchas de los pueblos que se niegan a doblegar su soberanía.
Más allá de la épica guerrillera, el Che nos dejó una profunda enseñanza humanista: no puede haber verdadera liberación del ser humano mientras una potencia extranjera determine su destino. Su lucha era, en el fondo, por la dignidad. Creía que el pueblo no era solo beneficiario de la libertad, sino su artífice, un principio profundamente socialista que prioriza al ser humano como centro de la Revolución y no a los fríos intereses del capital.
El imperialismo, para el Che, era la expresión máxima de un sistema deshumanizador. Lo denunció no solo como una fuerza económica expoliadora, sino como una maquinaria cultural y política que anula identidades y convierte a naciones enteras en neocolonias. Su batalla en la Sierra Maestra y su posterior desempeño en el gobierno cubano fueron la encarnación de esta convicción: la independencia se gana con las armas, pero se consolida con la construcción de una conciencia nueva, soberana y solidaria.
Esta postura lo llevó a convertirse en un vocero incansable de los condenados de la Tierra. Desde el escenario internacional, en la ONU y en diversos foros, su voz fue un dardo certero contra la agresión yanqui, el racismo y la explotación neocolonial en África, Asia y América Latina. No calló ante las injusticias, porque para el revolucionario argentino-cubano, el silencio era una forma de complicidad.
En la actualidad, su crítica parece premonitoria. Las guerras por recursos, el férreo bloqueo económico contra Cuba —herencia directa de esa política imperial que él combatió— y la manipulación financiera global, confirman que la bestia no ha cambiado de naturaleza, solo ha refinado sus métodos. Ante esto, el mensaje guevariano es un llamado a la unidad y a la resistencia activa de los pueblos.
El Che representa la fusión indisoluble entre el internacionalismo y la construcción de una sociedad más justa. Su idea de crear un “hombre nuevo”, no enajenado por la lógica del consumismo, es la antítesis del individualismo feroz que promueve el capital. Es un proyecto ético que busca una humanidad regida por la fraternidad y no por la competencia.
A 58 años de su caída física, su imagen perdura no como un ícono estático, sino como un desafío. Interpela a las nuevas generaciones a no ser espectadores pasivos de un orden global injusto. Su vida, dedicada por entero a una causa que trascendía fronteras, es el ejemplo máximo de que el sentimiento de amor al prójimo y la lucha contra el imperialismo son las dos caras de una misma moneda: la de la esperanza en un futuro digno.
Por ello, en cada joven que se moviliza contra las intervenciones extranjeras, en cada pueblo que defiende su derecho a la autodeterminación, y en cada proyecto social que prioriza al ser humano sobre el capital, allí late con fuerza el espíritu del Che. Su antorcha antiimperialista, lejos de apagarse, sigue iluminando el camino de la lucha por un mundo verdaderamente libre y soberano.
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