Cuba: Tradiciones populares para despedir el año
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Este 31 de diciembre, Lourdes María se las verá un poco complicada. Justo a las doce deberá ir a ponerse al derecho la ropa interior que lleva: una de las piezas de color rojo como garantía de pasión, y la otra verde, para ayudar a la salud. Casi a medio vestir, saldrá corriendo con una maleta en la mano para darle la vuelta a la manzana, porque este 2023 sí que espera viajar.
Pero antes de bajar la escalera maleta en mano, Lurdita, como la llaman todos, se las arreglará para sacarse la alianza matrimonial, echarla en la copa y brindar, porque eso —dicen— propiciará un año de felicidad a la pareja y, como es de oro, atraerá también la bonanza económica.
Con tanto apuro, hace falta que no vaya a tragarse el anillo, porque junto a la maleta ya tendrá un cubo lleno de agua, listo para vaciar por la ventana cuando horario y minutero se junten en la exacta medianoche.
Mientras lanza el agua por el balcón, Lurdita irá comiéndose las 12 uvas, y si no son uvas, serán pasitas o manís, pidiendo por cada uno un deseo. Con el cubo vacío en la misma mano con que sostiene la copa del brindis ya escanciado, la maleta al lado le plantará un buen beso al primero que tenga al lado, como garantía contra la soledad y en pro del amor y la amistad.
Será difícil, pero se las arreglará para cumplir con todos los rituales, porque está empeñada en que el año que viene le traiga mucho y bueno.
No basta con cruzar los dedos
Pero por más trabajos que pase Lurdita, enredada en cumplir con los ritos que colorean al fin de año, no le irán mejor las cosas solo por acatarlos hasta el último detalle.
Probablemente, en su yo más interno, ella también lo sepa. En general, a la mayoría de los cubanos les sucede igual. Las supersticiones y los ritos tienen lugar en el imaginario cubano, sobre todo, como parte de las tradiciones populares; no dictan ni marcan el paso del accionar social.
Así lo ratifican estudiosos de la identidad cubana como las doctoras Carolina de la Torre y María Isabel Domínguez. Esta última, junto a un colectivo de autores, señalaba en un informe de investigación fechado en 2002, aunque referido a la última década del siglo XX, que entre los rasgos positivos del cubano joven, este identificaba los asociados al buen carácter, la amabilidad, la solidaridad y la capacidad para las buenas relaciones interpersonales, entre otros.
En el platillo negativo de la balanza ubicaban adjetivos relacionados con la presunción o sobreestimación; la informalidad o irresponsabilidad; la falta de educación formal, y con el haberse vuelto interesados.
No se enumeran aquí todos los calificativos, pero ni con carga positiva ni negativa los estudios recogen que el cubano se autocalifique en sus esencias como supersticioso.
De todas formas, dentro del patrimonio espiritual o intangible quedan comprendidas las tradiciones, las costumbres, los modos de decir, las leyendas, mitos, y también las creencias.
De ahí que no deja de tener sus significados y múltiples lecturas que, por ejemplo, haya quienes se horrorizan cuando un gato negro les pasa por delante, o se les rompe un espejo, o se les vira la sal o un sillón se mueve solo.
Y si el punto de observación baja casi a ras del suelo, entonces, cuántas pueden ser las sorpresas al descubrir la «protectora» tirita roja atada al tubo de escape, o a cualquier otra parte trasera de los carros; lo mismo en autos de doctores en ciencias que de artistas, que en los omnipresentes almendrones. Eso, por no hablar de los bicitaxi y de los coches de caballos.
Nadie puede asegurar en cuántas carteras de cubanas y cubanos es posible encontrar el quilo prieto, el diente de ajo o el gajito de vencedor, o todos juntos.
Hay quien lo hace desde la convicción, otros solo por imitación y hasta por moda. Lo cierto es que resulta abundante y colorido el menú de supersticiones y creencias en buenos o malos augurios: si ubicas la figurita de un elefante de espaldas a la puerta de entrada, llegará la buena fortuna, y esta se irá corriendo, si cuentas el dinero encima de la cama.
Si te pica la palma de la mano derecha, tu monedero engordará; pero si la picazón es en la izquierda, será a la inversa. Armar la cuna antes de nacer, que el novio vea vestida con el traje a la novia antes de casarse o abrir una sombrilla adentro de la casa, dicen que atrae lo malo.
El temor que infunde a algunos abrir una sombrilla o paraguas bajo techo, parece que se remite a la sacralidad que acompañaba al sol en las culturas orientales y mesoamericanas, de ahí que intentar protegerse de él en lugares a donde sus rayos no alcanzaban fuera una especie de sacrilegio y motivo para despertar la ira del dios solar.
Lo de cruzar los dedos o tocar madera para alejar lo maléfico se apunta entre las costumbres más extendidas, casi practicadas de manera automática, aun sin conocer sus por qué.
Sobre esta última de tocar madera, señalan que se asocia a la madera de la cruz de Jesús, pero otros insisten en que tiene un origen aún más remoto, cuando, antes del cristianismo, los pueblos célticos oficiaban ceremonias bajo lo que consideraban enramadas sagradas, equivalentes a iglesias, y ofrecían culto a los árboles, suponiéndolos sagrados.
Ojalá en este presente todos los que tocan madera consideraran igual de sagrados a los árboles, quizás hubiera menos podas y talas indiscriminadas, menos bosques arrasados.
«Tumba eso, que es de cartón», dirían muchos al recibir semejantes consejos, en estos tiempos en que el tarot y otras tiradas de barajas adivinatorias han quedado solo a un clic de mouse, sin cartománticas ni velas encendidas; en tiempos en que la teoría de las cuerdas y los viajes en el tiempo van dejando de ser solo ciencia ficción.
Pero ya sea por formar parte de la diversión o la moda, o por no disgustar a la abuela, lo cierto es que quien se decida a pasar bajo balcones y ventanas este 31 de diciembre a la medianoche, no se salvará del agua lanzada desde cubos o jarritos buscando espantar la mala suerte. Falta que nos hace.
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