Ciudad de encantos privilegiados

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Esta ciudad es el resultado de la obra creadora del hombre y fue construida a expensas de la naturaleza, en un territorio que en los albores de la colonización española, era un bosque florido, adornado con inmensas jaguas. La comunidad humana que habitó estos parajes hace exactamente dos centurias y algo, halló refugio seguro al amparo de espléndidas colinas, hermosas costas y de algunas cuevas.

Esos hombres gozaron de los frutos que por doquier brindaba la floresta y usaron las caracolas de la mar, así como las piedras marmóreas de los cauces y márgenes de los ríos, para tallar objetos similares a sus deidades o como objetos utilitarios, para dominar el día común. Esa realidad idílica y paradisíaca cedió al tiempo, pues la tala debió hacerse para construir casas de viviendas, iglesias y fortalezas, como la inigualable Batería de Costa Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua (1743-1745).

Cristóbal Colón, primer y agudo geógrafo de nuestra Isla, describe el paisaje -en su segundo viaje- durante su paso por la región, sugiriendo analogías con otros panoramas naturales por él conocidos, quizás tan bellos como la desembocadura del Río San Juan, lugar de ensueño, donde posiblemente se venerara a Dios, en este lado del atlántico, por primera vez.

Luego sobrevino el choque inevitable entre los europeos y los indoamericanos, dado, si se quiere, por el hecho elemental de que los primeros poseían conocimientos tecnológicos en algunos casos superiores, caracterizados por la mayor efectividad de sus armas y la aparición desconcertante del caballo, animal de fuerza y poder en algunas culturas.

Los invito ahora a visitar la ciudad fundada en un claro de bosque a pocos metros de la bahía de Jagua, hermoso espejo de agua, de calado profundo y aguas tranquilas, dado a conocer luego del bojeo a Cuba, en 1509, realizado por Sebastián de Ocampo. Esa bellísima ciudad nació privilegiadamente a la sombra de un árbol: la Majagua, grande y frondosa como aquellos árboles existentes en otros confines del mundo visitados por él.

Se convertiría en lugar de sombra, refugio y reposo de sus 46 inmigrantes  franceses, habitantes primigenios que llegados de New Orleans y Burdeos, después de invocar un hermoso lema: Fe, trabajo y Unión, frente a la dura y esperanzadora mirada de su fundador Don Juan Luis Lorenzo De Clouet, Teniente Coronel de los ejércitos, hombre de recio carácter pero con visión de futuro, pues su anhelado sueño: la Colonia Fernandina de Jagua, convirtió estos ambicionados espacios en amalgama regional, donde en el futuro confluirían disímiles culturas, capaces todas de marcar con su sello, una región paradisíaca con líneas paisajísticas únicas en el mundo conocido.

Un sitio, donde tomar maderas para erigir templos y edificios, así como fabricar bellas y formidables naves, fuera común para todos. Ciudad que hizo suyas las canteras de piedra coralina; esta ciudad nos revela sus misterios cuando se restaura un techo de 150 años y el viejo Maningo, carpintero de alta talla, repite rítmicamente los nombres de las maderas que hoy son difíciles de hallar o no existen como la Jocuma amarilla, Quiebrahacha, Ácana, y el Cedro Real.

Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 2005, es declarada en Durban, Sudáfrica, marítimo sitio del África austral, donde los elegidos la proclamaron única e irrepetible, del XIX americano, después de contar su rosario de plazas, monumentos, iglesias y piedras, agrupados en 70 manzanas, hábilmente seleccionadas y cuidadas por un reducido grupo de expertos, liderados por el capacitadísimo Irán Millán Cuétara, cual resumen de autenticidad de una de las urbes más atractivas de Cuba.

La ciudad de Cienfuegos nos invita y yo hago particularmente mío ese deseo, a conocerla, amarla y cuidarla. No para verla con ojos judiciales, sino con los ojos del amor. Hay mucho que hacer, pero habita en su interior, invisible para algunos pero real y palpable para mí -y otros muchos- el corazón de una generación nueva que hará suyo los sueños y quimeras de lo que ya se extingue.

Ellos lucharán por continuar y restaurar esta ciudad, por levantarla, porque sea para siempre la más bella del mediterráneo americano. Triunfará sin lugar a dudas ese deseo romántico; se podrá decir que es la única fuente salvadora. No culpemos a las generaciones precedentes, excusándonos de nuestros deberes actuales, no se nos pedirá cuenta de lo que se perdió, sino de lo que no hicimos, llevemos a nuestra generación la práctica de lo bello, lo hermoso, lo natural, para no ceder al paso del inexorable tiempo.

 

Por Adrián Millán del Valle/ Historiador cienfueguero

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