Acerca de la utilidad de La Historia

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Urbano Martínez Carmenate regresa a sus pasiones fundamentales. Son dos. La ciudad como espacio de relaciones dentro del cual hombres y mujeres —desarrollando fuerzas espirituales y materiales— hacen la cultura, y Matanzas, como mito dentro del cual se esconden las características principales que identifican a los matanceros y con ellos a la matanceridad. En La ciudad ilustrada (Matanzas 1899-1902. Identidad y resistencia), Premio Fundación de la ciudad de Matanzas, 2017, en el género Ensayo, con diseño de Johan E. Trujillo, y editado por quien escribe estas palabras, el autor explora aquellos rasgos de la idiosincrasia matancera en relación con la identidad nacional, y lo que en el siglo XIX representó ser independientes ante la ocupación norteamericana. Este es un libro útil, no solo porque se instala en el pasado, y desde allí nos cuenta La Historia, recordándonos aquello que desconocemos, y es imprescindible para conocernos más, sino porque nos enseña a mirarnos a nosotros mismos enfrentados a poderosas fuerzas contrarias, no porque fueran hostiles, adversas, o desfavorables, sino por ser contraproducentes, antagonistas, y oponerse a lo que en aquel momento era el ideal cubano de independencia, ese que nos obligó a elegir ser lo que somos, o estábamos destinados a ser: cubanos determinados —exclusivamente— por su conciencia de cubanía, idéntica a la necesidad urgente de emanciparse, ser autónomos, y soberanos, en pleno diálogo con las influencias invasoras, muy bien asimiladas, o lo que es lo mismo, cubanos de pura cepa, donde lo español y lo africano se mezclaron para crear un sujeto nuevo: el criollo, y sus correspondientes maneras de ser —su prolongación en el ensamblaje de la sociedad cubana de aquellos días, y lo que eso simbolizó—, alcanzando un grado absoluto de concreción, en el que la mixtura étnica, la hibridez cultural y el apogeo social, condiciones imprescindibles para ser cubanos cien por ciento, como se dice en la calle, los obligó a encontrar en la Patria su pedestal. Ninguna palabra más adecuada para nombrar lo que persiguen sus páginas: contar el proceso de formación identitaria de Matanzas, como urbe o metrópolis, en medio de la antigua división regional de la Isla: Occidente, Centro y Oriente, espacios geográficos diferentes pero semejantes en Cuba a finales del siglo XIX, mientras lo que comenzaba a ser el imperio norteamericano se apoderaba de nosotros. 

El ensayo, dividido en nueve capítulos, goza de una extraordinaria coherencia: I-Antecedentes. Vínculos Matanzas-Estados Unidos durante el siglo XIX, II-Renacer de la sociedad en 1899. Las instituciones culturales, III-La evolución literaria, IV-El desenvolvimiento teatral, V-Patrimonio cultural matancero: museos, bibliotecas, monumentos, VI-Música y baile, VII-Artes visuales, VIII-Historiografía, y IX-Rivalidad lingüística. En cada uno de estos capítulos el autor no se limita a narrar lo anunciado, sino a captar aquellos momentos, casi inenarrables, con sus características y atmósferas, en que se constituye lo expuesto en relación con la época, mientras describe una precisa cadena de acciones e instantes, muchas veces inefables o indescriptibles, a través de los cuales podemos escuchar el eco de lo que hoy determina nuestro destino de pueblo, ciudad y provincia. El libro no se agota en sus capítulos, y como cualquier documento histórico, busca esclarecer acontecimientos, desea escaparse de las páginas, y ocupar un sitio de privilegio entre los lectores, acompañándolos en esa peligrosa travesía que significa saber a qué Historia pertenecemos. Con una esclarecedora introducción escrita por el autor y un registro de fuentes bibliográficas consultadas que hará las delicias de cualquier historiador, estudioso del tema, o amante del conocimiento, ubica su campo de estudio no solo en la cultura, (dígase economía, política, relaciones sociales, y costumbres), sino en lo que dentro de ella es más revelador y la distingue: el arte y la producción estética durante aquellos años.

Narrando la nación desde provincia, Urbano retorna a la Historia de Matanzas, e indaga en los pormenores de su formación, cuenta, de manera amena, cómo surgió el sentimiento de Nación aquí, cómo se consolidó la Patria entre matanceros, y cómo la necesidad de ser independientes, sublevándose ante el dominio de España en 1868, llevó a cientos de mambises a los campos de batalla, mientras que finalizada la guerra y frente al dominio Norteamericano en 1899, un selecto grupo de hombres y mujeres cultos, entre los que se encontraban Byrne, Federico Villoch, Luis Estévez Romero y su esposa Marta Abreu, Faílde y Ramoncito Prendes, entre otros, se quedó en la ciudad recuperando la memoria de la guerra, buscando a los muertos para darles santa sepultura, escribiendo poemas, dramas, y crónicas, componiendo danzones, y bailando al son de las palmas, apreciando el repiqueteo de la rumba, apropiándose de lo que el primer enemigo había construido en su Tierra: museos, bibliotecas, e instituciones, escuelas, centros de caridad, y periódicos, para oponerse al segundo enemigo y enfrentarlo, o sencillamente saliendo a las calles a protestar, reclamando sus derechos a ser cubanos, convirtiendo, en fin, el arte y la cultura en otro Campo de Batalla, que dentro de aquella difícil estructura política llamada La primera República, se resistía, con fuerte ímpetu social, a hacer lo que imponían sus gobernadores desde EE. UU., oponiéndose radicalmente a ser algo impregnado de anglisismos, ideas, sueños, aspiraciones, y costumbres Norteñas que traicionaban en lo más profundo el pasado y la esencia de lo cubano —o la cubanía— en relación con lo español, lo africano, y el resultado de ambas culturas mezcladas: lo criollo, no solo como raíces de las que brotaba —irredenta— la cultura cubana, sino como fuentes de las que surgía el sentido de la rebeldía y la necesidad —urgente, irrecusable— de ser independientes. Todo esto Martínez Carmenate lo cuenta como si estuviera sucediendo frente a nosotros.

Lo que importa en este libro no es insistir en las diferencias, ni siquiera resaltar contradicciones, o desencuentros entre ambas Naciones, sino reconstruir la llama que sedimenta enlaces, encuentros, o semejanzas entre dos culturas que desde 1899 sostienen una difícil relación, a través de la cual, y apoyándose en el arte que las sostiene, no solo han sabido expresar sus mejores propósitos, incluso la similitud de sus rostros, sino resolver aquellos conflictos en los que aun políticas y políticos no se ponen de acuerdo.

El arte, una vez más, sintetiza La Historia y la fragmenta, mientras que La Historia, —o eso que nos han enseñado como Historia— siempre vinculada al Poder o a los Poderes, se apropia del arte, e impone sus signos más ambiguos, aunque también (en muchas ocasiones) llenos de coherencia, más allá de cualquier necesidad estética.

En una especie de inventario en el que acopia elementos de origen norteamericano que forman parte de la cultura matancera, Urbano nos invita a pensar quiénes y qué somos, de qué está hecha o constituida la esencia de eso que llamamos matanceridad, cuáles son las raíces de nuestra cultura, de nuestras maneras de ser, pensar, o sentir, incluyendo algunas costumbres, y lo más determinante: qué es ser matanceros y pertenecer a la Provincia.

Este es un libro que, más allá o más acá de cualquier mito, nos invita a sentir orgullo por ser matanceros.


*Derbys H. Domínguez Fragela (Sabanilla del Encomendador, Matanzas, 1974). Poeta, ensayista, editor. Residuo, (Ed. Aldabón, 2009) y Futurama (Ed. Matanzas, 2014), son los poemarios que ha publicado. En 2018 y 2022 obtuvo la Beca de Creación Juan Francisco Manzano, que auspicia la filial provincial de escritores en la Uneac matancera.          

 

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