El relojero de Hourruitiner

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El relojero de Hourruitiner pudo haber sido el relojero de Covadonga, pero la maldita circunstancia del asfalto por todas partes terminó trayéndolo a la ciudad, y luego lo puso a repararle el tiempo a su gente.

En uno de sus viajes desde la CEN Juraguá al pueblito azucarero donde había nacido el 21 de noviembre de 1958, su camino se cruzó con el del profesor de Matemáticas Oscar Mesa, coterráneo y coetáneo que ya le sabía un mundo a eso de los volantes, las manecillas, la cuerda y los otros más de 100 adminículos que conforman el mecanismo de la puntualidad.

“Oscarito me contó que el dominaba el oficio de la relojería, que si yo quería me lo podía enseñar, y así empecé a conocerlo a manera de hobby”, recuerda el primer paso en lo que desde 2014 es su forma proba de llevar el pan a los suyos.

Por entonces acababa de regresar de Venezuela, donde como logístico de la compañía Socivireca, había estado seis años, los últimos construyendo casas en la paradisiaca isla de Margarita para los damnificados del deslave de Vargas de diciembre, de 1999, “y con más 50 años en las costillas ya no me atraía para nada la idea volver a dirigir”.

José Roberto Medina López había egresado en 1983 del Instituto de la Construcción de Járkov, Ucrania, con un título que casi no cabía en el diploma, ingeniero mecánico en instalación y montaje de fábricas productoras de materiales de la construcción. Más el monograma de Título de Oro. Y con aquellas 14 palabras en el expediente comenzó su vida laboral en una fábrica de tubos para acueductos en Santa Clara, con tránsitos posteriores por la malograda Central Electronuclear cienfueguera y el Proyecto Expansión del Níquel, con la Sherritt en Moa, entre otras empresas.

Si un día se propusiera escribir su historia el relojero de Hourruitiner seguro dedicaría espacio a contar la aventura del guajirito de Covadonga a bordo del trasatlántico soviético Alexandr Puskhin haciendo la travesía “de 16 días en alta mar” La Habana-Leningrado, “una ciudad preciosa, donde estuvimos una semana”. Por el camino, las estelas en la mar, habían quedo las islas Azores, y el Canal de la Mancha, entre otros puntos famosos de la geografía mundial.

En otra ocasión la singladura fue desde la capital cubana hasta el puerto ucraniano de Odesa, en el mar Negro, haciendo la ruta del Mediterráneo con su carga de historia y casi tocando con la mano a la mítica ciudad de Estambul, a ambas orillas del Bósforo.

Los veranos que no se correspondían con vacaciones en Cuba (eran cada dos años) los estudiantes las aprovechaban para trabajar y de esa forma ayudar a las finanzas personales.

“Trabajé en la construcción del ferrocarril Baikal-Amur, en la ciudad de Tiumén, limítrofe con la Siberia. Me contrataron como chofer de una furgoneta para el traslado de materiales. Éramos seis cubanos y dos debieron regresar porque enfermaron de neumonía. Había muchos cambios de temperatura. También laboré en la fábrica de turbinas para los aviones Tupolev, en la parte de enrollado. El trabajo en las vacaciones era bien renumerado, tanto que me daba para pasear con mi familia y conocer Crimea, Yalta, Sebastopol, Simferópol, ciudades que habían sido de las llamadas cerradas”.

Cuando dice su familia se refiere a la muchacha santaclareña que había desposado en Jarkov y de que unión nación en suelo ucraniano la primogénita, Yanet, la ingeniera civil que hoy dirige la parte técnica de la Empresa de Prefabricado de Villa Clara.

“Ah, y la tesis de grado la hice en la fábrica de cemento Bagosklei, la más grande de Ucrania, con un horno de 220 metros por siete”.

En Cienfuegos comparte ilusiones con sus hijos Roberto y Ernesto, ingeniero mecánico y médico, respectivamente. Los dos avezados en la relojería. El primero la trabaja hace tiempo. “Nuestro sueño es poner un taller en un local más amplio donde trabajemos los tres. Como una pequeña empresa familiar”.

Robertico, el mayor de los dos hijos del matrimonio del obrero agrícola y luego soldador José, y de la empleada doméstica Violeta; “54 años de vida en común hasta que la muerte los separó”, asistió a la escuela primaria del antiguo central Covadonga, instalada en uno de los tantos cuarteles convertidos en templos del primer saber. Y bautizada con el nombre de José Ugalde Vázquez, un niño del batey víctima de un disparo fortuito y fatal de uno de los guardias del propio reducto castrense. De sus maestros guarda un especial recuerdo de Yolanda Machín, periodista después de Radio Reloj.

La “Mártires de Bolivia”, una antigua vaquería de Juraguá reconvertida en génesis cienfueguera de las posteriores Escuelas Secundarias Básicas en el Campo (ESBEC) fue su siguiente estación en el derrotero del aprendizaje.

“Los primeros baños nos los dábamos en un canal de regadío de las plantaciones de plátano. Los pases a la casa, cada 45 días. Dos albergues estaban techados de guano y uno de fibrocemento. Pero, allí fuimos muy felices, realmente”.

En septiembre de 1973, él, quien ahora escribe sus peripecias de relojero andante, y otros 80 adolescentes, le dimos el primer aliento de vida a los muros de prefabricado de la ESBEC Juan Alberto Díaz, en la finca Carmelina, Yaguaramas. “Eran tiempos difíciles, pero nos mantuvimos unidos. La calidad de la enseñanza, la mejor. Hoy muchos de nosotros nos vemos en la calle después de tantos años y nos saludamos como hermanos”.

Aquel muchacho de sonrisa fértil era de los que en la ESBEC hacían lo indecible por ocultar el largo del cabello que excedía a la rígida norma de la disciplina escolar y se atrevía, en el mejor sentido de la palabra, a cantar en inglés. Le recuerdo que para un Festival de la FEEM se propuso concursar con “Yesterday” y hubo más de uno allí que puso su grito en el cielo. “Al final por la insistencia de los muchachos, la canté, pero me regañaron”.

Dice que el idioma de Whitman y Dickinson no se le daba mal, al extremo que cursando el bachillerato en el IPUEC Tony Santiago lo destinaron como alumno-ayudante de la asignatura en la cercana Filial del Instituto Pedagógico. Paradoja, porque debido a su tartamudez no lo habían aceptado antes para sumarse, como futuro “teacher”, al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.

También hubiera podido ser el relojero de Gacel, porque comenzó su andadura de cuentapropista al lado de los Estudios Delfín, frente al Correo, “pero el local era muy pequeño y hace ocho años que estoy en Hourruitiner, entre San Fernando y Argüelles, en la salita de la casa de Isabel Peña Mateo, una señora jubilada del sistema bancario quien me acogió como si fuera un familiar más”.

El principal hándicap en su bregar con los relojes, “tengo clientes todo el día y todos los días, hasta los domingos”, es el acceso a las piezas de repuesto, que debe adquirir fuera del país o a través de intermediarios.

“Como no hay muchos operarios que se dediquen a reparar relojes automáticos y mecánicos, ese es mi perfil principal. Disfruto trabajar con relojes complejos, los automáticos, los kinetic y los antiguos rusos. Me llevan más tiempo, pero me regocijo más.

¿Recuerdas el primer reloj que luciste en la muñeca?

“Como no. Un Poljot automático, made in URSS, que me compraron a los 15 años. Todavía lo conservo y tengo la experiencia de haber sido el primero que desarmé, aunque el invento no me salió muy bien”.

¿Te sobraron o te faltaron piezas?

“Peor, dañé el espiral del volante y no tenía forma de recuperarlo, pero mi amigo me enseñó a hacerlo. Hoy recupero piezas que tienen 60 o 70 años, y las conservo para cuando hagan falta”.

¿Te atreverías con relojes de péndulo?

“Si supieras que lo hice, entre mi hijo Robertico, ingeniero mecánico por más señas, y yo, reparamos, a medias, el de la Catedral de Cienfuegos. No llegamos a concluir por falta de financiamiento, pero soñamos con terminarlo”.

Medina tiene clarísimo cual es la mayor satisfacción que le aporta su labor con la lupa y las pinzas. “Ver como los clientes me tratan, notar la alegría en sus rostros, muchas veces lo hago sin que medie remuneración alguna. Yo tengo una ética, en mi taller ni los médicos ni los viejitos del Hogar de Anciano pagan. Todos los días debe sentir la satisfacción de haber ayudado al menos a una persona”.

¿Cómo quisieras que te recuerden?

“Como la persona que siempre quiso y admiró al ser humano, con independencia de sus virtudes y defectos. Si volviera a nacer sería el mismo Medina de siempre. Aunque tenga serios problemas nunca me verás agresivo, maltratando. Siempre ayudando a los menos favorecidos”.

Y me viene a la mente el Robertico que le guarda la mejor guanábana de su patio en Pueblo Grifo a Máximo, el hermano de aquellos años felices, uno de los cuales compartí con ellos entre los muros de “la escuela nueva”.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

2 Comentarios en “El relojero de Hourruitiner

  • el 3 agosto, 2025 a las 11:51 am
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    Robertico Medina lo conocí en Moa yo cursaba la universidad y el trabajando en la expansión de la Moa Niquel. Ambos de Covadonga con edades diferentes, pero coicidiendo en la “Tierra Roja”, amigo de mis padres no dudó en visitarme y ayudarme. Me consta la excelente persona que es y lo imposible que es pagarle cuando un coterraneo lo visita, aunque no lo conozca. Un abrazo.
    Deberían existir más personas como Robertico Medina.

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  • el 3 agosto, 2025 a las 11:47 am
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    Me encantó la historia del relojero ,mucho más a mi relojero preferidos sacándome muchas veces de apuro ,un gran amigo amigo,le deseos muchos éxitos

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