Que suene la banda
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México posee agrupaciones musicales de varios tipos. Aunque los mariachis son punto de referencia de lo tradicional, existen formatos musicales no menos conocidos; entre ellos cuentan tríos, grupos huapangueros, norteños y bandas de viento. Estas últimas hoy acaparan un lugar destacado en el gusto del pueblo mexicano.
Si de bandas se trata, la lista se hace interminable. Sin la pretensión de omitir ninguna, me atrevo a mencionar a “El Recodo“, fundada por Don Cruz Lizárraga y “La Costeña“, de Ramón López Alvarado, entre las más conocidas.
Su origen se oculta en la bruma del tiempo. Aunque resulte difícil creerlo, la banda de viento es fruto del mestizaje de las culturas aborígenes y europeas que, al entremezclarse, dieron paso a un sonido cautivante cuyos armónicos atraviesan el cuerpo humano para hacerlo vibrar con sus notas y percusiones.
Las culturas prehispánicas recibieron a los colonizadores con no poca resistencia. En muchas regiones del México actual se opusieron con legítima ferocidad a la ocupación de sus territorios; también se dieron a conocer por su música. El conglomerado cultural prehispánico se reveló en lo musical con instrumentos de viento (flautas hechas de carrizo y conchas de mar) que al soplarse lanzaban sus melodías con un tono único. Los tambores, teponaztlis y sonajeros, estos últimos atados a los tobillos y las muñecas, se ocupaban de la percusión.
Lo anterior explica la ascendencia indígena de las bandas de viento que surgieron al combinarse con el antecedente hispano de las de corte militar, comunes en casi toda Europa.
Aparecen por todas partes, en celebraciones de cualquier índole, lo mismo alegres, solemnes o tristes. A Sinaloa y localidades de la región del océano Pacífico se les considera la cuna de las bandas de viento. Es probable que allá aparecieran las primeras formaciones o por lo menos hayan sido las que inicialmente se dieron a conocer.
Tengamos presente que los tiempos de la Revolución Mexicana incentivaron la propagación de bandas militares que luego se transformaran en bandas de música popular, y que debido a su ubicación y características geográficas, Sinaloa fue uno de los escenarios de aquel acontecimiento histórico. Es de suponer que buena parte de los músicos de bandas militares, al término de la conflagración, hayan optado por crear o unirse a otras que difundieran la música popular.
Con razón muchos las llaman “bandas sinaloenses”, aunque las hay excelentes – con sus peculiaridades- en Sonora, Oaxaca, Zacatecas, Morelos, Guerrero, Guanajuato, Chiapas, Jalisco, Nayarit y Michoacán; estos tres últimos genuinos exponentes del mariachi. En cada lugar son expresiones de un mestizaje a partir de sus particularidades regionales.
En cuanto a los géneros que hoy tocan, estos van desde rancheras, incluyendo marchas, jaranas, huapangos, corridos, redovas, polkas, baladas, fusiones y cumbias que son parte de una lista más amplia. No escapan de ellas las piezas internacionales que estén de moda.
Saxofones, clarinetes, trompetas, trombones, tubas, timbales, tambor redoblante, platillos y otros, en algunos casos acordeones, integran el conglomerado de instrumentos que entre vientos y percusiones logran el mágico sonido de las bandas para interpretar los géneros más diversos; ese uno de los aspectos que las mantiene vigentes con un sonido agradable y conmovedor.
La banda nació para quedarse. Por eso es parte de la idiosincrasia mexicana.
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