La lava oculta no es vacío

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Me dije que vería más espaciadamente a dragones y quemazones, pero el comentario del crítico de cine Julio MartínezCuando los dragones llenan los vacíos′ (Granma, 13 de agosto), me hizo cambiar de opinión.

Sobre todo la afirmación «’La casa del dragón‘ [2a Temp], inicia en medio de la más pura laxitud dramática, en todos los aspectos y levanta casi para la zona media, gracias a unos dragones que redimen del tedio palaciego».

Acepté la provocación en la palabra “laxitud” y vi los nuevos capítulos. Adquiere pronta intensidad el asunto de la muerte violenta de un niño (cierre de la primera temporada), tópico medular en grandes cintas como ‘In bruges’, ‘Seven pounds’, ‘La decisión de Sofía’.

Así que sonreí, suponiendo que Julio me había —humorísticamente— engañado, usando un eficaz truco de psicología inversa.

Si obviamos las escenas de combates, guerras o su preparación, esta temporada ahonda en otro tema bien dramático: los hijos que buscan la aceptación de los padres; motivo que toca a todas las familias y desemboca en el extraordinario diálogo final entre las dos reinas (2×08). Las difíciles relaciones entre la reina viuda y sus hijos Aegon y Aemond (incluida su nuera Haelena); los celos de Jaecerys ante Rhaenerya; los reclamos de los bastardos de Velaryon; y la sagacidad del jovencito Tully, me parecieron el verdadero fuego latente en las gargantas de los dragones.

Extrapolando un poco, presenciamos la inclusión de los plebeyos bastardos en asuntos de Estado, con aportación ineludible, ¡como héroes!; transformación que suponemos tenga sus consecuencias en la próxima temporada.

Considero que las alucinaciones del peligroso Daemon y su “conversión angelical” también participan de la premisa antedicha. La visión que adquiere del futuro está determinada por su necesidad de aceptación, tanto de su madre como de su hermano Viscerys, a quien siempre envidió, y al cual sabía poseedor de una profecía determinante para el linaje Targaryen. Con ambos parientes padece sendas pesadillas.

Alicent: Solo haz lo que se necesita de ti: Nada.
Alicent: Solo haz lo que se necesita de ti: Nada.
Y si de complejos y expectativas se trata…

Ese triángulo Padres duros –Hijos que reclaman –Furia de dragones, deviene una consecuencia paralizante para el héroe clásico. Las guerras actuales (si ocurren), ya se ganan mediante drones y satélites. Son prácticamente guerras celestes. Una certeza semejante sacude al esforzado Cole (Ser Criston), quien sufre en carne propia al constatar que toda su temeridad y capacidad organizativa se convierte en cenizas ante la rapidez de un vuelo rasante. Su monólogo acompañado resulta ilustrativo:

“Mi filosofía era esta (levanta la espada). Proteger a los virtuosos e impartir justicia a los demás.Pero ahora…usted vio lo mismo que yo. Los dragones bailan y los hombres son como polvo debajo de ellos.Y todos los pensamientos, todos los esfuerzos no son nada. Marchamos a nuestra aniquilación. Morir será un alivio. ¿No lo cree?”.

El violento flujo psíquico que describimos va aderezado con diversas estrategias de confabulación con piratas, bloqueos navales y disturbios civiles, lo que nos lleva de vuelta al ítem del Hijo que reclama, esta vez en forma de Súbdito que Protesta ante sus gobernantes.

Quienes prefieran las escenas de combates y las pirotecnias de los dragones, están en su derecho, pues ¿se trata de fantasía épica, no?; pero quienes decidan recorrer, además, los pasadizos y recovecos freudianos disimulados entre los diálogos, más que llamaradas draconianas, encontrarán lava oculta y devastadora, el real combustible que mueve las acciones de las bestias míticas.

Para todos los gustos hay. Gracias, Julio. George Martin impresiona siempre.

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Ernesto Peña

Narrador y crítico. Premio Alejo Carpentier de Novela.

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