Padre Esquembre, un sacrificio en el altar de la patria nueva

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Cuando las balas de las carabinas españolas terminaron de apagar la vida del padre Esquembre en el playazo de Marsillán, sobre la mañana cienfueguera del 30 de abril de 1870 se descorrió un manto oscuro. Era la huelga del sol en protesta por el último crimen que intentaba saciar la sed de sangre de los voluntarios, horda organizada y armada del integrismo más ultra.

La fecha y el crimen enraízan en un surco de la historia. El eclipse de sol vuela en alas de la leyenda.

El 7 de febrero de 1869, cuando los patriotas villareños decidieron secundar el campanazo de Céspedes en La Demajagua y el posterior alzamiento del Camagüey en Las Clavellinas, el recién estrenado capitán mambí Marcelino Hurtado se presentó en la parroquia de Cumanayagua a fin de que le bendijeran la bandera de las cinco franjas y la única estrella, como si quisiera irrumpir a la diestra de Dios padre en los futuros campos de batalla.

La solicitud fue atendida por el cura José Francisco Esquembre y Guzmán, un hijo de Santiago de Cuba que bordeaba la treintena y dividía su ejercicio pastoral entre las feligresías de la villa del Arimao y Yaguaramas.

Sin imaginarlo, con aquellas gotas de agua bendita rociadas sobre el lienzo tricolor de la libertad en ciernes, el padre Esquembre acababa de dar el primer paso en su Vía Crucis, que terminaría ante el pelotón de fusilamiento formado en la tierra baja del playazo.

Ricardo Valdés Izaguirre, en un folleto publicado en 1956 traza el derrotero que conduciría al calvario del sacerdote que olvidó la ciudadanía española de Dios; porque si de bendecir pendones guerreros se trataba, tal gracia correspondió también a una lujosa bandera española entregada al “patriótico y valiente Batallón de Voluntarios en prueba de aprecio y gratitud”, en nombre del ayuntamiento de Cienfuegos por el alcalde Pedro Antonio Grau, el 25 de mayo de 1869 en la antigua Plaza de Armas.

Tarja del Padre Francisco Esquembre./Foto: Tomada de Ecured

El cura infractor (de la lealtad colonial) fue trasladado primero a la parroquia pinareña de Quiebra Hacha, de la cual tomó posición el 24 de abril de aquel año, acabada de poner la primera piedra republicana en Guáimaro. Los fieles católicos del poblado tabacalero no llegaron a escuchar siquiera la primera misa de labios del cura con pinta de mártir de la independencia. Apenas dos días más tarde las autoridades coloniales lo detuvieron para remitirlo a la cárcel de La Habana sin expresión de causa.

En el presidio capitalino estuvo recluido hasta el 11 de septiembre, fecha del traslado a Cienfuegos, donde Valdés Izaguirre sostuvo que se buscaba un pretexto para segar la vida del joven sacerdote.

Malos tiempos para los cubanos corrían en la capital de la isla siempre fiel, donde le voluntariado había logrado la destitución del conciliador capitán general Domingo Dulce. Tampoco estaba ya el obispo fray Jacinto María Martínez y Sáez, prelado que se había opuesto a recibir bajo palio y repiques de campana al capitán general Francisco Lersundi antes de ser expulsado con la benevolencia del clero criollo.

El juicio sumarísimo del 19 de abril de 1870 en Cienfuegos condenó al padre Esquembre a ser pasado por las armas por delito de infidencia, además de ser degradado con el despojo de su traje talar y demás atributos sacerdotales.

Juan Bautista Sellas, vicario y juez eclesiástico de la villa, trasladó copia de la sentencia militar al obispo de La Habana con la observación de que la Real Orden del 17 de octubre de 1835 suponía otras interpretaciones.

La Junta Eclesiástica habanera convocada por el obispo se arrogó poderes divinos y confirmó la sentencia del tribunal castrense. La iglesia y el cuartel batían como las dos alas del mismo pájaro inquisidor. Ya solo faltaba que sobre la orilla de Marsillán la primavera se tiñera de muerte.

Para que la memoria de aquel párroco bendecidor de la bandera de la nación nueva que fraguaba en la manigua no fuera masacrada también, el 22 de abril de 1956 el Ateneo colocó una placa rememorativa en la fachada de la catedral cienfueguera.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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